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No estoy del todo seguro que el título "La mejor juventud" sea el más acertado, aunque más no sea por el hecho de que esas virtudes nunca es aconsejable que se las atribuya uno mismo, pero sí considero acertado un documental que expresa las voces de una juventud política, la juventud radical, cuyo protagonismo en los años sesenta y setenta fue importante, ampliando con este testimonio documental un panorama histórico que pareciera reducir el protagonismo generacional de los míticos años sesenta a las experiencias políticas de la izquierda armada en sus variantes populistas o marxistas. El documental "La mejor juventud", auspiciado por la "Fundación Alem" y dirigido por Luis Quevedo, instala en el debate a protagonistas que pertenecieron a la generación del sesenta y asumieron compromisos políticos con el entusiasmo y los desafíos que esos compromisos conllevaban en años de dictaduras militares y persecuciones políticas. "La mejor juventud" viene a completar un escenario histórico cuya amplitud no puede ser apropiado por una exclusiva orientación ideológica. Si a la generación del sesenta se la suele identificar con ese contexto histórico marcado por la presencia de mitos revolucionarios, este documental se suma al debate no para desconocer aquello que sin duda existió, sino para destacar que esa misma sed de cambios incluía otras prácticas políticas que no se identificaban con el marxismo o con proclamas a favor de la lucha armada.
II
Como muy bien dijera uno de los entrevistados, "contra las dictaduras militares y sus secuelas de represión y hambre estábamos todos de acuerdo, pero las diferencias se planteaban alrededor de los caminos a recorrer para superar esos regímenes…nosotros siempre creímos que la democracia era un punto de partida indispensable para imaginar cambios más o menos profundos, y siempre rechazamos los dogmas ideológicos y las estrategias de quienes suponían que los procesos de cambio debían realizarse por la vía de las armas". El documental da a conocer las voces de actuales dirigentes radicales que en su momento militaron en la juventud de su partido defendiendo estas tradiciones partidarias, pero inspirados en los ideales de la reforma universitaria y con la certeza de que un partido centenario para ser tal debe renovarse, asimilar los nuevos cambios en el país y en el mundo, sin renegar de aquellas tradiciones que dieron razón de ser a la UCR: la soberanía popular, el respeto a las libertades y la solidaridad con los desposeídos.
III
En el documental, los entrevistados narran sus experiencias, incluso sus dudas e incertidumbres. A la coincidencia acerca de la participación en un partido político tradicional al que le atribuyen, además de su vocación mayoritaria, una profunda convicción democrática, los jóvenes de entonces no desconocen las dificultades para militar por una alternativa política cuya aspiración en tiempos de la dictadura militar de Onganía se expresaba en la consigna de "elecciones libres y sin proscripciones", en un clima cultural en el que predominaban las manifiestas simpatías por la ideología marxista, la reivindicación de las experiencias revolucionarias de ese signo y, en la mayoría de los casos, la convicción de que la superación a un orden dictatorial y una sociedad injusta debía realizarse por la vía de la lucha armada. Los entrevistados insisten en que no era fácil ni cómodo ser radical y predicar las bondades del estado de derecho, en un clima donde se suponía que el poder nacía del fusil y que las armas debían reemplazar la verdad de las urnas.
IV
El documental "La mejor juventud", no oculta su objetivo de reivindicar la labor de la juventud radical de los años sesenta y setenta a través de las voces de sus principales dirigentes. No pretende ser políticamente neutral. Su intención es dar a conocer a la opinión pública otra mirada sobre la generación del sesenta, otra manera de concebir la política. No interesa abrir juicios morales acerca de quién era más bueno o más malo, sino evaluar decisiones que incluían consecuencias políticas pero también humanas. Dilemas ideológicos como la paz o la guerra; la vida o la muerte; la libertad o la opresión, estaban presentes de manera intensa. Franja Morada, expresión de la juventud radical en las universidades, fue una de las principales expresiones de esta mirada humanista fundada en la paz y apostando a los beneficios de las reformas más que a las promesas utópicas de la revolución. Importa destacar en nombre de la verdad histórica que socialistas, agrupaciones de la denominada izquierda nacional e incluso la Juventud Comunista de entonces, privilegiaban los cambios pacíficos y rechazaban las estrategias foquistas no solo por sus costos en sangre, sino porque, como la realidad luego se encargó de confirmarlo por el peor de los caminos, eran la antesala para una represión que no vacilaría en someter a la sociedad en un baño de sangre.
