La Peste, la del Covid-19 y sus variantes en cepas, minicepas y cuasi cepas, desnudó a la Argentina. Nos dejó en el siglo XXI, a los gritos y sin estar preparados. Y es mentira -perdón, corrijamos, seamos menos bruscos- no es verdad que La Peste pasó y que sus secuelas terminaron. Cambió el mundo, las relaciones, la objetividad sobre el vecino y hasta los conceptos de vida, muerte, solidaridad, hospital y negligencia.
Cambio de vidas
En Argentina, resuelta su existencia por decreto del 20 de marzo de 2020, La Peste enfrentó burócratas con pobres, negocios de amigotes con médicos ineptos; hasta provocó una nueva generación de panelistas de TV, los especialistas en Covid. La Peste no se fue y, de hecho, cambió el juego de sinceridad y desconocimiento.
Nadie puede aducir su torpeza. Ni Alberto Fernández ni Horacio Verbitzky y/o Ginés González García. Tampoco pueden refugiarse en la torpeza los compradores de vacunas o los acopiadores de respiradores. Mucho menos las prepagas.
Bienvenidos a la realidad
Claramente Argentina entró al siglo XXI después de su llegada y su aceptación. Salute país. Los apestados que vamos a morir te saludamos. Se estudiará por años esto que enunciamos y que no nos animamos a desarrollar (el concepto) porque nuestro grado de conocimiento científico no nos da para más que eso, enunciación.
Las relaciones de la sociedad y el comportamiento individual fue / es diferente después de La Peste y, además, sus secuelas no han sido debidamente revisadas y estimadas, según informan desde epidemiólogos hasta sicólogos y sociólogos. Obvio, los economistas están dentro del gran cambio. Un gran patapúfete que no ha cesado.
A esta situación, Maremoto, Tsunami, movimiento de las placas tectónicas tranquilas en su nivel por tanto tiempo, en Argentina La Peste nos afectó, pero menos que los fenómenos que causó el Campeonato Mundial de Fútbol Profesional en Qatar. Sus consecuencias tienen años para funcionar, no se irán. Mienten quienes dicen que son de poca incidencia en la sociedad.
Nadie pudo esquivarlo
El hecho de Qatar significó aceptar que la economía y la coima (íntima convicción y Grondona está muerto) con más lo siguiente: el patriarcado y las sociedades teocráticas son unas, si declamamos desde la lejana izquierda de vidrieras, y son otras si pagan su peaje. Por la plata baila el mono, el velo y la igualdad de género. Sucedió, muchachos.
Aquellos que hace años vivían de velar el triunfo de 1986, complotaban sin cesar porque estaba claro que terminaba su curro de portadores de una medalla. Fin de una mentira y una anécdota, una exageración y un olvido.
El fin del velatorio
Los testigos de 1986, que contaban y contaban una gesta, no estuvieron en este y más, no pudieron ser parte de la novelesca o la épica de 2022, si es que la hubo. Otros narradores para el porvenir. Por testigos me refiero a los testigos pagos, que de aquel acontecimiento del '86 hicieron un modo de vida que se terminó. Chau. Listo.
Un elemento que juega en los detallados gestos de las relaciones públicas y la ideología que encierran (y sí, sí señor, la encierran), tuvo su punto más alto cuando entraron en Qatar, al final de todo, dos de los ganadores de 1986 y ninguno de los ganadores de 1978. Nota, estaba en todos los partidos Kempes. Se lo vio. Las cámaras lo enfocaban. Y está Menotti vivito y consciente.
Una hipocresía que entristece
Si los milicos son parte de la negación sobre 1978, hay algo que no se entiende. ¿Tenemos tres estrellas de los mundiales o dos? Se insiste: ¿son tres estrellas o dos? Plantear la ideología de una zurdería que no puede ocultarse en mitad de los festejos es cruel y eso hicieron: crueldades.
¿Qué cosa no se entiende? Están bordando tres estrellas por tanto hay tres campeonatos ganados y uno de esos tres fue el de 1978. ¿Se entiende o seguirán haciendo de la hipocresía algo doblemente infame?
Que el Partido Militar en su segundo mandato (1976 a 1983) fue torturador y asesino es tan cierto como que el festejo del campeonato agarró para otro lado y esa es la enseñanza. ¿Se entiende?
