Jueves 19.10.2023
/Última actualización 4:28
En el transcurso de una entrevista un político indignado se incomoda ante una pregunta, cambia su semblante e irritado comienza a elevar la voz, hasta llegar al exabrupto y la descalificación del periodista. Una joven postea en Instagram lo enamoradísima que está con palabras que se estiran en sus vocales acompañadas de emojis para miles de seguidores.
La frustración de un proyecto laboral sume a un profesional en una tristeza que monopoliza sus diálogos. Estar bajo las riendas de la ira, sentirse triste, considerarse amado, no requiere exhibirse por ahí, a deshoras, con tristeza o ya sea enamorado o colérico. Las emociones no necesitan un paseo por el parque a la luz del día. Mario Benedetti lo sabía cuando escribió: "Ya sé que sentir a corazón abierto/ es casi tan cursi como una golondrina/…en todo caso para los sentimientos/ hay horarios relativamente cómodos/ verbigracia de 11 pm a 2 am/ cuando la luna queda en la cuneta (…)".
A diferencia de lo aconsejado por el poeta, son habituales las manifestaciones exacerbadas de las emociones. Alcanzan un alto grado de expresividad a través de las redes sociales -Instagram, Whatsapp, X (ex Twitter), Tik-tok y Facebook- y los medios de comunicación masivos. A su vez, encuentran sustento en una cultura que incorporó ciertas psicologías derivadas en criterios de autoayuda, con una simple y definida narrativa terapéutica, que ofrece una perspectiva neutral de los problemas de las personas ("amoral", en palabras de la socióloga Eva Illouz).
El filósofo argentino Víctor Massuh advirtió este proceso de "desenfreno expresivo crecientemente exterior" de las emociones en tiempos ajenos a la aceleración que les imprimió la tecnología (en el libro "Nihilismo y experiencia extrema" del año 1975). Tuvo la claridad de observar que "el paroxismo de la emoción" tiene como consecuencia desembocar en "la interpretación del paroxismo", en donde la emoción es "suplantada por su caricatura, por los jadeos de una sobreactuación pintoresca". En estas situaciones, que el filósofo denomina "cursilería emocional", sucede "una baraúnda de mímicas, expresiones desencajadas y gestos descompuestos, compiten entre sí por alcanzar una exteriorización dominante: aquí la emoción cuenta cada vez menos porque se ha desplazado hacia la periferia facial o corporal".
Las emociones, entonces, pasan a un segundo plano cuando la preocupación está centrada sólo en que sean conocidas. No reciben atención introspectiva, soslayándose el valor que tienen para la vida personal y la convivencia social. A su vez, otra dificultad se añade, la exteriorización sucede con rapidez. Entre que se sienten y dan a conocer las emociones el tiempo es exiguo, no alcanzan la madurez y perdurabilidad necesarias para que merezcan ser tenidas en cuenta.
Se omite que existen circunstancias que lleva a que las emociones sean "agua de un instante", como describió la escritora Clarice Lispector, a fin de evidenciar su inestabilidad. Suelen cambiar "como la misma agua ya es otra cuando se enerva intentando morder una piedra, y otra incluso en el pie que se sumerge" (Lispector). Quienes se dirigen a sus trabajos enojados con su pareja por un incidente de primera hora, expresan sus emociones inmediatamente por mensajes, escalando un conflicto que no hubiera existido en tiempos pretéritos. Cuántos sinsabores se ahorrarían sin la comunicación móvil o simplemente si se contuvieran, en tanto serían disipados por el solo paso del tiempo.
Más allá de estas dificultades, la trascendencia de las emociones no está en duda en la cultura actual. Entre los valiosos estudios existentes, cabe detenerse en el análisis de la ira que efectúa Martha Nussbaum ("La ira y el perdón", 2014), a fin de relacionarlo con aquel figurativo político irascible. La ira casi siempre es perjudicial, sostiene la filósofa, pero puede excepcionalmente ser valiosa cuando se trata de la "ira de transición", aquella indignación que no tiene deseo retributivo, es decir, no hay búsqueda de venganza por el daño padecido. Se exclama: "¡Esto es indignante! No debe volver a suceder", a causa de un sistema injusto, volcando el enojo para un trabajo constructivo a futuro. La considera una "ira noble" por la trascendencia para pensarla en torno a las instituciones políticas. Nussbaum la ejemplifica en la secuencia de emociones que tuvo el discurso "Tengo un sueño" de Martin Luther King.
