I
I
No sé si la política está regida por la lógica, por las leyes de la historia o por los intereses. No desconozco estos atributos, pero incluiría el azar, es decir, aquello que ocurre sin el conocimiento deliberado de los protagonistas. Los sociólogos pueden elaborar algunas interpretaciones acerca del proceso por el cual millones de personas, que en la mayoría de los casos no se conocen, deciden votar por un candidato. Las explicaciones son abundantes, pero hasta el científico social más exigente admite que hay una cuota de azar imposible de controlar. Quiero decir que en política también ocurre lo inexplicable, incluso para los que elaboran interpretaciones con el clásico diario del lunes. Se suponía, por ejemplo, que Leandro Zdero ganaba en el Chaco, pero no estaba previsto, ni siquiera por los ganadores, que ganaría por esa diferencia. ¿Qué proceso social llevó a que el candidato de Juntos por el Cambio recibiera cientos de miles de votos? Nadie lo sabe. Respecto de las Paso nacionales, podemos dar las explicaciones más elementales, pero nadie esperaba que Javier Milei fuera el primero de esos tercios. Todas las explicaciones que se han dado son atendibles, pero todas podrían ser refutadas. Ninguna, por supuesto, puede explicar lo inexplicable, lo que pertenece al campo del misterio social, aquello que escapa a nuestras posibilidades de conocimiento.
II
También pertenece al campo brumoso del misterio predecir los resultados presidenciales del 22 de octubre. Nuestro saber alcanza a precisar que de los cinco candidatos, tres son los que disponen de posibilidades. A partir de allí, la moneda está en el aire y nadie puede precisar de qué lado va a caer. Podemos apostar, pero en todos los casos intentaremos que nuestros deseos se impongan y, como se sabe, nuestros deseos no siempre suelen estar de acuerdo con la denominada realidad. Digamos que respuestas seguras no hay. Puede haber posibilidades, tendencias, pero nada más. Si fuera una carrera de caballos, Milei es el favorito, pero hasta el burrero más distraído sabe que los favoritos pierden con bastante frecuencia. Si una carrera de caballos en Palermo o una rústica cuadrera en un potrero dependen de las variables del azar, qué decir de una elección donde los que deciden son millones de personas, muchas de las cuales aún no saben a quién votar, mientras que otro sector no descarta cambiar el voto incluso un segundo antes de entrar al cuarto oscuro. Hay que resignarse: el azar decide más de lo que el científico social más exigente está dispuesto a admitir. Sociólogos, politólogos y los diversos especialistas en la materia pueden distinguir los trazos más gruesos. Por ejemplo: Sergio Massa o Javier Milei van a sacar más votos que Nicolás Del Caño. Pero ninguno de ellos puede determinar si Milei le gana a Massa o a la inversa. O si Patricia Bullrich le gana a los dos. Finalmente habrá un resultado. Y cuando esto ocurra, siempre habrá alguien que se ufane de haber previsto el futuro. Miente o se miente. Si hay tres candidatos y noventa encuestadores, las preferencias se repartirán por treinta. Y como uno de los tres candidatos ganará, habrá treinta encuestadores que se jactarán de su sabiduría. "Te la canté"; "te lo dije, pibe". Macanas. Su sabiduría no es muy diferente a la de dos pibes que tiran una moneda al aire y apuestan a cara o ceca. Uno va a ganar, pero ganará porque la misteriosa suerte se puso de su lado y no porque estamos ante la presencia de un físico genial en condiciones de medir en el aire las rotaciones de la moneda y anticipar el resultado antes de que caiga al suelo.
