I
I
Deben de haber sido las 10 o las 11 de la mañana. Yo estaba tomando un café y leyendo el diario en el bar de la facultad de Derecho. Recuerdo que hacía calor y había mucha luz, esa luz singular de los veranos santafesinos. El muchacho que se acercó a la mesa era dos o tres años más joven que yo. Nos conocíamos. Él era peronista y yo no. No había antipatía personal, pero las diferencias políticas en esos años se hacían notar. Digamos que, como personas educadas que pretendíamos ser, manteníamos una actitud de indiferencia. Ahora, para mi sorpresa, estaba compartiendo la mesa conmigo. Me dijo que al otro día había una asamblea general para que el movimiento estudiantil fije una posición acerca del retorno del general Perón a la Argentina. No recuerdo con exactitud qué día fue el que conversamos, pero sí tengo presente el mes y el año: noviembre de 1972. Hace cincuenta años, es decir, medio siglo. Dios mío, qué viejos que nos hemos vuelto.
II
No viene al caso dar el nombre de mi compañero de mesa. Puedo decirles que empezaba con R. Pelo castaño, delgado, labios finos. Supongamos que se llamaba Ramón. Era el responsable de la Juventud Universitaria Peronista, la aluvional juventud peronista, porque entre 1971 y 1972 el peronismo en la universidad creció hasta el desborde. Recuerdo que cuando ingresé a la facultad, en 1968, el peronismo era una minoría, una minoría ruidosa, pero minoría al fin. Las agrupaciones de izquierda y reformistas, por lo general, eran antiperonistas, un antiperonismo que incluía diversas modulaciones, aunque había un amplio consenso en considerar al peronismo un movimiento antidemocrático y fascista. Recuerdo una noche de copas (abundaban las noches de copas en aquellos años) en el bar Maimi (así se escribía) con el Negro Ávalos y algunos otros amigotes. Ávalos era dirigente de Integralismo. Chaqueño, negro, petizo, simpático y peronista hasta para roncar. Entre vino y vino, y entre chicana y chicana, me dijo: "Aunque tu gorilismo no lo crea, te lo digo hoy, con este vaso de vino como testigo: la marcha peronista alguna vez se va a cantar en la facultad". Y a decir verdad, no le creí, porque me parecía imposible que ello ocurriera en las casas de estudios, con peronistas simpatizantes de Juan Manuel de Rosas, de Perón, de Evita y de un socialismo nacional y cristiano que nos sonaba a facho con sabor a Tacuara y tufillo clerical. Y sin embargo, el Negro Ávalos tenía razón: en dos o tres años hasta las piedras de la facultad cantaban la marchita.
III
Regresemos a esa mañana de noviembre de 1972. Ramón me pedía que las agrupaciones no peronistas asistamos a la asamblea. Lo miré como diciéndole: "¿Vos nos viste vocación de suicidas?". Me entendió en el acto. "Nosotros le garantizamos integridad física". Y razones tenía para dar esa garantía. Para esa altura del año, el peronismo juntaba en una asamblea quinientos estudiantes y nosotros a lo sumo cincuenta. Le dije que me dejara consultarlo con los "compañeros". Quedamos en reunirnos a la noche. Insisto en el calor y en otros datos menores: yo estaba sin dormir, no sé si porque había estado estudiando toda la noche o porque había participado en alguna de esas peñas estudiantiles regadas con vino barato y guitarras que desafinaban canciones de protestas. De la facultad me fui al Comedor Universitario. Allí me encontré con los dirigentes de las otras agrupaciones no peronistas. Fuimos hasta el bar San Jerónimo y conversamos. Algunos decían que no había que ir: nos van a cagar a palos apenas empecemos a hablar. Otros, proponían que había que ir para denunciar a Perón como cómplice de Lanusse. Recuerdo un flaquito que ya no está en este mundo que decía de sacar un volante denunciando a Perón como artífice de la trampa electoral urdida por Lanusse. Acordamos una solución intermedia: asistir a la asamblea, reconocer que el regreso de Perón era una reivindicación democrática porque la proscripción era indefendible, pero no ahorrar críticas a las maniobras de "ese viejo crápula y camandulero". El tema siguiente a tratar fue decidir quién hablaría. Pues bien, estos hijos de mala madre se pusieron de acuerdo para que hablara yo. Repito la fecha: primera quincena de noviembre de 1972. En el paraninfo de la UNL, hasta las butacas eran peronistas. El entusiasmo por el retorno incluía la alegría y el rencor. "Suenen los pitos, suenen los bombos, somos peronchos y armamos quilombo", era una de las consignas festivas. Después, las habituales: "Tiemblen gorilas, Perón vuelve"; "Perón, mazorca, gorilas a la horca". Con ese coro lírico, yo debía hablar para decir que consideraba a Perón el artífice de la trampa electoral para salvar al capitalismo. Berretines locos de muchacho rana, dice una letra de tango.
IV
Esa noche me reuní con Ramón. Acordamos las garantías. Me dijo que no podía impedir que nos puteen en todos los colores, pero que no habría agresiones físicas. Nuestra consigna central sería, agregó: "Cámpora al gobierno; Perón al poder". No sé por qué, entre liso y liso, le pregunté cómo se traducía eso. La respuesta fue clara: "Cámpora es la respuesta táctica del movimiento nacional a la salida electoral de la dictadura, pero "Perón al poder", significa el socialismo nacional, socialismo al que solo se podrá acceder a través de una guerra popular prolongada". Chupate esa mandarina. Ramón se despidió porque unos amigos pasaron a buscarlo: todos con vaqueros, mocasines sin medias y camisa Grafa. Los más consecuentes con su causa habían reemplazado los mocasines por las alpargatas. Estudiantes en alpargatas: el sueño del pibe peronista.
V
Y llegó el día de la asamblea. La tarde, para ser más preciso. Hicimos un recuento de fuerzas; con suerte podríamos reunir unos cincuenta estudiantes. Otros que pensaban como nosotros se negaron a ir porque no soportaban al peronismo o porque temían las agresiones físicas. "No vale la pena sacar las cadenas", era una de las consignas preferidas de los peronistas. Inútil recordarles que el recurso pedagógico de las cadenas era de origen fascista. Inútil recordárselo, porque a un peronista de entonces la acusación de "fascista" en boca de un gorila de izquierda más que ofenderlo lo honraba. Cuando llegamos al paraninfo había peronistas hasta colgados de las arañas. "¿Vos estás seguro de lo que vamos a hacer?", me dijo Cacho. Me encogí de hombros. Ya estábamos jugados, confiaba en la palabra de Ramón, pero además no podíamos permitirnos tener miedo. No me había pasado mi juventud leyendo a Marx, Gramsci, Althusser, Lukács para que los peronistas me asusten con la Marchita o La razón de mi vida. Si nos cagaban a palos, correríamos la suerte que corrieron los salvajes unitarios por oponerse a la Mazorca; o la que corrió el socialista Matteotti por oponerse al Duce y sus camisas negras.
VI
Banderas, bombos y matracas. Ramón abrió la lista de oradores. Después hablaron otros peronistas. Todos dijeron más o menos lo mismo, Y llegó el momento que todos esperaban. Hablaría un antiperonista, un gorila, gorila de izquierda, pero gorila. Nuestra barra era aguerrida, pero escasa. Eso sí, nos acompañaban muchas mujeres. Y en ese punto, a los peronistas les ganábamos por varios cuerpos. Los compañeros no terminaban de entender por qué las minas más lindas de la militancia estaban con nosotros. Subí a la tarima del paraninfo. Solo. Delante mío la jauría. No voy a abundar en detalles acerca de mis palabras. Eran las previsibles. Aceptábamos el retorno de Perón, pero lo denunciábamos como bombero de la revolución. Si ellos cantaban: "Perón, Evita, la patria socialista", yo decía "Perón evita la patria socialista". Apenas la diferencia entre una mayúscula y una minúscula. Hubo puteadas y silbatinas, pero Ramón cumplió con su palabra y contuvo a la soldadesca que se salía de la vaina para achurarnos. Los insultos se contrastaban con las risas. Recuerdo uno de los cánticos: "Bajate de la rama zurdito loco; el pueblo no te quiere y Perón tampoco". Concluí diciendo que con los mismos que ahora me silbaban nos íbamos a encontrar en la cárcel o en algo peor, porque Perón, después de usarlos como preservativos, los iba a tirar a la zanja. A juzgar por lo que luego sucedió, tan equivocado no estaba. La jornada concluyó en una peña donde no faltó el vino, las guitarras y las lindas mujeres. Perón podía regresar, pero algunos placeres espirituales no los íbamos a perder por eso.