Queridos Amigos. Muy buenos días. ¿Cómo están? Espero que bien. Una vez más tenemos la oportunidad de reflexionar sobre la Palabra de Dios que siempre nos ilumina, cuestiona y compromete. Hoy celebramos el vigésimo séptimo domingo durante el año y la Liturgia de la Palabra de Dios, pone en el centro un tema muy difícil, el divorcio. En el Evangelio de hoy los fariseos le preguntan a Jesús: ¿Es lícito al hombre separarse de su mujer?
No es mi intención repetir lo que piensa la sociedad de hoy, lo que proponen las revistas de la "Farándula" y mucho menos polemizar con algunas tendencias actuales. Mi aporte, en este tiempo de tanto relativismo ético y moral es recordar la sana doctrina cristiana contenida en la Sagrada Escritura, porque la Biblia para los cristianos es y debe ser la Carta Magna, una fuente inagotable de inspiración. Las discusiones en torno al divorcio son tan antiguas como el hombre. En tiempos de Jesús los debates sobre este tema estaban polarizados por dos escuelas:
* Una, representada por el rabino laxista Hillel, que lo admitía "por cualquier motivo". Por ejemplo, era suficiente para despedir a la mujer, dándole el "acta de repudio", por no llevar el tradicional velo calado sobre la cara, o cuando una mujer se detenía en la calle para hablar con otro hombre, o simplemente haber encontrado otra mujer que le gustara más...
* Otra escuela era la de Shamai, que únicamente aceptaba el divorcio "en caso de adulterio".
Quizás todos nosotros nos hayamos preguntado alguna vez: ¿Qué pensar y qué hacer ante tantos matrimonios en situaciones difíciles aparentemente insolubles? Ante la pregunta que le han hecho los fariseos en el evangelio de hoy, Jesús no se limita a responderles, qué pueden y qué no pueden hacer, aborda el fondo de la cuestión, recordando la voluntad del creador.
Para Jesús, lo que Dios hizo y dijo al principio vale para siempre. El Plan de Dios, nunca puede ser derogado ni cambiado. No depende de la opinión del papa, de los jueces o de la opinión pública. La carta fundacional contenida en el Libro del Génesis es clara: "(…) Dios creó al hombre varón y mujer los creó… Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne". Y frente a la pregunta: ¿Es lícito al hombre separarse de su mujer? Jesús es contundente al decir: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre".
Más allá de lo que piensa la sociedad, Jesús reafirma el ideal del matrimonio humano, afirmando: La opción por el amor que lo fundamenta debe ser definitiva. Hoy, muchos se preguntan: ¿Es posible el amor de por vida? ¿Es posible la fidelidad matrimonial en el tiempo actual? Cada uno tendrá su respuesta, pero la experiencia de vida nos enseña: contando solamente con las fuerzas puramente humanas, no. El amor humano debe ser sublimado por el amor de Cristo. Solo Dios puede cambiar el agua en buen vino.
En este tiempo de tanta complejidad, la propuesta no es facilitar el divorcio, sino aumentar y potenciar el amor. Hoy, más que nunca debemos acercarnos a cada matrimonio con la actitud de respeto, descalzos tal como lo relata el Libro del Éxodo: "Cuando Moisés se acercaba a la zarza ardiente, escuchó la voz que le decía: Moisés, no te acerques aquí; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa".
Ciertamente, el matrimonio es una realidad sagrada, lo que pasa entre un hombre y una mujer es "algo sagrado" es "un misterio". ¿Quién puede meterse con sus zapatos sucios, muchas veces embarrados en la vida de los esposos, haciendo sus comentarios, juicios, como a veces lo hacen los medios y no sólo ellos? ¿Quién soy yo para hablar del otro?
Mis queridos amigos, qué momento oportuno para pensar en nuestras actitudes y afirmaciones al respecto. Que Dios nos bendiga.
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