Por Carlos Eduardo Pauli (*)
Hacia los 450 años de la fundación de Santa Fe
Por Carlos Eduardo Pauli (*)
El 15 de noviembre de 1573, a orillas del río de los Quiloazas, nacía la ciudad de Santa Fe. Su fundador, Don Juan de Garay, daba cumplimiento al mandato de "abrir puertas a la tierra". Esta expresión señalaba la necesidad de establecer un puerto intermedio entre Asunción y Buenos Aires, que sirviera de escala segura para los viajeros.
Los fundadores que vinieron con Garay eran criollos nacidos en estas tierras y le darán a la ciudad el carácter de una nueva síntesis cultural mestiza. El naciente caserío manifiesta pronto su deseo de contar con la presencia de religiosos de la Compañía de Jesús. En 1595, los cabildantes le escriben al padre provincial Juan Romero, residente en Asunción, suplicándole el envío de religiosos jesuitas. Este pedido fue satisfecho recién en 1609, cuando llegaron a Santa Fe el padre Francisco del Valle y el hermano Juan de Sigordia.
Al año siguiente comenzará a edificarse la escuela y la iglesia que los jesuitas ocuparon hasta el traslado de la ciudad, hecho ocurrido entre los años 1651 a 1660 aproximadamente. En 1634 de paso por la ciudad rumbo a la Reducción de San Ignacio Miní, un artista de fina sensibilidad como lo era el hermano Luis Berger, a pedido de los Congregantes de la Virgen, había accedido gustoso a representar la imagen de la Mujer del Apocalipsis (capítulo 12). El nombre de la advocación de la pintura fue el de "La Pura y Limpia Concepción". Fue plasmada en un lienzo que mide 1,33 x 0,96 y que actualmente se conserva y venera en el Templo de Nuestra Señora de los Milagros.
El sol ya tomaba distancia del horizonte de islas en la fresca mañana de otoño, iluminando el humilde caserío. Era el 9 de mayo de 1636 y la pequeña Santa Fe iniciaba un nuevo día de arduas tareas. Como cada jornada a esa hora de la mañana, concluían las misas y los santafesinos se dirigían rumbo a sus labores cotidianas. En el templo de la Compañía de Jesús, edificado sobre uno de los costados de la plaza mayor, el padre Pedro de Helgueta oraba arrodillado frente al cuadro del hermano Berger.
En un momento de su oración, el padre Helgueta levantó la vista hacia Nuestra Señora sorprendiéndose de la humedad del ambiente que reinaba en aquel lugar. Pero pronto comprendió que el brillo en el óleo tenía un origen distinto. Al incorporarse vio que de la mitad del cuadro para arriba la pintura estaba totalmente seca, mientras que hacia abajo corrían hilos de agua que se producían de innumerables gotas emanadas en forma de sudor. Siguió recorriendo con la vista hacia abajo y comprobó que el caudal ya estaba mojando los manteles del altar.
Al ver el asombro del sacerdote, varias personas que aún permanecían en la iglesia se acercaron y pudieron conocer lo que estaba ocurriendo. Comenzaron los presentes a embeber aquel agua en algodones y lienzos, mientras el número de fieles y curiosos crecía junto al júbilo y las exclamaciones. A pocos minutos llegaron el vicario y juez eclesiástico de Santa Fe (cura Hernando Arias de Mansilla), el teniente de gobernador y Justicia Mayor (don Alonso Fernández Montiel), el general Don Juan de Garay (hijo del fundador) y el escribano del rey, Don Juan López de Mendoza.
Subido en un banco, el propio vicario tocó con sus dedos la tela del cuadro, procurando contener los hilos de agua que descendían, pero por el contrario, continuaba manando copiosamente cambiando de dirección al contacto con la mano. Esto duró algo más de una hora, como lo atestigua el acta que se conserva hasta hoy en el Santuario.
También se conserva una reliquia de los algodones tocados en el sudor y que besan agradecidos todos los fieles cada 9 de mes. En las semanas, meses y años siguientes a este milagro, comenzaron a sumarse otras numerosísimas manifestaciones del amor de Dios para con sus hijos. Las curaciones más asombrosas fueron también recopiladas por el Escribano del Rey. Así fue que los santafesinos empezaron a llamar a su Madre como "Nuestra Señora de los Milagros".
El 22 de diciembre del mismo año, monseñor Cristóbal de Aresti, obispo de la Diócesis de Asunción del Paraguay, de la que dependía entonces Santa Fe, reconoció al sudor como auténtico milagro, pues según los requisitos establecidos por la Iglesia, se contaba con suficientes testimonios probatorios del extraordinario suceso. En tal sentido las actas labradas, la calidad y cantidad de testigos y las reliquias conservadas por la gente que seguían obrando curaciones, daban fe de ello. Antes de cumplirse el año de este suceso, el propio obispo de Asunción, al pasar por Santa Fe, camino hacia Buenos Aires, pudo personalmente certificar los hechos milagrosos.
Hacia 1660 se había completado el traslado de la ciudad a unos 80 kilómetros más al sur al sitio que hoy ocupa. Diversas razones motivaron este desplazamiento, entre las que podemos citar las periódicas inundaciones, el constante acecho de los malones de aborígenes que tenían en vilo a los pobladores, etc. En la nueva ciudad, que pasó a llamarse Santa Fe de la Vera Cruz, los padres jesuitas ocuparon el mismo lugar que tenían en Santa Fe La Vieja.
El templo actual se terminó de construir en 1670, y al cumplirse los 300 años del sudor milagroso, fue erigido como Santuario. Fue declarado Monumento Histórico Nacional. A su lado se encuentra el Colegio de la Inmaculada Concepción, de fecunda y dilatada trayectoria en la educación de la juventud.
Con la expulsión de la Compañía de Jesús de las tierras españolas, y con las severas restricciones de mantener cerrados el Colegio y la Iglesia, el culto a Nuestra Señora de los Milagros se tuvo que suspender desde 1767 hasta 1862, casi un centenar de años entre los cuales el amor a María y el recuerdo de los milagros nunca se olvidaron. En 1862 vuelven los jesuitas, se reabren el colegio y el templo. Vuelve entonces el cuadro al lugar original: la nave lateral, actual altar de Santa Teresa.
El 9 de mayo de 1936 el papa Pío XI otorgó la Coronación Pontificia al cuadro de Nuestra Señora, cambiándolo al centro del altar mayor. Presidió la ceremonia el cardenal Santiago Copello y vinieron fieles y jesuitas de todas las provincias donde trabajaba la Compañía de Jesús, ya que se nombró a Nuestra Señora de los Milagros como Patrona de la Provincia Argentina.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos y el Centro de Estudios Hispanoamericanos. Las expresiones de fe contenidas en el texto forman parte del sentir religioso del autor.