"No imagino una vida sin infancia y me aterra una sociedad sin ella"
"No imagino una vida sin infancia y me aterra una sociedad sin ella"
Chiqui González (**)
Visitamos la infancia, vamos hacia ella a través de la dádiva enigmática dada por el encuentro con los niños y niñas. No es una dación absoluta, es siempre mediada, subjetiva, parcializada por los ojos adultos, que en el mejor de los casos se abren de manera inhabitual y transfiguran el mundo, lo animan e imaginan otro. La infancia es un lugar inhóspito para los adultos, solo se vive una vez, luego los que nos aventuramos y divisamos su relevancia capital en el destino humano, oteamos esos páramos, damos pero también recibimos, un tiempo para el acompañamiento, crecimiento y alegría compartida.
Desde una mirada reductiva se piensa la infancia como falencia, como seres que aún no son y así se empequeñece su estatura humana. Desde otra se entiende que los adultos, esos seres altos y distraídos, han perdido mucho en el camino, de allí que acercarse a la infancia reconduce nuestra mirada a un destino más humano y para todos. En los tiempos que corren la infancia es un terreno en disputa, se quiere con ella una fábrica de consumidores, alienada, se la endulza con seudo sabidurías e ideologías de turno, se la desplaza de los núcleos vinculares y afectivos primarios, se la abandona e incluso enclaustra en pantallas, vanos entretenimientos y se la recluye en nuevas formas de "desamparo".
¿Cómo reconstituir la filiación con la infancia? Con la palabra y la escucha, ambas deferentes, con cadencia y tono sutil, que teje indescriptiblemente y cuida dos libertades que se ponen en dialogo. Con el recibimiento de la pregunta del niño, aquella interrogación que hunde su esencia en el latir mismo del corazón y que tiene la fuerza filosófica por excelencia. Con miramiento atento que equipara y no jerarquiza, que se detiene allí donde el niño o la niña apunta con su dedo, pues es ahí donde su mundo radica. Con el juego como paisaje, como escenario de la infancia.
Con la trama imaginativa, con una "gramatica de la fantasia" en el decir de Rodari Gianni (***). Con un tiempo que estalla los relojes, los diluye y los pone a un ritmo particularizado y que nace en el encuentro con el rostro de cada niño y niña. Con una ciudad pensada en clave de infancias, con espacios de participación real y activa de parte de todos. Con la sensibilidad de la vecindad. Tejido barrial que genera comunidad, confianza y familiaridad en los niños, haciendo de lo cercano el abrazo simbólico de las primeras voces y el cuidado para que sus potencias se desplieguen de forma adecuada: "Quiero tiempo, pero tiempo no apurado// Tiempo de jugar, que es el mejor.// Por favor, me lo da suelto y no enjaulado// adentro de un despertador" ("Marcha de Osías", María Elena Walsh).
Los grandes re-ordenamos muchas veces sus escenarios y hasta violentamos esa estancia única e indecible para el lenguaje y vivencia del adulto. El animismo de la infancia contrasta con la opacidad e insensibilidad del trajín cotidiano del adulto, él cual ha equiparado todo al "tiempo es dinero", y con esa lógica ha invisibilizado la riqueza, belleza y abundancia de la vida.
La patria de la infancia, es una república poco frecuentada por los ojos de las personas apuradas, de aquellas ocupadas con este "mundo". Quien quiera leer o descifrar el mapa hacia ellos, deberá volver a los ojos de los niños y niñas. Una política verdadera debe enarbolar la bandera de la infancia, ya que quien no pueda ver en la infancia el destino de nuestra humanidad y jugarse por ella, ha caído en la peor de las cegueras.
(*) Especialista en Derechos Humanos (Ministerio de Educación de la Nación), en Gestión Educativa (Flacso, Argentina) y en Políticas Culturales Públicas para las Infancias (Ministerio de Cultura de la Nación). Diplomado en Neurociencia (Grupo Congreso) y licenciado en Filosofía (Untref).
(**) Carta a Jóvenes Educadores Políticas de Infancia en https://chiquigonzalez.com.ar/.
(***) Giovanni "Gianni" Rodari, pedagogo y periodista italiano.