III
Hay que dejarse de joder. El mejor consejo que se le puede dar a un candidato, o a un partido, es que trabaje en serio. Que exponga con claridad y con limpieza sus ideas; que sepa establecer con los votantes esa corriente invisible de empatía que no se resuelve con una sonrisa ligera o una frase feliz; que sepa bien quién es, porque un candidato que se precie debe saber por qué motivos emocionales -o como quieran llamarlo- la gente lo vota, pregunta que no es de respuesta sencilla, es más, no hay una respuesta absoluta. Gana el candidato que saca más votos, lo cual es obvio, pero gana el candidato que reúne condiciones para robarle votos a su rival. Acá ya no se trata de convencer a los que ya están convencidos, sino de convencer a los que no saben qué hacer o a los que hasta el día de ayer estaban convencidos de que votarían por otros candidatos. Gana el candidato que comete menos errores y al que los dioses decidieron crearle las condiciones favorables para premiarlo con los laureles de la victoria. El que gana saca millones de votos, pero sabe que también habrá millones de votos en su contra. Digamos que es una disputa entre millonarios con un ganador que después tendrá que arreglárselas para resolver lo más difícil, lo más complicado, lo que ya no depende de una consigna oportuna o una sonrisa contagiosa, sino del arte y la ciencia de gobernar.
IV
Tres son los candidatos con chances reales de ganar: Bullrich, Massa y Milei. Podría destacar las posibilidades de cada uno, cierto, pero por ahora prefiero puntualizar las dificultades. Patricia Bullrich da la impresión que está pagando un costo alto por sostener una interna que, por otra parte, era inevitable. Si bien no se le desconoce su condición de opositora consecuente contra el régimen kirchnerista, así como su experiencia y temple político, no son pocos los votantes que la consideran una integrante más de la casta, imputación a la que se le debe sumar las críticas que sigue suscitando la gestión de Mauricio Macri, de quien no puede tomar distancia porque ella fue ministra de ese gobierno. Al mismo tiempo, el apoyo de Macri a su candidatura es valioso, aunque recién después del 22 de octubre veremos si fue decisivo o no fue más que un salvavidas de plomo. Sergio Massa, por su parte, es el candidato que si llegara a ganar lo haría violentando todas las reglas de la lógica y el sentido común, pero ya dije que la política a veces derrota a la lógica y el sentido común. Massa es el ministro de Economía de una economía que hace agua por los cuatro costados, y es el candidato de una gestión cuyos responsables están borrados, porque una mayoría significativa del país los detesta o, simplemente, porque por esas maravillas que suele obsequiarnos el peronismo, los candidatos que ganaron en 2019 están peleados entre ellos. Y, si bien continúan en el mismo barco a la deriva -rodeado de cocodrilos y tiburones-, sus tripulantes se desconfían, se detestan y cada uno de ellos sabe que en la primera ocasión que se le presente traicionará o clavará un puñal en la espalda a su ocasional aliado. Javier Milei es la sorpresa, la novedad, el azar hecho acontecimiento político. Él es el "tapado", dirían los burreros. Y, según se mire, tiene todo para ganar y todo para perder. En primer lugar, su personalidad, o los desequilibrios emocionales de su personalidad, intranquilizan a muchos, aunque han sido esos desequilibrios los que le han permitido ganar las simpatías que ganó de personas a las que les resulta indiferente dar o no dar un salto al vacío, porque estiman que ya no tienen nada que perder. ¿Cómo ha sido posible la contradicción de suponer que de una gestión populista calamitosa se sale votando a un "loco"? Por la sencilla razón de que los hechos sociales son contradictorios y azarosos. Milei sumó millones de votos, pero no me queda claro si hay una coincidencia entre las expectativas de él y las expectativas de sus votantes. Esta desinteligencia entre dirigentes y dirigidos, suelen presentarse más de una vez en la historia. No es difícil distinguirlas, pero es relativamente fácil vaticinar sus consecuencias. Conclusión, mi estimado lector: a un mes de las elecciones, no hay un resultado definido. Y el que le diga que la tiene clara, le miente o está expresando no su saber sino su pálpito. Cada candidato sabe o debe saber que el resultado de las elecciones se define en estos treinta días. Hoy ese resultado es, y vuelvo a citar a Winston Churchill, "un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma".