I
I
Puede que Javier Milei sea una amenaza posible; pero lo seguro es que Sergio Massa es una amenaza cumplida. Puede que Milei sea un desequilibrado emocional como muy bien lo calificó Guy Sorman, un liberal de toda la vida al que da gusto leerlo; pero Massa es un canalla político, un fullero recalcitrante cuya relación con el poder es enfermiza. El país anda mal y hacia el futuro lo que se perfilan son tormentas con rayos y truenos. Hay pobreza, indigencia, inflación y una amarga y resignada sensación de fracaso. De Milei pueden decirse muchas cosas, menos hacerlo responsable de este escenario devastado por la corrupción populista. El dolor social, la sensación de impotencia, la frustración que domina a millones de argentinos no la produjo Milei, la produjo el régimen político de dominación, control social y explotación montado por el peronismo. Veinte años de dominación populista y el país sobrevive paradójicamente gracias al esfuerzo, la creatividad y la inteligencia de quienes son opositores y víctimas de esta realidad que en algún punto adquiere el tono de lo pavoroso.
II
Puede que mis adjetivaciones contra Massa sean duras. Sin embargo, ni los epítetos más despreciativos, más descalificadores y más impiadosos están a la altura de los que emplearon alguna vez contra él los propios peronistas y, muy en particular, la señora Cristina Fernández y el señor Juan Grabois. "Sinvergüenza, vendepatria y cagador", le dijo Grabois, advirtiendo, además que "ni en pedo lo votaría" y omitiendo decir que sí lo votaría en estado de sobriedad como efectivamente declaró que lo va a hacer. "Hay que embocar de una buena vez a ese hijo de puta", le confió Cristina a Oscar Parrilli. El "hijo de puta" es, por supuesto, Massa. Las consignas de La Cámpora en su contra eran tan duras como las promesas de Massa de meterlos presos por su condición de ñoquis. Son los peronistas los que saben que Massa es un crápula y así lo dicen. A esa retórica que muerde como un látigo o silba como un ofidio, yo no llego. Lo que ocurre es que ese tono crapuloso, esos insultos demoledores en el peronismo suele estar afectado por la amnesia. Hoy se dicen y mañana se olvidan. ¿Cómo hizo Patricia Bullrich con Milei? Más o menos.
III
Dicho con otras palabras, Massa expresa mejor que nadie el talante moral medio de la dirigencia peronista. Por eso lo soportan, por eso triunfa, por eso incluso lo admiran. Lo que para otros son defectos, para ellos son virtudes. Pensé en algún momento que Massa reunía las virtudes que Nicolás Maquiavelo le reclamaba al Príncipe. Pobre Maquiavelo. Lecturas ligeras y manipuladores lo colocan en apologista de personajes que se parecen más a un gangster que a un político. Queda el consuelo de saber que Antonio Gramsci, Louis Althusser, Maurice Joly y Raymond Aron, entre otros, lo leyeron desde lugares diferentes. Maquiavelo no nos enseña a ser canallas o tramposos, nos enseña a pensar el conflicto en tiempos de tormenta; lo suyo es una exigencia a pensar la política más allá del cinismo o la desesperación. Como dijera uno de sus lectores más lúcidos, para Maquiavelo escribir la historia es describir la fuerza, la intensidad, el peligro del conflicto. Si su libro ha sobrevivido a más de cinco siglos es porque siempre habla desde el futuro y siempre entiende lo real como un cruce de caminos en el que se abren varias posibilidades. ¿Qué tiene que ver Massa con ello? Nada. Además, el Príncipe que piensa Maquiavelo produce resultados y esos resultados tienen como destinatario al "pueblo". Pues bien, el pueblo real de carne y hueso, el pueblo argentino, no está viviendo bien. Y el destino que le aguarda con una hipotética reelección de Massa no alienta versiones optimistas. No sé si con Massa marchamos a un narco-estado, a una renovada cleptocracia, a un país devenido en una toldería tercermundista, lo que sé es que la consideración de esas posibilidades responde al más crudo realismo.
IV
Dilemas o encerronas de los procesos electorales actuales. Un farsante tramposo o un lunático reaccionario. En nombre del refranero popular me dicen que es preferible lo que no se conoce a lo que conocemos porque lo venimos padeciendo desde hace años. El mismo refranero popular es el que advierte que "es preferible malo conocido que bueno por conocer". Conozco las teorías de lo posible, las teorías del mal menor, la opción de hierro entre lo preferible y lo detestable. Conozco el flanco práctico de la política y sé de los límites y la impotencia del voto en blanco. ¿Qué hacer? Todavía no lo sé. En las cárceles, Massa obtiene más del setenta por ciento de los votos. Asesinos, violadores, reincidentes saben muy bien qué les conviene. Toda persona en una situación límite lo sabe. Por otro lado, torturadores, secuestradores de niños, sádicos ejercitados en los centros de detención clandestina de la dictadura militar expresan su encanto por Milei y por su candidata a vicepresidente. Admitan conmigo de que es difícil elegir en estas circunstancias. Por lo menos para mí lo es.
V
Me han dicho que más allá de mis escrúpulos personales debo elegir entre dos opciones que contarán con el respaldo de millones de personas. A veces, muy pocas veces, así lo he hecho, pero mi idea de la democracia y de la libertad está fundada en primer lugar en el individualismo. Sí, ya lo sé. El término individualismo descompone de furia a los amigos de la comunidad organizada seducidos por el rugir de las masas o la paz de los cementerios. Yo, sin embargo, concibo la democracia, la soberanía popular como un bien o una virtud destinada a ser ejercida por el individuo. Todo el orden democrático tiene como objetivo alentar, proteger y reconocer al individuo. Que me perdonen los populistas, pero no soy devoto de esa categoría a veces noble, a veces infame, a veces digna, a veces manipulada por los demagogos, que responde al nombre de "pueblo". La aprecio, la reconozco, alguna vez me he bañado en esas fuentes, pero siempre adscribí a esta opinión de Heinrich Heine: "Si el pueblo revolucionario ingresara en mi casa decidido a quemar mi biblioteca, lucharía contra él hasta la última gota de mi sangre". Frase poco feliz, lo reconozco, para quienes en otros tiempos se ejercitaban en destruir bibliotecas, quemar locales partidarios o salas de arte en nombre de las masas. Sé que mis palabras pueden dar a lugar a ser calificado de elitista, gorila, antipopular y otras delicias por el estilo. Sé que ninguna de esas calificaciones me alcanza y mucho menos me afectan. Mientras tanto, prefiero, como el personaje que Jean Paul Sartre cita en "La náusea", ser "un muchacho sin importancia colectiva, exactamente un individuo". En nombre de esa condición iré a votar el domingo 19 de noviembre
Puede que mis adjetivaciones contra Massa sean duras. Sin embargo, ni los epítetos más despreciativos, más descalificadores y más impiadosos están a la altura de los que emplearon alguna vez contra él los propios peronistas y, muy en particular, la señora Cristina Fernández y el señor Juan Grabois. "Sinvergüenza, vendepatria y cagador", le dijo Grabois, advirtiendo, además que "ni en pedo lo votaría" y omitiendo decir que sí lo votaría en estado de sobriedad como efectivamente declaró que lo va a hacer. "Hay que embocar de una buena vez a ese hijo de puta", le confió Cristina a Oscar Parrilli. El "hijo de puta" es, por supuesto, Massa.