Miles de hombres y mujeres son humillados a diario. Las causas son ideológicas, ignorantes o revanchistas. Se les exige obras magnánimas y ellos responden con resultados inmejorables. Quienes les ordenan se vanaglorian de esos logros como propios y no les darán los recursos para que esas tareas sean desarrolladas dignamente. Si alguna vez fallan, porque también son humanos pese a que su impoluta postura lo disimule, la culpa será pura y exclusivamente de ellos. “Amigos en el triunfo, enemigos en la derrota”, reflexionarán los que miran desde una (falsa) óptica superior. Pensar, sino, en aquel mayor que lleva meses preso en Gualeguaychú: las autoridades militares dicen que hizo todo bien, sin embargo no adoptan ninguna acción institucional para demostrarlo legal y formalmente. ¿Entorpecer la investigación? No, defenderlo. Pero, más fácil es relevarlo y dejar todo en "manos de la Justicia civil", como si dejara de ser un camarada militar.
Ultrajados por ajenos y cómplices, aquellos que encuentran posibilidades económicas (afuera de los cuarteles) que les permita sostener a sus familias, dejan atrás su vocación para priorizar el futuro de sus hijos; que no vivirán del regocijo de su padre o madre por cumplir con el sueño de ser militar. Muchos otros, en medio de una crisis social general, no encuentran ninguna salida y entran en un laberinto emocional que es una trampa mortal en la que poca ayuda tendrán para salir. Sin embargo, el fácil acceso a las armas los despoja de sufrimiento en cantidades que no nos deberíamos permitir.
Los soldados de nuestra Patria están hundidos en los índices de pobreza. Tienen, para su funcionamiento institucional, uno de los peores presupuestos del mundo. Eso les afecta desde lo cotidiano, incluso debajo del nivel táctico, donde ya poco tienen para comer en su lugar de trabajo. A veces eso poco trae gusanos, sin permiso para quejarse de tamaña injusticia. En lo táctico, muchos soldados terminan su servicio sin saber efectivamente armar su fusil sin tratarlo como un rompecabezas. Ahí no hay mucho más que aclarar. Afecta también lo más operacional y estratégico: no pueden adiestrarse como merecen y saben que el poder de respuesta para el cumplimiento de su objetivo matriz es bajo.
La cadena de disciplina, la motivación y la moral están rotas. No hay un reflejo, no encuentran ascendiente cuando buscan un guía firme. Una sociedad injusta y olvidadiza; representantes que no representan; jefes que no son líderes y un entorno hostil quiebran el espíritu del soldado.
La conciencia del material antiguo y vulnerable; con la expectativa de que la desgracia está a la vuelta de la esquina y que la responsabilidad será exclusiva del menor eslabón, se convierte en un tridente que resiente al máximo la intención de hacer. El funcionamiento institucional se aplana casi totalmente por falta de recursos y por un temor que paraliza.
Si un camión desbarranca, muchos apuntarán al jefe por las condiciones del vehículo y las formas de transporte de su personal. Otras tantos señalarán a quien conducía. Pocos reconocerán que el jefe hace lo que puede (y más) con lo que tiene (casi nada). Ya ni siquiera “administra miseria”, como se decía, ahora se administra la menor desgracia posible. Por otro lado, muy pocos se preguntarán si quien manejaba había recibido la experiencia y las garantías suficientes al mismo tiempo que se le ordenaba conducir. “A la suerte hay que ayudarla". Quizá el método causal no debería enfocarse en los motivos circunstanciales, sino en todas las decisiones previas y de primer nivel que llevaron a esta realidad.
Al ritmo de los últimos años, si no se matan por sí mismos o si no los mata la inseguridad, los matará la desidia del entorno de trabajo y los medios que tanto aman. Las Fuerzas Armadas son tres, pero los que odian y ejecutan en contra de su existencia sólo saben repetir de memoria el eslogan que representa su mayor sueño incluyendo solamente a una: “Hay que cerrar al Ejército”, urgente, antes que mueran todos los soldados de nuestra Patria.