V
Los años sesenta, nuestros años sesenta, como escribiera el sociólogo Oscar Terán, incluía también un desafío cultural, una construcción intelectual alrededor de los beneficios de la revolución cuyos paradigmas podían ser Cuba, Argelia, China, URSS o Vietnam. La rebeldía fue también una impugnación a la realidad política de un país cuyas fuerzas armadas se atribuyeron el atributo de decidir lo permitido y prohibido, y de considerarse la reserva moral de la nación más allá de las leyes y de la propia Constitución nacional. La rebelión juvenil tenía motivos para expresarse, pero acto seguido estuvo presente el debate acerca de los caminos de esa rebelión. Si en el plano político la antinomia fue revolución o reforma, en el plano intelectual los dilemas fueron más confusos, confusión a la que muchos intelectuales prestigiados alentaron con su sed de absoluto, sus recelos a las libertades y sus simpatías por los regímenes totalitarios.
VI
Aún hoy sigue siendo motivo de asombro que Jean Paul Sartre haya escrito el prólogo sanguinario de "Los condenados de la tierra" de Fanon, o que una escritora exquisita como Rossana Rossanda haya adherido a las salvajadas de la revolución cultural china. Si el asalto a la razón y las proclamas contra las virtudes de la inteligencia parecen ser una condición inexcusable del fascismo, habría que preguntarse con qué palabras calificar esa otra actitud de una amplia franja del campo intelectual propiciando desde la izquierda las virtudes de la muerte en nombre de una buena causa, los beneficios de un orden despótico y la complicidad del silencio para justificar estos actos de barbarie. "La mejor juventud", no se propone avanzar demasiado en estas consideraciones, pero sin duda que están latentes en algunos casos como crítica y en otros como ausencia, sobre todo porque en aquellos años las aspiraciones reformistas, la moderación política y la adhesión a las libertades de la modernidad parecían carecer del dudoso "prestigio" y la burbujeante seducción de las causas extremistas.
VII
Por último, Raúl Alfonsín y la relación de los jóvenes radicales con él. El interrogante no es convencional, porque también en este punto hay matices. Alfonsín como líder político; Alfonsín como el político que con su prédica republicana impidió que muchos jóvenes de entonces se volcaran a la lucha armada; Alfonsín como referente para proyectar los ideales universitarios al campo político; Alfonsín como continuidad de una tradición que se inicia con Alem e Yrigoyen, continúa con Sabattini, Lebensohn, Larralde, Illia y Balbín. Una observación importa: la adhesión fue sincera, pero en más de un caso se sugiere que esa adhesión no fue incondicional, que sin desconocer los afectos, los muchachos fueron leales a una genuina formación política en las tradiciones del liberalismo democrático, formación que resiste la sumisión al jefe, al conductor o al líder. Los jóvenes radicales nunca renegaron de su admiración y cariño por Alfonsín, pero tampoco nunca disimularon sus diferencias cuando consideraron que ellas eran importantes. La escena no está en el documental, pero aun tengo presente un debate televisivo entre estos jóvenes radicales con jóvenes de la juventud peronista. "Somos alfonsinistas y lo decimos con todo orgullo, pero nuestro líder nunca nos convocó a tomar las armas y, mucho menos, nunca ordenó que luego nos liquidaran físicamente por haberle hecho caso ayer y desobedecerlo hoy".