Donald Trump es el nuevo presidente de los Estados Unidos. Ganó por una amplia diferencia, dicen los titulares de los diarios norteamericanos, una afirmación que podría ser considerada una verdad a medias, porque si bien está fuera de discusión que ganó con alrededor de 70 millones de votos, también es cierto que más de 65 millones de estadounidenses le votaron en contra. Es decir, casi tres veces más que la totalidad de los votantes argentinos. Le guste o no, Trump no podrá hacer lo que se le da la gana. Los norteamericanos, incluso muchos de los que por un motivo u otro lo votaron, no lo dejarán. Y esa oposición seguramente se hará notar sobre todo si el flamante presidente cede a la tentación de concentrar o abusar del poder, porque más allá de un resultado electoral y más allá de las extravagancias de un presidente, Estado Unidos seguirá siendo una democracia y se esforzará en honrar el principio de uno de sus padres fundadores: "Ser una ciudad que brille en lo alto de una colina".
Trump ganó y hay que reconocerle que supo cautivar a su electorado, que su controvertida personalidad fascina a multitudes y que en su estilo, en sus modales, en sus raptos de cólera y en sus humoradas vulgares representa prejuicios, fantasías, pasiones y resentimientos de millones de yanquis. Ese personaje gesticulante, bocón, capaz de decir una cosa y acto seguido decir lo contrario, sin que se le altere un músculo del rostro, parece salido de una de esas producciones de Hollywood de los tiempos de la Guerra Fría o una variante de cowboys que John Wayne hubiera aprobado sin vacilaciones, con el consentimiento mudo de Rambo y el brindis espumoso de Lucky Luciano y Scarface. Digresiones al margen, lo cierto es que el próximo 20 de enero Donald Trump asumirá el poder y la oposición demócrata admitirá los resultados como corresponde en una democracia, un dato que importa destacar porque hace cuatro años él protagonizó una verdadero operativo de piratería política, alentando y soliviantando a facinerosos, nostálgicos del Ku Ku Klan, militantes de las "sociedades del rifle", racistas de todo pelaje y devotos del principio de legitimidad fundacional ("Blanco, anglosajón y protestante"), para que asalten el Capitolio. Al cortejo se sumaron también lúmpenes y desclasados que en aquellas siniestras jornadas de enero de 2021 sentaron el precedente del primer intento de golpe de Estado en la historia del país que históricamente fundó la democracia representativa, republicana, pluralista y con mandatos presidenciales alternados.
Ni bien se conocieron los resultados electorales, se precipitaron las adhesiones internacionales. Se sabe que es lo que corresponde, pero también se sabe, o se sospecha, que algunos políticos y jefes de Estado a esas adhesiones les incluyeron un singular entusiasmo, una indisimulable solidaridad ideológica con el ganador. Digo, para ser más claro, que la flamante ultraderecha que crece y se desparrama como flor de cactus en la aldea global del siglo XXI, expresó su alborozo. Pienso en Nayib Bukele, Geert Wilders, Víktor Orban, Jair Bolsonaro, Giorgia Meloni, Matteo Salvini, Narendra Modi, Dick Schoof, Santiago Abascal y, por supuesto, Javier Milei. Una de las primeras declaraciones de Trump fue diagnosticar, con la modestia que lo distingue, que él "es el líder mundial del movimiento político más grande de todos los tiempos". ¡Epa! ¿Esa frase no le pertenece a nuestro presidente Milei? Que se arreglen entre ellos. Afinidades para entenderse no les faltan; tampoco ambiciones. Último momento: según me informan, desde Transilvania salió una galera tirada por caballos negros en dirección a Washington llevando un telegrama de felicitaciones con un sello nobiliario y la firma de un reconocido y popular conde. Conclusión: la extrema derecha está de parabienes. Sospecho que Vladímir Putin también está satisfecho.
Olvidaba decir que Trump suma, además de sus reconocidas virtudes, algunas novedades históricas. Es el presidente más viejo de Estados Unidos, una fatalidad cronológica que lo coloca a Joe Biden, en uno de esos juegos irónicos de la vida, en un segundo puesto. Poesía del destino: Trump se cansó de burlarse de Biden por su edad y ahora el que empezará a olvidarse de algunas normas del protocolo, o de algún nombre, o de alguna firma, es probable que sea él. Trump, además, es el segundo presidente en la historia de este país que ejerce un mandato, regresa al llano y luego retorna al poder. Aplausos. Otras galas honran su curriculum: es el primer presidente estadounidense que llega a la Casa Blanca con una condena judicial en las costillas. El New York Times no vacila en calificarlo de ser el primer presidente delincuente. Y Michelle Obama, en un acto público, lo calificó de estafador. Para no irnos tan lejos, Marcelo Longobardi en el programa de Radio Rivadavia del miércoles dijo sencillamente que es un gangster.
La verdad sea dicha, causas judiciales no le faltan. En ese plano el hombre es una preciosura: abuso de poder, estafador, misógino, acosador sexual, machista. Digamos que el hombre se ha dado sus gustos. Por ejemplo, las dos veces que fue elegido presidente derrotó a candidatas mujeres: Hillary Clinton y Kamala Harris. Nobleza obliga, hay que reconocerle que nunca disimuló sus deseos, pulsiones y codicias. No solo no las disimuló sino que se jactó de ellas y hasta se dio el lujo de decir que aunque lo sorprendieran cometiendo el crimen más horrible, el pueblo norteamericano lo votaría lo mismo. He aquí un dirigente que confía en la bondad y la piedad de sus votantes. Tal vez exagere un poco, pero no tanto: 70 millones de yanquis lo votaron. Y sabían muy bien a quién estaban votando. Allí había para todos los gustos: multimillonarios que, al decir de Raymond Chandler, les resultaría muy difícil probar el origen de sus fortunas; hijos y nietos de inmigrantes que lograron subir a la nave, es decir, que entraron a Estados Unidos nadando desnudos, hambrientos y zaparrastrosos, los mismos que luego de esfuerzos y humillaciones lograron blanquear sus papeles y que ahora instalados en su nuevo status no vacilan en empujar al fondo del mar a los paisanos que pretenden lo mismo que pretendieron sus padres y sus abuelos. Entreverados en esos votos están lo que se llama "América profunda", esa América conservadora, religiosa, racista y resentida. También lo votaron muchos americanos blancos y pobres. Lo decía el sociólogo Wright Mills: "No hay nada más reaccionario, resentido y violento que ese americano pobre que contempla mascullando odio como un negro o un latino disponen de una posición económica más sólida que la suya". Numerosas películas, novelas, canciones y obras de teatro se escribieron representando esa realidad. Se dice que Trump supo alentar el sueño americano. Puede ser, advirtiendo que no hay un solo sueño americano y que algunos de esos sueños se parecen mucho a pesadillas atroces. Por supuesto que no es ninguna novedad que esas multitudes empobrecidas, enclaustradas en su egoísmo y acechadas por el espantajo del fracaso en la sociedad que premia el éxito, se fascinen por un candidato que les promete hacer realidad el sueño de que todos podemos ser millonarios, viajar en yates lujosos, alojarnos en los hoteles más estrellados, consumir el whisky más caro, disfrutar de las mujeres más hermosas sin importar cuánto cobren para facilitar un instante de placer, residir en mansiones dignas del Gran Gatsby y burlarse de la ley y de los jueces. Dios salve a Estados Unidos; Dios bendiga a América.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.