I
I
En el peronismo del año 2023 hay dos políticos con votos: Cristina Kirchner y Axel Kicillof. Los dos kirchneristas, los dos con posibilidades de competir en elecciones presidenciales y los dos ausentes en esa lista porque los dos saben, por diferentes motivos, que a las elecciones nacionales el peronismo las pierde. Cristina prefirió declararse proscripta y Kicillof prefirió pájaro en mano, y presentarse para la reelección en la provincia de Buenos Aires. La candidatura de Sergio Massa debe ubicarse en ese contexto; en el contexto de un peronismo que presiente, sabe, sospecha que será derrotado en los próximos comicios. Por supuesto, hay otras consideraciones para entender este proceso de selección de candidatos que se precipitó con un petit escándalo cuando los gobernadores peronistas, con el apoyo de Alberto Fernández y Sergio Massa advirtieron que con los candidatos presentados por Cristina -es decir, Wado de Pedro y Juan Manzur-, su única chance electoral era competir con Nicolás del Caño y Myriam Bregman. Se sabe que no es fácil torcerle la mano a la Señora, pero en las actuales condiciones el pulso de la Señora ya no es el de antes, con el añadido de que a la hora de seleccionar candidatos Cristina ha demostrado que es falible, demasiado falible, como lo prueba la elección de Amado Boudou como vicepresidente, la candidatura de Aníbal Fernández para gobernador de Buenos Aires, la negativa a aliarse con Florencio Randazzo en 2017 y la propia movida con Alberto Fernández, movida que en su momento fue considerada la maniobra de una estratega genial, calificativo que hoy ni la propia Cristina se animaría a aprobar.
II
Todas las interpretaciones acerca de lo que sucedió en esas jornadas cuentan con su margen de verdad y error. Por definición, los acontecimientos políticos responden a causas diversas e incluso contradictorias. Puede que sea exagerado decir que a Cristina la pusieron de rodillas, pero también es exagerado afirmar que ella es la única ganadora de esta suerte de batalla interna. No se puede asegurar que Massa fue sacrificado en una candidatura perdedora, pero tampoco se puede decir muy suelto de cuerpo que Massa es el nuevo líder del peronismo en el siglo XXI. El escenario es complejo, diverso, nadie puede asegurar un desenlace preciso porque en el campo inquieto, resbaladizo y conflictivo de la política, es muy arriesgado prodigarse en definiciones tajantes. Entre otras cosas, además, porque los analistas disponemos de información incompleta, sin olvidar que el futuro dispone de una cuota importante de imprevisibilidad que se encarga de contradecir las evaluaciones más sesudas o entusiastas. Hechas estas consideraciones, importa advertir contra un relativismo absoluto, algo así como resignarse a admitir que la realidad es imposible de ser interpretada porque hay tendencias, momentos coyunturales que se pueden registrar como probabilidades posibles. Retornado a la situación creada a la hora de designar candidatos por parte del peronismo, no es arriesgado sostener que estas negociaciones con sus refriegas internas, sus ajustes de cuentas, incluyendo en el balance las promesas rotas, las puñaladas por la espalda, las traiciones inesperadas y otras lindezas por el estilo, se realizan en el contexto de un peronismo desgastado y a la defensiva. Las elecciones intermedias de hace dos años han sido una señal más que elocuente. Lo sucedido desde entonces hasta la fecha no habilita posibilidades optimistas, porque la mayoría de los índices sociales y económicos se agravaron. Por primera vez en su historia el peronismo no dispone de candidatos ganadores. Sus líderes con más votos saben que ese caudal no alcanza para ganar. Si así no fuera, Cristina no habría vacilado en presentarse como candidata. Cristina o Kicillof.
