I
I
No es improbable que Javier Milei sea el nuevo presidente de los argentinos. En estas elecciones Paso el hombre ha demostrado que está en condiciones de serlo. En principio ha sacado los votos necesarios para ello y no está escrito que en los sesenta días que faltan para octubre saque más. Dispone a su favor del efecto sorpresa. Nadie, o muy pocos, esperaban esta revelación. En el mejor de los casos le asignaban un honroso tercer puesto, algo así como el quince o veinte por ciento de los votos, y no mucho más. Pues bien: superó el treinta por ciento. Fue el candidato más votado para asombro, consternación o alegría de los argentinos. Otro sí digo: la bala de plata a su favor es el triunfalismo de electores atraídos por el brillo, los oropeles del ganador. No viene al caso discutir si los votantes se equivocaron o acertaron; si se suicidaron o creativamente imaginaron el futuro. Los votos están en la urna y hablan. Y su lenguaje es elocuente. Al respecto hay que ser claro: si hemos admitido que la legitimidad política la otorga el voto, el sufragio universal, hay que hacerse cargo de las consecuencias, nos gusten o no. Nos guste o no Milei. Aunque en mi caso debo confesar, con pedido de reserva, que de a ratos asalta a mi memoria aquella frase de Winston Churchill: "El mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con un votante medio". Licencias orales que se permitían de vez en cuando algunos destacados súbditos conservadores de la reina. Humoradas al margen, este domingo se celebraron las Paso; dentro de dos meses se elige presidente. No son universos lejanos, pero son dos procesos políticos diferentes.
II
En los próximos días abundarán notas, artículos y ensayos acerca de la personalidad de Milei, sus virtudes y defectos, sus logros y postergaciones. Más importante me resulta saber qué pasa con los votantes de Milei, por qué tomaron esa decisión, por qué decidieron reiterar un "que se vayan todos" como en 2001, aunque en la ocasión esa ausencia sería ocupada por él. Maticemos los trazos y colores del lienzo. Milei ganó, pero no arrasó como más de uno dijo con cierta licencia verbal el domingo a la noche. Obtener el treinta por ciento de los votos fue una hazaña, pero un aguafiestas observaría que hay un setenta por ciento de los argentinos que no lo votó, una cifra elevada para quien se propone llevar adelante lo más parecido a una revolución. Supongamos que una exitosa campaña le permita a Milei superar el cincuenta por ciento de los votos. Albricias. Pero nuestro aguafiestas observaría que porcentajes parecidos obtuvieron en su momento Alfonsín y Cristina. Y no hace falta reiterar, además de las diferencias entre ellos, que esos porcentajes son muy difíciles de sostener en el itinerario de un mandato presidencial en un país agobiado de borrascas políticas, sociales y económicas. Insisto en estas contrariedades que suele presentar la realidad en sociedades democráticas, porque me temo que Milei está convencido, o intenta convencer a sus votantes, que sus iniciativas revolucionarias no van a ser resistidas por amplios sectores de la sociedad. Es verdad que a Juntos por el Cambio no le fue como esperaba y que el peronismo por primera vez en su historia está jugando para no irse al descenso. Pero en esto dos meses pueden pasar muchas cosas, incluso que Milei no sea presidente. El peronismo está golpeado y nada augura que en el futuro inmediato pueda recuperarse, pero para quienes se apresuran a extenderle un certificado de defunción política les recuerdo que se trata de una poderosa fuerza política, con insaciable sed de poder y con una gravitación que va más allá del conteo de votos. Es verdad que el peronismo ha agotado su ciclo histórico y lo único que puede ofrecer es anacronismo, miedo o ladridos de perro a la luna, pero en esta Argentina que nos ha tocado vivir no estoy seguro de que el populismo sea una ruina del pasado. Por lo pronto, el ganador de estas Paso es un clásico exponente populista, de derecha, de extrema derecha o como lo quieran llamar, pero populista al fin. ¿Populista Milei? Sí, claro. Lo es por la relación que sostiene con la sociedad, por las consignas, por la naturaleza de su liderazgo y, muy en particular, por el inspirado talento de simplificar problemas difíciles. Dicho con otras palabras: si Milei se consagrara presidente, un historiador muy bien podría reflexionar acerca de las vicisitudes de una sociedad que transita de un populismo a otro.
III
Juntos por el Cambio consagró a Patricia Bullrich como candidata. Concluyó el discurrir si gobernamos por consenso o apostamos a "todo o nada". Una mirada superficial o deliberadamente distraída podrá decir que Milei y Bullrich son lo mismo. Puede que para más de un votante así sea. Liberales, antiperonistas, convencidos de que una etapa histórica ha concluido y se inicia una nueva. Pero hasta aquí llegan las coincidencias. Una identidad política no se constituye solo con dos o tres libros de economía o dos o tres consignas; una identidad política incluye tradiciones, culturas, conocimientos acerca del significado de valores como democracia y república, e incluso interpretaciones diferentes respecto de los alcances del término liberal. La sabiduría política aconseja en este caso no subestimar las coincidencias entre Milei y Bullrich, pero tampoco subestimar las diferencias que son reales, son importantes y en algún punto decisivas. Juntos por el Cambio siempre ha aspirado a ocupar el espacio político de centro y centro derecha, La Libertad Avanza, es la derecha en sus versiones más conservadoras y en más de un punto la ultraderecha. El viaje de MIlei a España no fue para conocer los sabores de la paella, sino para abrazarse con sus amigos de Vox.
IV
Dejemos de lado por un momento disquisiciones teóricas y atendamos los rigores de los hechos. ¿Con qué recursos humanos, con qué poder político, Milei podrá cumplir lo que promete? Advierto al respecto que no hay país capitalista en el mundo que haya modelado un orden económico y social como el que pregona Milei. Si una licencia humorística me es permitida, diría que es un clásico troskista de derecha. La misma rigidez ideológica, la misma intolerancia, agravada en este caso por inquietantes desbordes emocionales. De todos modos, será el pueblo el que decida. Puede que Milei gane en primera vuelta, puede que haya un balotaje con Bullrich, puede que la moneda siga dando vueltas en el aire hasta la revelación definitiva. La probabilidad más remota es que el peronismo salga del tercer puesto en el que lo han colocado los votantes. Agustín Rossi podrá convocar a luchar contra la derecha; Aníbal Fernández, amenazar con futuros derramamientos de sangre, pero todo parece indicar que el peronismo, protagonista de una gestión deplorable, ha agotado su posibilidad de sumar más votos que los obtenidos este domingo. Lo más probable que la disputa por la presidencia sea entre Javier Milei y Patricia Bullrich. Y nos guste o no, las elecciones se van a personalizar. Las virtudes, los defectos, los méritos y las faltas de los candidatos serán decisivas. André Malraux dijo en una entrevista que a la hora de elegir un candidato la experiencia le había enseñado que más importante que la ideología o la trayectoria de los candidatos, son los temperamentos. Si el autor de "La condición humana" no se equivoca, los argentinos deberemos elegir entre el temperamento de Javier o el temperamento de Patricia. A no apresurarse: disponemos de sesenta días para decidir.