Con Nicolás Peisojovich
No fue solo mi corta estatura que me ayudó a ver las cosas desde otra perspectiva, fueron mis sueños, los ojos siempre miraron más allá de lo que se mostraba, las ideas locas se transformaron en aventuras propias...
Con Nicolás Peisojovich
"Lo que falta es empacar mucha moneda, vender el alma, rifar el corazón, tirar la poca decencia que te queda… plata, plata, plata y otra vez…" Enrique Santos Discépolo, "Qué vachaché".
Los pies que ahora me pasean en ritmo de "blues" han tenido sus "rockanroles". La austera afabilidad presente fue una vez una exagerada locura pasada, los años mozos se traducen en "mozo tráigame el pedido que se me pasan los años", siempre y cuando el café esté abierto, y respetando todo el protocolo vigente, que en algunos es ausente.
De retacón y a paso corto fui gastando veredas y zapatos en largos veranos que me llevaron a otras tierras, supe perderme conscientemente (de inconsciente nomás) y a propósito ignoré las señales de los grandes palacios, de los parques históricos, de los museos y paseos para seguir con la vista fija en ningún lugar para poder llegar a todos los lugares posibles y reconocer otras gentes; cada día de mi vida hice turismo de lo desconocido. No me dejé llevar por las postales ni los anuncios, no me dejé convencer por las revistas y los almanaques mundiales y sus bellísimas fotos, solamente fui gastando taco y suela con la férrea convicción de que lo que estaba haciendo era simplemente dejándome llevar, con el viento detrás, mendigando más horas al tiempo para poder disfrutarlas un poco más. No fue solo mi corta estatura que me ayudó a ver las cosas desde otra perspectiva, fueron mis sueños, los ojos siempre miraron más allá de lo que se mostraba, las ideas locas se transformaron en aventuras propias, fui testificando con mi rumbo lo hermoso que es ver el mundo sin el peso de los ojos de los demás. Hice trampas, tomé atajos, utilicé herramientas para deslindar la responsabilidad de algunos de mis actos y todo en pos de la libertad de los sentidos más sentidos. La carga estimulante de hacer lo que uno quiere es muy grande, y sin embargo es leve como una pluma en el viento; así se siente, así lo viví y así de simple pareciera ser el hecho de hacerse caso a uno mismo en las cuestiones esas de andar viviendo.
Y en ese largo recorrido del camino, debo reconocer que le debo unos cuantos sueños por soñar a esta hermosa vida vivida. Corta es mi estatura pero larga suerte la mía que aún no agoté el crédito, que es en cómodas cuotas y pagadero a plazo indefinido. Es que para hacer mis "Peisadillas" voy pidiendo prestado un buen toco de realidad (un gran cacho de realidad alternativa por supuesto); saco un empréstito impagable de fantasía, incontable, exenta de garantes y sin codeudores, el único respaldo con el que cuento es con experiencia suficiente, de cobro express y en sonante carcajada, tengo también un gran capital de recuerdos re-locos que poseen el salvaguardo de la memoria a plazo fijo.
Claro que no todo es pedir, yo les regalo sin facturas (quizás un café con medialunas si me encuentran en ese punto de encuentro que se llama "cafetería") ni remitos o recibos, un pedazo de mi libertad, la libertad de decisión y de acción, yo les brindo gratuitamente mis palabras, ellas planean emancipadas y sin licencia. Tomo prestadas palabras y sueños, porque un buen soñador es dueño los sueños propios y también de los ajenos y porque como dice el refrán: "A buen pagador no le duelen las prendas", yo te las devuelvo en Peisadillas, porque a buen soñador, no le duelen las realidades.
Si hablamos de deudas, los argentinos tenemos una larga historia de mangueos, por "H "o por "B" de Bernardino Rivadavia, los argentinos siempre le estamos debiendo algo a alguien. Fue justamente Bernardino el inventor de la deuda externa, su jeteo (y no por su profuso labio inferior y por el cual lo apodaban Sapo) dio inicio a una larga serie de gobernantes que negociaban los intereses del país con los intereses astronómicos con los que cargaban las deudas en detrimento de los intereses del pueblo. La Baring Brothers fue la elegida como punto de partida de lo que sería el estigma argentino. Siempre con el mismo latiguillo (palabras más, palabras menos) que fueron los clavos de la cruz "Pedimos dinero para reactivar la economía…" ¿reactivación? ¡Las pelotas importadas!
Largo sería enumerar los negocios y negociados, los traspiés y los tranvías, lo que entra y lo que se va, y se va, y se va. Y aquí seguimos, unos piden, otros pagan, unos la gastan, otros negocian, mientras tanto, los argentinos, siempre, pero siempre, quedamos pagando…
Me voy a tomar un liso y a comerme unas papitas… pero no "pay" (pagar).
No fue solo mi corta estatura que me ayudó a ver las cosas desde otra perspectiva, fueron mis sueños, los ojos siempre miraron más allá de lo que se mostraba, las ideas locas se transformaron en aventuras propias, fui testificando con mi rumbo lo hermoso que es ver el mundo sin el peso de los ojos de los demás.
Para hacer mis "Peisadillas" voy pidiendo prestado un buen toco de realidad (un gran cacho de realidad alternativa por supuesto); saco un empréstito impagable de fantasía, incontable, exenta de garantes y sin codeudores, el único respaldo con el que cuento es con experiencia suficiente, de cobro express y en sonante carcajada.