Como se decía en un viejo programa de TV: "Sin repetir y sin soplar: ¿Qué conceptos asocia a la escuela secundaria?", comenzando ya: "repitencia", "sobreedad", "deserción", "bajo rendimiento", "poca calidad", "indisciplina", "desigualdad", "notas bajas", "sin motivación". Son las palabras que suelen encontrarse cuando se habla de este nivel educativo.
Quizá la premisa sobre la que estamos todos de acuerdo es que el secundario necesita reformas y mejoras de fondo. En Argentina venimos de una amplia transformación de este nivel educativo cuando pasó a ser obligatorio (a partir de lo estipulado en la Ley de Educación Nacional de 2006 e implementado tiempo después en la provincia), por lo que todos los adolescentes de 13 a 17 deben estar en las aulas. Hace poco más de una década esto no era así. El secundario era un tramo de la educación que surgió destinado a la formación de los sectores medios y altos.
La obligatoriedad congregó a las escuelas a una población que antes no estaba considerada. Como plantea el sociólogo y especialista en educación Emilio Tenti Fanfani, está sucediendo lo mismo que ocurrió en Francia en la década del '70, cuando se generalizó la obligatoriedad del nivel. La sociedad empezó a "tomarle examen" a la escuela. Si están todos ahí y obtienen certificados, ¿qué aprenden? ¿aprenden acaso? ¿con qué competencias salen?
El secundario universal, con el ingreso de sectores de la población de adolescentes que nunca antes habían accedido al mismo, aún es relativamente reciente para un ámbito como el educativo, donde las transformaciones son a largo plazo. Por ende, es un nivel que sigue planteando desafíos. Se pone en evidencia la necesidad de repensar sus formatos organizacionales, de mejorar la retención y la promoción de los estudiantes, la calidad de los aprendizajes, el acceso a las tecnologías, de resolver las desigualdades. También de rever qué pasa con la pérdida de sentido de la educación secundaria para los adolescentes, en una sociedad del conocimiento signada por la tecnología y la falta de garantías de acceso a un empleo, aunque se continúen estudios superiores.
Esas discusiones son aún más difíciles para la política pública si se las enfoca desde el prisma de la obligatoriedad del nivel, desde la necesidad de otorgar a todos los adolescentes del país su derecho a la educación, de darles la oportunidad de que estén en la escuela, aprendiendo. En esa búsqueda, van surgiendo propuestas como la de Santa Fe, cuyo gobierno está poniendo el foco en sostener las trayectorias educativas del estudiantado con el formato de "secundario continúo". Básicamente para que no deserten de la escuela porque repitieron de curso y tienen sobreedad.
Ahora el interrogante está puesto en si este secundario continuo, sin repitencia, alcanza o no a resolver, aunque sea en parte, los problemas de la escuela secundaria. Con relación a lo anunciado, quedan dudas acerca de cómo se va a implementar esta estrategia. No se especificó si es un formato que se aplicará en todo el nivel o sólo en alguno de sus ciclos (básico u orientado), ni si habrá un máximo de asignaturas adeudadas, entre otras preguntas que llevaron a que los diputados santafesinos realicen un pedido de informes a la cartera educativa.
El debate está abierto, con posturas a favor y en contra, pero con la premisa de base de que algo se debe hacer para mejorar los indicadores del nivel. Y que hay que hacerlo con todos los chicos y las chicas dentro de las aulas. O nuevamente llegará la evaluación de Pisa y volveremos que leer en los titulares lo mal que le va a la escuela secundaria, sin pasar a una discusión seria, amplia y urgente, que convoque a los actores educativos y políticos, a los padres y a la sociedad toda, a revisar los problemas de fondo relacionados con la enseñanza-aprendizaje, la organización institucional, la formación y los puestos docentes.
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