I
I
Es difícil, azaroso, incluso temerario, predecir el futuro y, muy en particular, el futuro político con resultados electorales incluidos. No obstante la preocupación, y a veces el desvelo por lo que puede ocurrir en un futuro soleado o neblinoso, nos domina como una tentación, una obsesión o una vía de escape a la incertidumbre con sus secuelas de miedo y ansiedad. Admitimos entonces que el futuro es siempre incierto, pero los hombres disponemos los recursos para registrar tendencias. No conocemos las peripecias singulares del futuro, pero disponemos de la capacidad para registrar las vibraciones y a veces las acechanzas en tiempo presente. Entre los diversos conceptos para calificar una coyuntura histórica se destaca el de "crisis", palabra que traducida a la política incluye diversas lecturas, pero para el caso que nos ocupa vamos a privilegiar aquella que refiere a la incapacidad de la clase dirigente para gobernar como lo venían haciendo. "Lo viejo muere, pero lo nuevo no termina de nacer", escribió un célebre intelectual italiano. La muerte de lo viejo se expresa políticamente en refriegas internas e imposibilidad de reproducir las condiciones que le permitieron ejercer el poder. En la Argentina la sospecha, la intuición y en algunos casos la certeza de que "lo viejo" se agota parece evidente, pero también se abren interrogantes respecto al segundo concepto de la breve definición que hemos citado: "... lo nuevo no termina de nacer". Ese espacio que se abre entre lo que muere y lo que no termina de nacer es la crisis propiamente dicha, y ese espacio suele ser portador de situaciones políticas complejas que nuestro intelectual italiano no vacila en calificar de "morbosas". ¿Cuesta tanto considerar que este concepto contribuye a entender lo que políticamente nos está pasando a los argentinos?
II
Acerca de la crisis económica, lo que sabemos es que la máxima aspiración del peronismo es "patear la pelota para adelante" y que si el país estalla, que lo haga en manos de la oposición. Especulaciones reales o no, lo cierto es que el gobierno ha demostrado que no tiene la menor idea de cómo resolver la situación. Las cifras son todas negativas. Sergio Massa no ha resuelto nada y en más de un caso ha agravado la situación. Su gestión huele a fracaso, al punto que a más de uno le asiste la tentación de añorar los tiempos de Guzmán, cuando no los años de Macri. A la hora de los números al gobierno todo le juega en contra. El país no solo está peor que en 2019, sino que no supera ninguno de los índices catastróficos de principios de siglo. Lo extraño de todo esto es que este insólito piloto de tormentas llamado Massa parece ser el mejor candidato que cuenta el peronismo para los comicios de octubre. A decir verdad, no todos los peronistas creen en Massa, ni siquiera los que hoy lo apoyan. Algunos directamente se parecen a enemigos. Las declaraciones de Juan Grabois al respecto son aleccionadoras. Nadie en la oposición ha dicho palabras tan demoledoras contra Massa como Grabois, como nadie en la oposición agravió, injurió y despreció al presidente Alberto Fernández como lo han hecho algunas espadas kirchneristas. Esa impotencia para resolver los dilemas económicos, esa ceguera para distinguir las modalidades del capitalismo en el siglo XXI, esa incapacidad para construir un liderazgo, esa ausencia de líderes políticos con un mínimo de credibilidad en una fuerza política que durante décadas se presentó como la exclusiva mayoría nacional y los poseedores del secreto sagrado para gobernar a los argentinos, dan cuenta de la profundidad de la crisis de legitimidad que asiste al populismo criollo, cuando no, del agotamiento de una experiencia política que durante décadas cautivó a una mayoría de argentinos.
III
El peronismo huele a derrota y los primeros en percibir ese olor son los propios peronistas, empezando por gobernadores e intendentes que se refugian en sus territorios y eluden cualquier compromiso con una estrategia nacional que ponga en riesgo su poder local. Diez o doce de sus hipotéticos candidatos están considerados los políticos más desprestigiados del país. La única dirigente con un caudal de votos importante dispone de un rechazo y un repudio muy parecido y tal vez superior al que padecía Menem en 2003. La primera que sabe que no puede ser candidata porque con suerte y viento a favor sale segunda cómoda, cuando no tercera, es Cristina. El operativo "Clamor" para que se presente es apenas el clamor de los kirchneristas que la apoyan, algunos porque creen en ella, otros, unos cuantos, porque saben que su destino económico está atado a la fortuna política de Ella. Lo siento por los K, pero no hay clamor, apenas maullido de gata en el tejado de zinc caliente. La única esperanza real del peronismo en términos políticos es constituirse en una oposición beligerante. Reeditar, detalles más, detalles menos, lo que hicieron en 2015: el operativo helicóptero precedido de lluvias de piedras e incendios. Ya lo han dicho y por supuesto, están dispuestos a hacerlo. Dependerá de la actual oposición impedir que cumplan con sus objetivos. El destino del país se juega en esta pulseada.
IV
En Juntos por el Cambio hay problemas, pero no van más allá de las previsibles disputas entre dirigentes de una coalición que aspiran a ocupar el sillón de Rivadavia que, como se sabe, tiene espacio para una sola persona. Desde el peronismo, y en algunos casos desde la ingenuidad o la ignorancia, se suele poner en un mismo nivel las refriegas internas del peronismo con las previsibles disidencias que circulan en Juntos por el Cambio. "Todos son lo mismo". Yo no creo que la oposición esté integrada por una asamblea de aspirantes a la canonización, pero sinceramente creo que no son lo mismo que ese esperpento político que constituye la agonía del kirchnerismo como corriente hegemónica del peronismo y cuya expresión más elocuente de esa decadencia es el crónico reinado de Cristina, condenada por la justicia, y con posibilidades reales de ser condenada por otros ilícitos como corresponde a un régimen político cuyo objetivo íntimo fue el saqueo de los recursos nacionales. Las disidencias en Juntos por el Cambio podrán ser más o menos intensas en ciudad de Buenos Aires o en alguna que otra provincia, pero a esta altura de los acontecimientos hay buenos motivos para afirmar que a la hora de elegir candidato a presidente habrá que optar por dos o tres candidatos, no mucho más. Y si me apuran, a la hora de la verdad me animaría a decir que la opción será por Patricia Bullrich o Rodríguez Larreta. ¿Es lo mejor que nos puede pasar? No sé si es exactamente lo mejor, entre otras cosas porque no sé si "lo mejor" existe en política, pero es lo que los argentinos nos podemos permitir considerar como posible. Me permito dos citas clásicas para expresar con más claridad lo que pienso o tal vez lo que siento. Dice Reinhold Niebuhr: "Señor, concédenos serenidad para aceptar aquello que no podemos cambiar, valor para cambiar todo lo que podemos y sabiduría para darnos cuenta de la diferencia". La segunda pertenece a Caspar David Friedrich: "No soy tan débil como para someterme a las exigencias de la época cuando van en contra de mis convicciones. Tejo un capullo a mi alrededor; que los demás hagan lo mismo. Dejaré que el tiempo revele qué brotará: una brillante mariposa o un gusano".
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