III
Si a un escenario político lo podemos asimilar a un tablero de ajedrez o a un campo de batalla, debemos admitir que el peronismo está retrocediendo. Dicho esto hay que añadir que a ese retroceso lo está haciendo en orden. Hay retroceso pero no hay estampida. Cristina ya no hace y deshace en el peronismo, pero conserva importantes posiciones de poder. Alberto Fernández cada vez se parece más a esos reyes inservibles que reinan mal y no gobiernan pero, como se dice en la jerga, sigue siendo dueño de la lapicera y ese atributo no es menor. Los gobernadores y los sindicalistas y los jefes de los movimientos sociales, piezas claves en el armado, no disponen del poder absoluto pero hoy nadie puede hacer algo en el peronismo sin su acuerdo. La candidatura de Sergio Massa es el producto de todas estas combinaciones. Objetivamente es el mejor candidato que puede presentar el peronismo en la actual coyuntura. Joven pero experto en las destrezas de la política, conectado con todos los factores de poder, aliado circunstancial del kirchnerismo, pero al mismo tiempo dispuesto a acordar con los tradicionales factores de poder. En algún punto se parece mucho al Alberto Fernández que en su momento "inventó" Cristina. Se parece, pero no es lo mismo. Sus relaciones con el poder, pero sobre todo su voracidad por el poder, son diferentes. Puede compararse en algunos puntos con Alberto, pero está mucho menos condicionado con el pasado, con ese pasado que encarna Cristina. Por lo pronto, la mayoría del peronismo lo ha aceptado; las únicas disidencias, algunas en voz alta, pero la mayoría expresadas en rumores y murmullos, provienen de la denominada izquierda peronista, izquierda populista para quienes el peronismo les deja servido en bandeja la posibilidad de votar por Juan Grabois para descargar su disidencia y su desazón.
IV
El acuerdo se parece mucho a esos pactos firmados entre tahúres, acuerdos en los que los participantes están dispuestos a traicionarse no bien se presente la oportunidad. En este punto también los compañeros son peronistas ortodoxos. Alberto no cree en Cristina, Cristina no cree en Sergio y Sergio no cree en ninguno de los dos. Nada para escandalizarse: el guion de la política se suele escribir con estos trazos. Por lo pronto, Cristina ya recurrió a la palabra "fullero". Por ahora los tratos son civilizados, los protagonistas se florean en amabilidades y atenciones, pero a nadie se le escapa que la trama de esta alianza está tejida con los hilos de la traición y su tono responde más a las exigencias de una coyuntura ingrata que a convicciones acerca de algún proyecto estratégico. La pregunta a hacerse a continuación es si Massa efectivamente es un candidato perdedor, el candidato cuyo destino es el sacrificio. Yo no estoy tan convencido de que así sea. Primero, habrá que prestar atención en qué condiciones llega el peronismo a los idus de octubre. Incluso, admitiendo la posibilidad de la derrota, importará saber los porcentajes de esa derrota. Macri perdió en 2019, pero ese cuarenta por ciento que lo apoyó lo dejó bien plantado hacia el futuro y, sobre todo, le otorgó una mística especial a la coalición que ahora se prepara para asumir el poder: Juntos por el Cambio. Juntos por el Cambio. Si un consejo me fuera permitido darle a sus dirigentes, les diría que no empiecen a probarse el traje para asumir el poder, no festejen con anticipación y no olviden que en la Argentina el peronismo es una poderosa fuerza política a la que no se la derrota por inercia. Massa sabe que la candidatura la recibe en uno de los momentos más difíciles del peronismo, pero se tiene confianza, su voracidad por el poder no conoce límites, entre otras cosas porque conoce el poder, conoce algunos de sus secretos y conoce las debilidades de sus adversarios. Todo parece conjurarse en su contra, pero Massa va a presentar batalla y si en el camino logra mejorar algunas variables de la economía, sus posibilidades crecerían. Juntos por el Cambio dispone de todas las posibilidades para ganar, pero insisto una vez más que en política no hay leyes naturales porque se gana o se pierde por los aciertos o por los errores. Y también, como le gustaba decir a Maquiavelo, por los avatares de la fortuna y las intrigas de los dioses.
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