I
I
Se supone que quienes votaron a Javier Milei y quienes votaron a Sergio Massa mantendrán su voto; la incógnita es qué pasa con los que votaron por las otras opciones políticas, es decir, por los que perdieron, quienes curiosamente decidirán quién será presidente a partir del 19 de noviembre. Algunos ya se han pronunciado. O por Massa o por Milei, pero hay una franja importante del electorado que hasta el día de hoy no sabe a quién votar. Dudan, tienen miedo, se autoreprochan. Los conozco y me conozco. Están los que consideran que el candidato es Massa, pero sospecho que a cada uno de ellos, al momento de ingresar al cuarto oscuro y tomar la boleta, le temblará la mano y la conciencia de saber que están votando a un malandra, más el consuelo del mal menor en la soledad del cuarto oscuro no terminará de conformarlos, salvo al que quiera mentirse a sí mismo, trampearse miserablemente con el talante optimista de un boludo alegre o el talante sombrío de un boludo triste, lo cual para el caso viene a ser más o menos lo mismo.
II
Después están los que no saben qué hacer con Milei. Saben que es un lunático y un reaccionario. Que los que forman fila a sus espaldas son peores: nostálgicos de la dictadura militar, apologistas de la tortura, recurren a la palabra "libertad" pero el orden que pregonan solo puede realizarse con garrotes, cárceles y cementerios. Claro, hay una mediación: Mauricio Macri y Patricia Bullrich ahora lo respaldan. Milei sería algo así como la encarnación del cambio. ¿Qué cambio? Según Macri y Bullrich, el señor Milei sería condicionado benevolamente por ellos: ellos pondrán límites a sus delirios y a sus desbordes políticos y económicos. Votar a Milei sería entonces algo así como votar a alguien que no podrá cumplir lo que dijo. Y no podrá cumplirlo porque Macri y Bullrich sabiamente lo conducirán por la senda de la moderación, la virtud y la sabiduría política. Raro. Votar a un candidato para que no haga lo que promete, para que deje de ser él mismo, para que el alienado que gritaba como un desaforado y se paseaba con una motosierra amenazando con demoler delicadamente todo lo que se le cruce a su alrededor se transforme en un lord inglés de modales suaves, fraseo pausado y exquisita sensibilidad social. Una mezcla de Tony Blair y Boris Johnson o de Donald Trump y Barack Obama. O, por qué no, de Arturo Illia y Carlos Menem.
III
Los nuevos votantes de Massa imaginan un Massa que no existe. Sus fantasías me recuerdan a las que alentaban aquellos militantes de la Jotapé de los setenta que contra toda evidencia imaginaban un Juan Domingo Perón socialista. Y cada vez que Perón los contradecía, los ridiculizaba u ordenaba liquidarlos, exclamaban resignados: "Genialidades tácticas del Viejo". Ahora son las genialidades tácticas de Massa. O de Bullrich y Macri. Aumentó la pobreza, aumentó la inflación, aumentaron las deudas internas y externas, aumentó la brecha cambiaria, aumentó la indigencia, aumentó el delito, aumentó la protección a los corruptos, pero todas esas faltas son "tácticas". Voten a Massa y la felicidad nos espera a la vuelta de la esquina. O por lo menos, eludimos el infierno al que nos amenaza trasladarnos el loco de Milei. Los flamantes votantes de Milei también imaginan un Milei que no existe; un Milei liberal, republicano, tolerante, progresista y capaz de hacer funcionar un capitalismo eficiente en el marco de una sociedad abierta. Lo siento, pero esos objetivos no están en los planes de Milei, ni en el de sus colaboradores, ni en el de sus votantes originales. ¿Infiltrarlo a Milei? Que la inocencia les valga. "Tranquilos; detrás de Milei ahora está Macri y Bullrich", te dicen. Menos mal. El argumento más que tranquilizarme me inquieta. No solo porque tengo buenas razones para poner en duda la influencia benefactora de Macri o Bullrich, sino porque tengo derecho a preguntar si Macri o Bullrich pueden darse el lujo de cuidar políticamente a alguien. No soy de los que creen que el gobierno de Macri fue una catástrofe, pero tengo muy serias dudas acerca de las facultades del hombre para actuar de sombra benéfica de un gobierno liderado por Milei y Victoria Villarruel.
IV
¿Votar en blanco? No es el mejor recurso. Algo debe de andar muy mal en un país para decidirse por esa legítima opción. Es verdad, votar en blanco es refugiarse en la soledad, es quedarse solo porque no existe el partido del "voto en blanco". No es la mejor respuesta política, pero ocurre que las otras, piensa el votante en blanco, son peores. Digamos que votar en blanco es elegir por el mal menor. Los que no votaron a Massa en la primera vuelta ahora dicen que él es el mal menor; los que votaron a Bullrich en la primera vuelta, ahora dicen que el mismo tipo que la calificó de "Montonera asesina" y le adjudicó poner bombas en los jardines de infantes, es el mal menor. Lo dijo en broma; para darle un poco de calor al debate. Es verdad: se perdonaron. Hubo disculpas, abrazos y poses para las cámaras bajo los faroles de los estudios televisivos. Yo no les creo. Y aunque les creyera, no estoy obligado a perdonar y mucho menos a votar lo que ellos aconsejan. Bullrich comparó su abrazo con Milei con el de Perón y Ricardo Balbín. Convengamos que la señora no es modesta a la hora de hacer comparaciones. Balbín y Perón se abrazaron después de casi un cuarto de siglo de refriegas: Milei y Bullrich lo hicieron después de tres días. Que cada uno saque sus propias conclusiones.
V
No tengo nada personal contra los que votan por Milei o Massa. Amigos queridos lo hacen y yo hasta el 19 de noviembre no descarto hacerlo. Nada personal existe tampoco contra los que votan en blanco. Los tiempos que vivimos son tan destemplados, tan áridos, tan bochornosos que se puede votar de buena fe por cualquier candidato y siempre habrá excusas consoladoras para hacerlo. También el voto en blanco merece ser tratado con piedad. Según se mire, puede ser un voto impotente, resignado, pero también puede ser un voto altivo, digno e incluso esperanzador, la esperanza de que alguna vez la oferta política de la Argentina sea mejor que la actual. Alguna vez, hace muchos años, más de sesenta, Ezequiel Martínez Estrada escribió: "La Argentina se tiene que hundir. Se tiene que hundir y desaparecer. No hay nada que hacer para salvarla. Si lo merece, volverá a reaparecer. Y si no lo merece, es mejor que se pierda". Pesimismo existencial del autor de "La cabeza de Goliath". Pesimismo existencial que apenas deja una rendija a la esperanza. Y también un consuelo, porque estas frases fueron escritas cuando yo era niño, es decir, hace una enormidad de años. Y aquí estamos los argentinos a pesar de todo: "mal pero acostumbrados". Si no desaparecimos en tiempos de Martínez Estrada, tampoco desapareceremos ahora. La historia de la Argentina no termina el 19 de noviembre. Incluso presten atención a lo que les digo: tal vez lo más importante en estos tiempos no sea la elección de un presidente farsante o lunático; tal vez la fecha más importante, aquella que le otorgue significado a nuestra existencia como nación, nos aguarde en un futuro que esperemos no sea muy lejano.