Por Rosa García
Por Rosa García
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
"Fui al río" / J. L. Ortiz
¿Acaso J.L. imaginaba que la experiencia del río pudiera leerse en otra clave, que hubieran otras posibilidades narrativas para decirla? Hoy sabemos que sí, y desearíamos que nunca hubiera sido posible. Un modo de atravesar lo inefable es restituir la ausencia de palabras para expresarlo. Sumar hilos que al tejerse tornen densa la agujereada trama del relato y la memoria.
De sumar palabras, vivo, de compartirlas, multiplicarlas, soy: "A este oficio me obligan los dolores ajenos, las lágrimas, los pañuelos saludadores, las promesas en medio del otoño o del fuego, los besos del encuentro, los besos del adiós, todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre" (Gelman, J.).
Propongo un pequeño diccionario de palabras para significar, diecinueve años después, esa catástrofe psíquica (2) que fue la inundación. Palabras, para cuando la experiencia del silencio y el desamparo nos embarguen.
Testigo, en una de sus acepciones, superstes, refiere a quien ha pasado hasta el final por un acontecimiento y puede ofrecer/ofrendar un testimonio. Alguien, directamente involucrado y sumergido en la experiencia. Vale la metáfora: la inundación fue una experiencia inmersiva. Vale, también, la esperanza, seguimos emergiendo diecinueve años después, memorando ese tajo en la memoria, esa huella desde la que sabemos que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Vale, también, pensar el testimonio como una ofrenda. El testigo es un sobreviviente, un portavoz, que puede decir por encima del silencio lo que la conmoción de la experiencia devastadora provoca.
De Primo Levi a Giorgio Agambem, dar testimonio es hacer palabra eso que nos sana: "Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos, no porque lo diga el reglamento sino por dignidad. Debemos andar derechos, sin arrastrar los zuecos, no ya en acatamiento de la disciplina prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir" (3). Vivir para contarlo. Esa es la tarea y la victoria.
La experiencia es irreductible al logos. Experienciar es transitar la intemperie, y trascenderla. Es eso que nos pasa desde las tripas, nos deja huella, nos atraviesa, nos arrasa… La experiencia es total, integral: cuerpo y subjetividad. Es intransferible, particular, provisional, transitoria, relativa, contingente, finita, ambigua.
La experiencia no se elige ni se desea, nos acontece. Cuando azar y destino nos enrostran la tragedia, no queda más que espectar, involuntariamente, lo que luego podremos testimoniar. La experiencia de la inundación nos puso frente a lo irremediable de la pérdida, de todas las pérdidas, de lo incuantificable y lo intangible.
No hay extensión más grande que mi herida, llora el poeta. La inundación es nuestra herida inconmensurable. Una irrupción violenta, sangrante del río. Un corte, un cambio de estado, un antes y un después. Hay heridas efímeras y superfluas. Otras separan, apartan, se hunden. Son la dolorosa conciencia de algo que no cesa.
El psicoanálisis tiene palabras para expresar las heridas individuales o sociales. Trauma refiere a un acontecimiento que genera una lesión o daño. Cuando la dimensión del trauma es social, cuando la justicia no llega, y el olvido y el silencio amenazan la integridad psíquica de los/las sujetos/as, René Käes y Janine Puget, hablan de catástrofe psíquica.
Una catástrofe psíquica se produce "cuando las modalidades habituales empleadas para tratar la negatividad inherente a la experiencia traumática se muestran insuficientes, especialmente cuando no pueden ser utilizadas por el sujeto debido a cualidades particulares de la relación entre realidad traumática interna y medio ambiente". La mención de este concepto no comparte ni legitima las interpretaciones de catástrofe hídrica, natural, con las que los responsables de la inundación quisieron y quieren evitar la justicia.
La cicatriz cuenta una historia que se inscribe disruptivamente en el cuerpo. Una cicatriz, primero fue herida, tajo, puntazo, corte, laceración, y luego el resultado del trabajo de la piel que ha comenzado a curarse, del tejido nuevo creciendo por debajo de la cáscara de sangre formada para proteger la herida. Dice Elena Basile (4) que hay cicatrices que pican: "(...) La comezón denota tanto la impaciencia de la piel para retornar al cuerpo a un estado de integridad, como la tozuda persistencia de la sangre seca, los remanentes de su derrame que dan testimonio de la violación pasada del cuerpo: un recordatorio del trauma, tanto como una protección de él. El espacio entre el tejido curativo y la cáscara de sangre marca una frontera, un límite frágil de transformación donde la superficie del cuerpo trabaja silenciosamente para readaptarse a los cambios impuestos desde afuera, mientras exhibe visiblemente los signos de su propia herida".
Dice la canción que allí todo está guardado: la memoria es el archivo del pueblo. Guardamos allí los nombres de los testigos, sus voces testimoniales, las cicatrices invisibles de la ausencia de nuestros/as muertos/as, las huellas que la experiencia transitada nos dejó. Los mojones para anclar la historia de una memoria poblada (hecha pueblo, también) de luchas.
Guardamos memoria de nuestra pérdida impensable, de nuestro duelo imposible, no como derrota, sino como condición de continuidad, de proyecto y de futuro. Quizás sume al ejercicio del nunca más, este pequeño diccionario para la buena memoria, palabras resignificadas para que allí donde desesperación y muerte fueron experiencia, como reverso y rescoldo, guardemos, también, memoria de la solidaridad que salva.
Cada 29 de abril nos hacemos río, para inundar de memoria, las calles y plazas que el agua nos dejó. Emergidos/as, emergentes, urgentes, necesarios/as victoriosos/as guardianes de un río de memorias.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!
J. L. Ortiz
(1) Psicóloga social. Profesora de Historia. Educadora en institutos de formación docente y trabajadora de museos.
(2) Kaës, René y Puget, Janine (compiladores) (2006). "Rupturas catastróficas y trabajo de la memoria", en "Violencia de Estado y psicoanálisis". Lumen. Buenos Aires.
(3) Levi, Primo (2006). "Trilogía de Auschwitz". México, Editorial Océano.
(4) Basile, Elena (2008). "Cicatrices lingüísticas que pican: pensamientos sobre traducción como una poética de curación cultural". En: Calefato, P. y Godayol, Pilar (coordinadores). Traducción/género/poscolonialismo. (páginas 19-28). La Crugía. Buenos Aires.