Comparaciones incomparables
La diferencia entre Maradona y Messi existe y es muy grande. La diferencia entre un equipo y otro es, más allá de lo deportivo, de comportamiento social. Cuidado: también de indulgencias y perdones para con Maradona. Vamos, vamos, vamos…
¿Quién será el Valdano que parta hacia lo "intelectual" y dé conferencias sobre liderazgo? ¿Y quién el Ruggeri que deseaba el fracaso en Qatar y vende, en avisos de televisión, productos rebajados de una cadena de supermercados?
¿Quién será el Leopoldo Jacinto Luque, que vuelva a un pasado que no fue ni lindo ni perfecto? ¿Quién será el Kempes que conquistó un lugar en el fútbol de España, y quién el Pasarella de tantos actos contradictorios, incluida su afección gastrointestinal?
¿Quién será el Cóppola que sobreviva a todas las afecciones de Maradona, que no hable de la enfermedad de Diego y sea su biógrafo no autorizado? Con esta advertencia: no hay un Maradona fuera de la cancha, exagerado, desbordado, ilegal y cercano a Dios. Messi es diferente y comparar es esa enfermedad Argentina. San Martín o Belgrano… por favor.
Dos mundos diferentes
Tal vez el punto de quiebre esté allí. Ubicados contra desbordados. Y algo tremendo, muy difícil de mantener en la oscuridad. Después de 1986 fueron todos, todos, todos los que siguieron, parte de una "Generación Plateada". Es decir: medallas de plata, nunca volvió el oro de los campeones. Les dolía ser plateados a los argentos (Ojito: argento como plata). Pero con esta generación llegó el oro que ningún Verón/Mascherano/Riquelme puede mostrar.
Por fuera de los oropeles, algo que fue tres veces inatajable: la alegría popular. En el primer caso, el de 1978, quisieron esconderla pero las fotos están y las filmaciones también. La alegría popular fue inatajable. Aún hoy muchos reniegan de un rostro alegre que las fotos no pueden esconder… y entonces bueno, esconden las fotos.
En el segundo caso, 1986, quisieron usarla y no fue posible. No hay actor político que pueda resolver el grito de gol o un penal atajado, como en 1978 no hubo milico que reemplazase a la pelota en el poste del jugador holandés más allá de los 30 minutos del segundo tiempo en la final. "Dinámica de lo impensado". En este caso quedaron fuera los comentaristas con afanes comerciales y los que "hacían prensa" por tal o cual jugador.
La realidad es inatajable
Otra vez, como tantas otras, el deporte tiene sus reglas más claras y menos distorsionadas. Si el penal va adentro es gol y se terminó el partido. No hay "habeas corpus", ni mafia judicial. Nada.
El triunfo de 2022 se inscribe en la lozanía de muchachitos jóvenes con pocos ancianos de 30 años de edad en la cancha. Un director técnico que ganaba muy poco dinero pero era parte del juego. Del juego en que andaban (perdón Gelman) los convocados a jugar, estar, acompañar. Nótese: todos son siglo XXI.
Otra vez, la alegría desbordó los recaudos. Todos querían festejar. Los que, además de festejar querían aprovecharse no pudieron o, al menos, no les resultó fácil. No es certero decir que La Peste desapareció. Está y, además, cambió el mundo. El siglo XXI empezó definitivamente después de La Peste.
Nadie puede plantearse que el personaje medio de Argentina no sabe qué cosa es festejar sin segundas intenciones. Todos estuvimos en la calle y no era necesario hablar de la grieta o la inflación, el AUH o el IVA. Nada que molestase la sonrisa. Eso queda. Como las secuelas o la recidiva de La Peste. No será sencillo desalojar un hecho: se festejó sin denuestos contra el Otro. No es posible quitar lo bordado: tres estrellas.
En ambos casos la clase política argentina no entendió. Eso aflige porque La Peste fue un yerro sobre algo que tocó a todos. El Mundial y el equívoco en la actitud de la dirigencia política no tienen copia en el mundo. No en este campeonato. Dentro de cuatro años se verá. En el fútbol. En las decisiones políticas la siembra está hecha. El Mundial ha sido muy potente, más que La Peste.
Los analistas que sostienen que el deporte profesional (es eso, es eso muchachos) no tiene influencias en el mundo hablen con Jesse Owens… o estúdienlo. Un costado inapelable de la traslación del ayer al hoy y al mañana es el estudio de lo perdurable: el hecho cultural. No se muere, se transforma. Como nosotros, como todo.