Por Luis Niel (*)
Por Luis Niel (*)
La presente nota no tiene como intención abordar lo ocurrido con la vicepresidenta de la Nación, hecho que como liberal y republicano espero sea debidamente esclarecido por la Justicia en todas sus dimensiones e implicaciones.
El tema a tratar es un hecho que, si bien no se originó con dicho evento, sí alcanzó el paroxismo después de lo acontecido: me refiero al concepto de "discurso de odio", a su uso político y a los alcances del mismo. El concepto de hate speech no es nuevo; de hecho, lo viene utilizando particular y casi exclusivamente la nueva izquierda (new left), en especial en los Estados Unidos, como parte de su manual básico de acción para coartar libertades.
Comencemos por aclarar conceptualmente el tópico. Se podría definir, grosso modo, como todo discurso público que incentiva la violencia hacia personas o determinados grupos. Probablemente ninguna persona con espíritu republicano y democrático esté a favor de este tipo de acto de habla. Pero, como señalan algunos críticos, la cuestión no queda aquí, sino que el principal peligro radica en que se trata de un artificio ideológico de manipulación política, algo que podemos observar hoy en nuestro país. Es probable que "discurso de odio" sea hoy la frase más en boga de todo el espectro de izquierda, sea de la política, de la academia o de la farándula. Pero, ¿cómo funciona todo esto?
El primer paso consiste en instalar el concepto en el espacio público. Así, aparecen los presuntos odiadores seriales en oposición al neo-hippismo de los defensores de la paz. Tras una serie de mecanismos discursivos, los representantes de la izquierda en sus diversas facciones se autoidentifican como los defensores del discurso de amor (en contraposición con el discurso de odio), irónicamente olvidando el legado pacifista de la izquierda en el siglo XX, en especial en lugares como la URSS, la China de Mao y tantos otros, donde, cual Woodstock, se repartían flores para someter a los adversarios políticos. En la Argentina de hoy parece suceder algo de esta naturaleza. Aquellos que se encargaron de reivindicar y revivir el pacifismo de grupos como el ERP o Montoneros, que aplicaron la teoría de Laclau (inspirada en la obra de Carl Schmitt) del amigo/enemigo y así fracturaron la sociedad, que estigmatizaron violentamente a sectores como la "puta oligarquía" (por supuesto, todo en nombre del amor), nos dicen hoy desde el púlpito que todo es culpa de los "odiadores seriales".
Así llegamos al segundo paso que consiste en buscar, señalar, delimitar y, como se mencionó, estigmatizar a los presuntos culpables. De este modo, todo aquel que mantenga una opinión contraria a la "versión oficial" o se aleje ligeramente de sus términos, o que directamente se abstenga de emitir juicio alguno será automáticamente clasificado como 'facho de Derecha', promotor de los discursos de odio. Por supuesto, en esta abrumadora cruzada de buscar a los ‘odiadores seriales' caen no sólo políticos y medios de comunicación, sino incluso cualquier individuo que haya osado enviar algún meme de burla. Y en este marco se da un paso más: la colectivización de la culpa. Es por ello que algunos funcionarios hablan de la 'responsabilidad colectiva', acusando y responsabilizando de este modo a todo un sector de la sociedad. Pero, claro está, esto no afecta nunca a la izquierda, puesto que su rica historia muestra con claridad que sus impolutos ángeles nunca odiaron ni lastimaron a nadie.
Y luego viene el tercer paso, que es el más peligroso: la cancelación, la censura y el castigo. Aquí yace el hecho más peligroso de toda esta jugada de manual que consiste en castigar severamente a todos aquellos odiadores seriales y sus discursos de odio a través de la censura o de su nueva variante la 'cancelación' (tema para otra nota) que consiste en escrachar sistemáticamente y excluir a los presuntos odiadores del espacio público, evidentemente, impugnando ipso facto todo derecho a la libertad de expresión. Y aquí está el verdadero problema que es la contracara de los discursos de odio: la libertad de expresión, quizás uno de los bienes más preciados que heredamos del liberalismo. En los Estados Unidos se acuñó el término "veto del provocador" (heckler's veto) para designar la situación en la que, cuando un individuo o grupo está en desacuerdo con otro, se desencadena una serie de eventos que llevan a silenciar, cancelar (es decir, condenar al ostracismo) e incluso, en algunos casos, directamente a castigos judiciales penales. ¿Cuál es el problema? Algo que sucede cada vez más a menudo: ante la más ligera sospecha de que lo que el otro dice podría llegar a herir cualquier tipo de susceptibilidad de algún grupo, dicho discurso 'de odio' queda automáticamente cancelado, es decir, censurado. La acusación de discurso de odio es el arma más peligrosa contra la libertad de expresión. Y si observamos a países como Venezuela, veremos que este recurso incluso se institucionalizó a través de la "Ley contra el odio", que directamente impone castigos penales.
Entiéndase bien el problema. La lógica del discurso de odio comienza parándose en una línea muy delgada entre libertad de expresión e incitación a la violencia, pero a la que, en virtud de un artificio ideológico, termina moviendo unilateralmente en un claro intento de avasallamiento del derecho a la libertad de expresión. Una cosa es decir (sobre todo si se trata de una persona pública): "¡Vamos a quemarles los campos a los sojeros!", que es en efecto una incitación a la violencia y que está incluso tipificada penalmente, y otra muy distinta es decir: "Tengo mis dudas con respecto a lo acontecido el viernes pasado, así que prefiero no emitir opinión hasta que se pronuncie la justicia". Si encuadramos el segundo caso en el marco de "discurso de odio", estamos ya dentro de la lógica perversa de la censura, que atenta directa y abiertamente contra el derecho de libertad de expresión.
Se podría agregar aquí un cuarto paso: la ejemplificación. Las sanciones tales como la cancelación, censura o directamente el castigo penal, deben servir de ejemplo para intimidar abiertamente a todo aquel que ose discutir o cuestionar algunos de los tópicos del manual escolar de la nueva izquierda. Hoy en día, el trending topic es lo acontecido a la vicepresidenta, pero normalmente los temas tabúes abarcan áreas tan diversas, como ser poner en duda la ideología de género o el uso del lenguaje inclusivo. Quien cuestione estos Dogmas de Fe "en nombre de un discurso de odio", será severamente castigado y esto servirá de ejemplo para todos aquellos que pretendan imitarlos. Por supuesto, como suele suceder, la acusación de "discurso de odio" es casi siempre unilateral y se aplica sólo a los "fachos de Derecha", pues, como dijera magistralmente un expresidente: "La izquierda te da fueros".
La libertad de expresión (que se extiende desde la libertad de prensa y la libertad e independencia de los diferentes poderes del Estado hasta el derecho individual de cualquier ciudadano a expresarse libremente sin temor a ser estigmatizado) es el resultado de largas y dolorosas luchas que costó muchas vidas. En el contexto actual, debemos hacer todo lo posible para defenderla más que nunca.
(*) Doctor en Filosofía, Universidad de Colonia, Alemania.