Por Juan Carlos Alby (*)
La peste saca lo peor de nosotros porque desnuda las almas y pone de manifiesto el egoísmo y la indiferencia hacia el otro. En esto reside su potencia mortífera más allá de sus efectos sobre el cuerpo.
Por Juan Carlos Alby (*)
Diotima, sacerdotisa de Mantinea, es el personaje femenino del Banquete de Platón. En este diálogo fechado hacia el 416 a. C. se pronuncian seis discursos acerca de Eros, el amor, cada uno a cargo de los invitados al banquete celebrado en la casa del poeta Agatón en honor a su triunfo en un concurso trágico. En orden cronológico, los elogios a Eros se sucedieron comenzando por Fedro, a quien siguieron Pausanias, Erixímaco, Aristófanes y Agatón, para culminar en el sexto como el núcleo de una revelación. Este discurso es el del filósofo Sócrates, maestro de Platón quien expone la teoría más elevada sobre Eros, pero a la manera de un profeta que habla por Diotima, la mujer a la que evoca como a la enigmática pitonisa que años atrás lo había iniciado en los misterios del amor.
Acerca de la historicidad de Diotima, las opiniones se encuentran divididas entre los especialistas. Los que se inclinan por su realidad histórica aducen que Platón siempre introduce personajes verdaderos en sus diálogos y que el busto de bronce de Diotima que se exhibe en el Museo Nacional de Nápoles es una prueba de su existencia en la lejana Mantinea de Arcadia. Por otro lado, los que la consideran un personaje ficticio, se apoyan en su condición femenina y en la ausencia de otros testimonios antiguos que no estén basados en el Banquete platónico.
Por encima de esta discusión, nos interesan las afirmaciones que Sócrates hace sobre ella, a quien califica de “sabia” y “muy sabia” en el tema que se debate y “en muchas otras cosas”. Pero más significativo resulta para nosotros lo dicho por Sócrates respecto de que Diotima, por sus sacrificios atrasó durante diez años la peste de Atenas (Banquete 201 d 3-5). Si se refiere a la famosa plaga que asoló a los atenienses en el inicio del verano del 430 a. C. y que es descrita por Tucídides en el segundo libro de su Historia de la guerra del Peloponeso (II, 47), el episodio que menciona Sócrates habría ocurrido en el 440 a. C. El relato de Tucídides sobre esta epidemia es el más dramático de todas las crónicas antiguas, por la crudeza con que describe los síntomas de la enfermedad y sus consecuencias sobre la sociedad ateniense. Los muertos eran arrojados por sus familiares a las piras funerarias ajenas en las que se cumulaban cadáveres, los enfermos eran abandonados a su suerte y los desórdenes y vandalismos se multiplicaban en la ciudad sin temor alguno al castigo de los dioses o de las leyes. Durante los últimos ciento cincuenta años, los estudiosos de la historia de la medicina se sintieron cautivados por la precisión en la terminología médica utilizada por Tucídides, quien también sufrió la enfermedad. En tal sentido, se formularon distintas hipótesis sobre la naturaleza de la plaga, que van desde el sarampión al virus Ébola. Una de las teorías más plausibles sobre su etiología surgió en la última década del siglo XX, cuando comenzó a usarse la modelación matemática epidemiológica para acotar las posibilidades de diagnóstico. En la misma década, la paleomicrobiología arribaba con sus métodos a la resolución del origen de ciertas plagas medievales. Durante las perforaciones realizadas en Atenas en una estación de metro, cuando la ciudad se preparaba para las Olimpíadas de 2004, se produjo el descubrimiento de una fosa común en el predio del antiguo cementerio Kerameikos. Allí aparecieron los restos de 150 niños, mujeres y hombres enterrados de manera desordenada y con evidente apresuramiento, sin rastros de los ritos funerarios propios de los atenienses, junto a cerámica votiva estimada hacia el 430 a. C. Se extrajo ADN de la pulpa dentaria de tres osamentas, el que fue identificado como propio de Salmonella typhi. No sin fuertes objeciones sostenidas hasta hoy, se fortaleció la hipótesis de que la plaga de Atenas consistió en una epidemia de fiebre tifoidea.
Es una pena que Sócrates, a través de Platón, no nos diga cuáles fueron los sacrificios que prescribió Diotima para atrasar la plaga. Pero el tema central del diálogo y la fuerza expresiva del discurso que se conoce como de Diotima-Sócrates, nos hace sospechar que tienen que ver con el aspecto sacrificial del amor. El Eros de Diotima se eleva por encima del de los cinco discursos anteriores, pues revela la dimensión mediadora que nos conecta con lo absoluto. Amor y sacrificio son dos caras de una misma moneda. Donde hay sacrificio hay dolor, y donde hay dolor debe haber un médico, lo que explica la presencia de Erixímaco, el médico, entre los seis disertantes de la casa de Agatón.
Según Albert Camus, la peste saca lo peor de nosotros porque desnuda las almas y pone de manifiesto el egoísmo y la indiferencia hacia el otro. En esto reside su potencia mortífera más allá de sus efectos sobre el cuerpo. Las medidas preventivas que nos exigen el sacrificio del aislamiento, nos interpelan de manera muy incómoda, tal vez porque nos obligan a enfrentar el más grande de todos los horrores, el de encontrarnos con nosotros mismos.
El Eros de Diotima se eleva por encima del de los cinco discursos anteriores, pues revela la dimensión mediadora que nos conecta con lo absoluto. Amor y sacrificio son dos caras de una misma moneda.
La peste saca lo peor de nosotros porque desnuda las almas y pone de manifiesto el egoísmo y la indiferencia hacia el otro. En esto reside su potencia mortífera más allá de sus efectos sobre el cuerpo.
(*) Doctor en Filosofía. Profesor Titular de Filosofía medieval y renacentista, FHUC-UNL. Facultad de Ciencias Médicas UNL.