I
I
Escucho por la radio que se han organizado apuestas para las elecciones del domingo. Frivolidad, consumismo, vicio o como más les guste, pero en cualquiera de los casos lo cierto es que esto ocurre porque el escrutinio se presenta reñido, un "cabeza a cabeza", dirían los burreros. En todos los casos, el que gane lo hará por poca diferencia. En condiciones normales ese equilibrio exigiría o habilitaría un acuerdo de gobernabilidad, una expectativa que tal como se presentan los hechos, resulta imposible. ¿Estás tan seguro? Más o menos. En la Argentina la seguridad en estos temas es el síntoma de una pedantería morbosa. A primer golpe de vista, Sergio Massa y Javier Milei no tienen nada en común, pero en el país en el que Massa financió la performance de Milei, Maslatón pasó de soldado de Milei a soldado de Massa y Patricia Bullrich se abrazó con la persona que la calificó de "Montonera asesina", todo es posible. Por lo menos, hipotéticamente debería serlo.
II
No sabemos quién ganará el domingo, pero tampoco sabemos qué hará el nuevo presidente para arreglar el chiquero en el que se ha transformado la Argentina. Los candidatos dejan mucho que desear. No son Raúl Alfonsín contra Ítalo Argentino Luder, o Carlos Saúl Menem contra Eduardo Angeloz. Mucho menos, los debates entre Felipe González y José María Aznar, o entre John Kennedy y Richard Nixon o, para irnos un poco más lejos, entre Stephen Douglas y Abraham Lincoln. El duelo que los argentinos nos arreglamos para habilitar un nuevo presidente es entre un farsante y un delirante o, como me dijera un psicólogo, un psicópata contra un psicótico. Qué lindo. ¿Cómo fue que llegamos a esta situación? No lo sé y creo que me da vergüenza saberlo. Solo sé, para mi desdicha, que esto ocurre en el país donde Domingo Faustino Sarmiento debatió con Juan Bautista Alberdi, Leandro N. Alem con José Hernández, o Lisandro de la Torre con Juan Bautista Justo. Supusimos que el debate del pasado domingo despejaría algunas dudas, pero no pasó nada. Como observador politizado admito que Massa a Milei le dio una paliza por el pelo y por la barba. Fue como una pelea entre Carlos Monzón contra Minguito Tinguitella. Yo esperaba que Massa dispondría de alguna ventaja por su experiencia política y su condición de cuentero profesional, pero jamás esperé que la biaba iba a ser tan contundente y jamás espere que Milei fuera tan nulo en estos temas; jamás esperé que el matón de la motosierra, el hombre de las entrevistas que aullaba como un poseído, se reduciría más que a un gato mimoso, a un gato asustado solo capaz de posar de malo con periodistas mujeres. Encima las justificaciones: "Me querían desequilibrar", dijo. ¿Perdón? ¿Esa es la excusa de un señor que pretende ser presidente de la república? "¿Me tosían a propósito? Dios mío. Si en lugar de ejercitarse en golpear un muñeco con el rostro de Alfonsín, el señor Milei hubiera prestado atención a cómo se desenvolvía este político con tribunas en contra insultándolo o plazas desbordadas de gente cantándole la marcha peronista, algo hubiera aprendido del arte de la política.
III
De todos modos, no creo que Massa haya ganado un voto por esta paliza; o que Milei haya perdido un voto por cobrar como en bolsa. Habrá que preguntarse por lo pronto cómo vota ese tercio del electorado que aún no ha decidido qué hacer. Aclaremos algunos detalles. Que Massa le haya dado una paliza política a un Milei desvalido, no quiere decir que haya ganado las simpatías de los votantes. Por el contrario, es probable, o no habría que descartar, que por esos curiosos movimientos psicológicos del alma un sector de la población se haya solidarizado con la víctima, haya descalificado "al grandote matón que se aprovecha del chico enclenque". En el famoso debate entre Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori, el escritor le dio "al japonesito" una biaba de padre y señor mío, pero el pueblo peruano se puso del lado del pobre Fujimori avasallado por un Vargas Llosa soberbio, pedante y con residencia oficial en Europa. ¿Pasará lo mismo con Milei? No lo sé, pero no creo que la victoria o la derrota del domingo dependa de ese debate en el que, efectivamente, Massa ganó en la falta envido y el truco. Y ganó con un as de copas, un cuatro y una negra.
IV
Admito de todos modos que debe de ser difícil lidiar con un candidato que dispone de la facilidad de palabra del cuentero, el desparpajo del estafador y la desvergüenza del atorrante. A esos atributos, que Massa ha sabido cultivar con el esmero de un artista y la certeza de que esas virtudes en el peronismo están canonizadas, se suma el control absoluto de los recursos del estado: instituciones, plata, gente y violaciones sistemáticas de los límites y controles establecidos para una campaña electoral. Los logros de Massa en esta campaña son maravillosos. "Vótenme a mí que yo haré en el próximo gobierno lo que ahora en este gobierno del que soy titular no hago". "Vótenme para no perder las conquistas sociales", dice el hombre que ofrece como testimonio de su gestión de gobierno índices estremecedores de pobreza e indigencia. El balance del gobierno, y en particular de la gestión de Massa, es deplorable, pero se las ha ingeniado para convencer a millones de argentinos de que si no lo votan a él lo que viene será mucho peor. Asimismo, hay que admitir que esa red de poder populista enhebrada con clientelismo, capitalismo de amigos, subsidios dispendiosos, corruptelas de todos colores produce muchos beneficiarios resignados a convivir en un régimen donde todas las humillaciones están permitidas.
V
Repito: no sé quién va a ganar el domingo y qué va a pasar el lunes. Mucho menos sé de las celadas que nos tenderá el futuro. Si los recursos del poder estatal fueran decisivos, la victoria de Massa está asegurada; pero si Milei logra convencer a la inmensa mayoría de argentinos que él es el hombre que los sacará del atraso, el bastón de mariscal será suyo. En todos los casos debemos estar preparados para el asombro, aunque el asombro no siempre es portador de buenas noticias. Curiosamente, la pobreza política de los candidatos, la ambigüedad de la coyuntura, las incertidumbres acerca de cómo salir de la crisis ha alentado para estas elecciones una suerte de curiosa tolerancia. En lo particular, tengo amigos que votan a Massa, amigos que votan a Milei y amigos que votan en blanco. Y seguiremos siendo amigos. Sus decisiones son personales, pero todos saben que nadie está en condiciones de asegurar que la verdad está de su lado. Hay muy buenas razones para votar por cualquiera de las opciones posibles, como también hay muy buenas razones para no votarlas. "Malhaya triste destino los caballos argentinos", escribió el viejo Atahualpa, que recurría a la imagen de los caballos para hablar de nuestra condición humana.