I
I
El domingo 19 de noviembre los argentinos decidimos si el presidente de los próximos cuatro años será Sergio Massa o Javier Milei. No es la única elección posible en el cuarto oscuro. El sistema electoral prevé votar en blanco, un voto que también se cuenta aunque no incluya candidato. O sea que los fiscales a la hora de contar los votos cuentan tres unidades: Massa, Milei y el voto en blanco. Un alto o bajo porcentaje de votos en blanco no alteran el resultado de la puja entre los dos candidatos, pero a nadie se le escapa que si los votos en blanco son muchos, la señal sobre la disconformidad de un sector del electorado acerca de la oferta de los candidatos reales merece atenderse. De todos modos, muchos o pocos, los votos en blanco no impiden que Massa o Milei sean electos presidentes. ¿Por qué ésta observación? Porque a nadie se le escapa que el voto en blanco es una tentación fuerte para un sector del electorado que votó por Juntos por el Cambio, pero no está dispuesto, por diferentes razones, a votar por Milei.
II
Estos dilemas no están presentes en el peronismo. Los compañeros han cerrado filas detrás de Massa. Y ya se sabe que a un peronismo unido es muy difícil derrotarlo. Dicho de una manera más directa. Sergio Tomás Massa tiene posibilidades ciertas de ser elegido presidente. En todo duelo electoral se sabe que el que se mantiene unido gana y el que se divide pierde. Es casi una regla de hierro. Y el peronismo está unido y sus opositores reales están divididos. De todos modos, la verdad se sabrá el domingo a la noche. Si Massa fuera elegido, habría que decir que en realidad se trata de una reelección, porque desde hace un año el presidente real de la Argentina es el muchacho que se inició políticamente en el partido de Álvaro Alsogaray en donde fue presidente de la juventud de la Ucedé en la provincia de Buenos Aires y mano derecha del comisario Alberto Albamonte, un aguerrido liberal que seguramente a Milei no le hubiera caído antipático. Massa, no lo olvidemos, ingresa al peronismo apadrinado por este virtuoso caballero.
III
Soy un hombre mayor, conozco mi país, conozco sus debilidades, sus vicios, pero también sé de sus virtudes, de su nobleza, de su talento. Y es en este contexto que me atrevo a decir que los argentinos no nos merecemos que a las vueltas de la vida los candidatos a elegir sean un autócrata corrupto y desvergonzado o un lunático, chiflado, violento y, como acabamos de descubrirlo, oportunista y mentiroso. Con motivo de los cuarenta años de la democracia, recordaba que en 1983 los argentinos elegimos entre Alfonsín y Luder. He aquí una realidad que incluso a pesar nuestra nos obliga a practicar el vicio de la nostalgia. ¿Qué nos pasó, para recorrer un itinerario que va de Alfonsín a Massa y de Luder a Milei? Realmente los dioses han sido injustos con la Argentina. O los argentinos no hemos sabido honrar aquello que tenemos de más valioso. Una lástima, una dolorosa lástima, porque la Argentina conoció tiempos mejores y, además, no olvidarlo, fue grande cuando sus dirigentes creyeron en ella.
IV
Se dice que con Massa se perpetúa el kirchnerismo. No estoy del todo seguro. Sospecho que si Masa es electo el peronismo se recicla en su nueva identidad: el massismo. Y a Cristina es posible que Massa le pague con la misma moneda que Néstor le pagó a Duhalde. Es más: la consigna "Derrotar o vencer al kirchnerismo" propiciada por Patricia Bullrich, nunca me terminó de conformar porque en términos políticos rigurosos Massa nunca fue kirchnerista. Fue su aliado, su ministro, su cómplice, pero kirchnerista no fue nunca ni lo va a ser. La única relación que Massa mantendrá con el kirchnerismo de aquí en más será la que impongan las circunstancias hasta que se creen las condiciones que Massa, como todo buen peronista siempre está dispuesto a poner en práctica: traicionar. Como Haffner, el Rufián Melancólico de Roberto Arlt, Massa es de los que consideran que la traición es la máxima condición para ejercer el arte de vivir. Y, como Giulio Andreotti, puede decir con un leve toque de ironía, que "el poder desgasta….solo al que no lo tiene". Y hoy el poder del peronismo lo tiene Massa y la que está perdiendo poder es Cristina. Final abierto para que los lectores lo elaboren como mejor les parezca.
IV
También en la calle me dicen que mi obligación moral es votar por Milei porque Massa es el crimen, el hampa y el narcotráfico. En primer lugar, las obligaciones morales me las dicto yo. Para bien o para mal. Y es en nombre de la moral que digo que no admito estar condicionado a elegir entre dos versiones de delirios por el poder: la versión autocrática y la versión lunática. Algo así como elegir entre Jack el Destripador y el Pibe Cabeza. Conociendo el paño, mi dilema para el 19 de noviembre no es Massa o Milei, por la sencilla razón de que Massa para mí nunca fue una alternativa. Y no lo es por su condición de farsante, de corrupto y de peronista. ¿De peronista? Si, claro. En tono de confidencia les digo a los lectores que mi queridísima tía Cata, antes de cerrar los ojos, me exigió que le jure que en mi vida y bajo ninguna circunstancia iba a matar, violar o votar peronistas. Y, a decir verdad, el juramento lo he cumplido al pie de la letra. Y estoy dispuesto a seguir cumpliéndolo.
V
La otra posibilidad cierta es Milei. Paso. No me gusta cómo habla, no me gusta cómo lo dice, no me gusta cómo se peina y no me gustan ni sus perros, ni su hermana, ni su novia. Tampoco me gusta cómo miente. Y mucho menos los disparates delirantes que dicen algunos de sus colaboradores. Me informan que Milei es liberal y que alguna vez yo confesé mis simpatías por esa corriente de pensamiento. Pues bien, si Milei es liberal yo no tengo nada que ver con el liberalismo. Absolutamente nada. Seré socialista, trotskista, conservador, demócrata cristiano o Testigo de Jehová, pero liberal seguro que no. Mis amigos, más gorilas que yo, me dicen que lo que importa es derrotar al kirchnerismo. Podría responderles que Milei no va derrotar al kirchnerismo y mucho menos al peronismo. Massa me parece una calamidad política para la Argentina, pero a Milei se lo lleva puesto sin despeinarse y sin sacarse el cigarrillo de la boca. Podría decirles que la candidatura de Milei de alguna manera fue propiciada por el peronismo para dividir el voto de Juntos por el Cambio, motivo por el cual no me vengan ahora a "extorsionarme" para que me haga cargo de los Frankenstein que crea o alienta al peronismo. Otro amigo observa que si la voté a Patricia Bullrich ahora debo votar lo que ella dice. Perdón. Yo me declaré votante de Bullrich, no su esclavo. Es más, sospecho que de la prolongada carrera política de ella, una carrera de casi medio siglo, este no es su mejor momento. El abrazo con Milei me pareció algo patético y sentí mucha pena por ella. Pensaba que Perón y Balbín demoraron veinte años en reconciliarse; Patricia y Javier lo hicieron en veinte horas. Conmovedor, lástima que no sea cierto. De veinte años a veinte horas. El tiempo en política -bueno es saberlo- dispone de su propio lenguaje, su propia simbología y aporta sus propias enseñanzas. ¿Y si Milei gana? No lo descarto. La realidad, parafraseando a Borges, es tan maravillosa que hasta el Espíritu Santo es posible que exista, por lo que, en esa línea imaginativa, muy bien podría ser posible que Milei ganara el 19 de noviembre. Por lo pronto, somos testigos presenciales de un culebrón bizarro Patricia abrazándose con Milei; Milei advirtiendo que no puede hablar "porque escucha ruidos"; su maestro, Benegas Lynch, el mismo que reclamó romper relaciones con el Vaticano, citando versos del Dante para alentar el voto a su discípulo; Macri, informando que vota por Milei porque se lo pidió su hija Antonia de once años. ¿Vas a votar en blanco, Rogelio? Por ahora sí. La otra posibilidad es recurrir a la coartada de no ir a las urnas invocando mis 73 años. Es una posibilidad que puedo ejercer sin que nadie me lo reproche. Después de todo, ser viejo alguna mínima ventaja debería otorgar.
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