"Historia con barcos", de Ana María Paris (detalle).
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Casi a la mitad de la extensa navegación hacia la distante América ocurre el cruce del Ecuador. Sobre el Atlántico impredecible los marinos respetan las tradiciones, por lo tanto habrá festejos y participarán como invitados todos los pasajeros. El mismísimo Poseidón será invocado para el bautismo de los tripulantes nuevos que pasarán de simples "grumetes" a viejos "lobos de mar". De pronto repica una campana y un maestro de ceremonias anuncia: amable público, con ustedes… El Dios del Mar. Enseguida aparece un señor de larga barba blanca portando una capa lustrosa, una corona brillante y un enorme y temible tridente.
"Historia con barcos", de Ana María Paris.
Con voz de trueno ordena el cambio de roles. En consecuencia el capitán baldea la cubierta, el cocinero controla los instrumentos de navegación y al timón lo maniobra el enfermero. Esto es lo que ocurriría en la realidad si no se le rindiera homenaje al Dios. El bautismo a los nuevos se concreta con lluvia de harina y huevos.
Terminado el ritual circulan bocados y bebidas mientras suena una orquesta improvisada. Los niños corretean por la cubierta y los emigrantes, algunos disfrazados, bailan olvidándose del Ecuador. Ya los estómagos resisten el mareo, ya las piernas se han acostumbrado al eterno vaivén del barco. Se forman parejas atractivas y quién sabe tal vez alguna perdurará por siempre. Sobre el final de la fiesta se escuchan palabras de aliento mutuo. En idiomas diversos se escucha: "Vamos a hacer la América". Las aguas salobres de la nostalgia van siendo reemplazadas por los vientos cálidos de la esperanza.
Esa medianoche, en un intento de reducir la tristeza que lo abruma, un emigrante recuerda su partida:
"Mi familia no quiso ir al muelle a despedirme. La noche anterior comimos y bebimos entre abrazos sin fin. Los mayores que salieron de madrugada a sus tareas son algo parecido a perseverantes delfines, entre todos juntaron el dinero para mi pasaje. Mamá cocinó sin descanso estos días, tendré comida para un rato. Cuando a media tarde agarro la valija, la gorra y el sobretodo, mis hermanitos se desatan en un coro de llantos. Una sola vez -dos no podría- me doy vuelta para levantar la mano en saludo final".
"Estoy seguro que mamá apenas ve el gesto, sus ojos están velados por un mar de lágrimas. Para aminorar la congoja que me oprime acaricio al perro que me sigue y apuro los pasos que me alejan tal vez para siempre de mi casa, de mi pueblo, de mi patria. En el muelle mi perro fiel tiene clavada su mirada en mí. Lo veo achicarse a medida que el barco se aleja. Casi lo puedo escuchar aullando en dirección a la luna llena".
"Y después de treinta días de ver sólo horizontes de agua, un amanecer soleado de abril desembarco en la Argentina. Con el rostro curtido de salitre y sol, puesta mi gorra marrón y con el sobretodo y la valija en una mano bajo con cautela por la escalera del barco. Recuerdo una recomendación de mi padre: respetar una cábala trasmitida desde el fondo de los tiempos. Del dinero para cigarrillos y otros gastos en la cantina durante la travesía me han quedado nada más que tres monedas. Antes de ir a Inmigraciones camino hasta el borde de un muelle. Susurro una frase de agradecimiento al mar y arrojo esas tres monedas al agua en cumplimiento de la cábala. Ahora sí, a hacer honor al proyecto. ¡A hacer la América!"
(*) Texto presentado en ocasión de cumplirse el centenario del Centro Balear de Santa Fe. Está inspirado en la obra pictórica "Historias con barcos", de Ana María Paris, premiada a propósito de dicha conmemoración.
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