Por Lic. Raúl Ochoa y Gómez (*)
Por Lic. Raúl Ochoa y Gómez (*)
El problema de la deuda es una constante de la economía argentina a lo largo de prácticamente toda su historia. Sin embargo, actualmente hay un cambio fundamental en su perfil, es decir, cuando se habla de "la deuda" ya no se hace referencia a la emisión de obligaciones en dólares (deuda externa), sino a los crecientes pasivos monetarios que el gobierno está emitiendo en moneda local.
Lo lógico sería pensar que es más fácil pagar una deuda en moneda local que en dólares, y en principio es así. Pero, ¿qué consecuencias tendría? El Gobierno actual acumula un déficit fiscal crónico, razón por la cual, si no puede cubrir sus gastos de funcionamiento, mucho menos pagar sus deudas. Si decidiera cancelar sus obligaciones en pesos debería poner al Banco Central a imprimir billetes por un monto que multiplica por 4 la cantidad de dinero en circulación, lo cual obviamente llevaría a una hiperinflación y un quiebre de la actividad económica.
El problema de la deuda en pesos, no es solo su stock (nivel actual) sino la tasa a la que está subiendo y las causas que la generan. Es decir, la deuda es el resultado de los desequilibrios del gobierno, entonces hasta que éste no solucione sus problemas macroeconómicos, la deuda seguirá creciendo. Además, la misma está indexada (atada a la inflación o al dólar), por lo cual sería imposible de licuar con una devaluación del tipo de cambio (medida que igualmente sería inviable en este contexto).
En este marco, el Tesoro debe afrontar en pocos meses vencimientos por un equivalente a U$S 50.000 millones. Estos montos, sumado a las inconsistencias propias que genera el Gobierno, provoca que muchos bonistas comiencen a dudar de la capacidad de pago del Tesoro y busquen opciones más conservadoras como refugiarse en el dólar. Esto se puede ver con el aumento de la brecha cambiaria y la creciente venta de divisas del Banco Central con el objetivo de contener los dólares financieros.
Para intentar contrarrestar esta corrida, El Banco Central ofrece bonos más atractivos, es decir con mayor interés, menor plazo y ajustables. Situación que agrava la explosividad de la deuda a futuro.
El último año de la administración Fernández, será un periodo de transición. Es decir, en el mejor de los casos, el Gobierno podrá reperfilar (postergar los vencimientos) y patear la pelota al próximo gobierno, que recibirá una deuda equivalente a U$S 74.000 Millones para el periodo 2024-2026.
Es muy probable que Argentina no tenga acceso a un financiamiento internacional que le permita hacer frente a semejante deuda. En ese contexto el próximo gobierno deberá generar los recursos necesarios para pagar sus obligaciones, y la única posibilidad de hacerlo es ordenar los números y generar un presupuesto superavitario. El momento del gradualismo ya pasó, la economía está en terapia intensiva y se necesitan políticas de shock.
Por otro lado, el viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, ha hecho declaraciones argumentando que la deuda total como porcentaje del PBI bajó. Ese dato, no solo resulta totalmente falso, sino que además no permite medir su sostenibilidad. La capacidad de un Estado para resistir un nivel de deuda, depende de sus expectativas de crecimiento económico, la tasa de interés (el costo de esa deuda), la trayectoria del déficit fiscal y la confianza para refinanciarla (riesgo país).
La deuda en pesos está en niveles altísimos y muy difíciles de manejar. Se necesita un orden de las cuentas públicas y que las autoridades actuales puedan atravesar el año sin empeorar – aún más – la economía, para así llegar al traspaso de gobierno de la forma lo más ordenada posible.
(*) Economista.