Hay ira al inicio del discurso, que evoca una imagen de rectificación que va de una forma retributiva a una de trabajo y esperanza. Un deseo tanto de reconciliación y esfuerzo compartido como de justicia y hermandad: "Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad", expresó King. En estos casos, para la ensayista, "la ira proporciona un motivo esencial para trabajar en la corrección de las injusticias sociales".
En cambio, Nussbaum advierte que cuando no estamos ante la "ira de transición", quienes se enojan por las injusticias de un sistema desean destruirlo, traer el caos y ocasionar daño a sus defensores, sin comprometerse a realizar las cosas de otra manera. Aquí señala otra cuestión, esta ira puede ser disuasoria, pero nos alerta que "es improbable que la manera de disuasión de la ira conduzca a un futuro de estabilidad o de paz; por el contrario, es muy probable que lleve a una agresión más taimada".
El político irascible que exterioriza inmediata y constantemente su furia por las injusticias sociales, con el deseo que sea percibida para sacar rédito y señalar responsables (búsqueda de venganza), no tomará el camino de la transición que rectifica el enojo en una construcción futura de cambio real y genuino. Sucedería lo que vaticina Nussbaum, que "la fantasía de venganza resulta profundamente engañosa y que, en la medida en que tiene sentido, lo tiene sobre un trasfondo de valores enfermos. En consecuencia, es muy probable que esta emoción nos lleve por mal camino".
Analizar las emociones y sus consecuencias resulta indispensable. De ahí la preocupación por la exteriorización desatada que provoca su banalización. Deviene necesario, entonces, un resguardo para que la emoción reciba una adecuada atención. Cabe aspirar, como deseaba Víctor Massuh, a una "cultura de contención" con una pedagogía que nos diga "que en tales momentos es preciso enmudecer, disimular, apretar los dientes, no delatar lo que nos revuelve". Debemos aprender a caminar circunspectos por la vida.
La circunspección no les niega autenticidad a las emociones ni menoscaba su importancia, al contrario, pretende resguardarlas en el baúl de la intimidad debido a la trascendencia otorgada. La reserva de las emociones suele estar desacreditada o, por lo menos, malinterpretada. El silencio, el llanto en soledad, leves gestos de constricción, o cualquier otra expresión humana cincelada por el recato y la gravedad ante la alegría o el pesar vivenciados, suelen desconcertar o simplemente recibir un juicio de desaprobación. No hay duda que esos seres desgarrados con el corazón en la mano a la vista de cualquier transeúnte, nunca oyeron de la existencia de aquellas personas discretas que tienen "el llanto de ojos secos", como escribió Mario Benedetti: "Antes lloraba (…)/ por el paisaje herido de temblores/ por los cansados de mirar al cielo// pero los ojos se secaron/ sabios/ se secaron despiertos/ errabundos/ no saben qué mirar ni qué asumir/ son ojos deslumbrados/ cenicientos".
No debe haber confusión, quien habita las regiones de la circunspección y el recato ha transitado por el llanto en sentido cabal. Esos ojos se secaron después de haber vertido sus lágrimas en el regazo de un amor, en el abrazo de un amigo o en una soledad construida con sentido, porque llorar, como escribió Benedetti, "es un escándalo del alma". La dureza, la inexpresividad, la lejanía en la mirada, en nada se asemejan a la contención que busca una dignidad singular, ser el tamiz de las emociones antes que sean conocidas. La circunspección no es de acero forjado, requiere de un material que permita la flexibilidad para envolver a modo de piel el alma, con la porosidad justa que tamice el tránsito de lo que ingrese y salga de ella en términos de expresividad.
Cabe construir vías de exteriorización para que la emoción vea la luz en la plenitud de su esencia y no con los disfraces actuales. Podría ensayarse, tal vez, una manera original y delicada, como la que ofrece el poeta sanjuanino Jorge Leónidas Escudero: "Frente a un rancho que tengo donde el diablo/ dicen que perdió el poncho/ pongo estos versos colgados en un alambre./ Es a ver si pasa algún caminante/ y al verlos como ropa al viento puede/ que no se le dé un pito o/ salude agitando una mano como/ si hubiera encontrado algo suyo.// Es mostrar intimidades,/ ropa de andar dentro de mí,/ palabras que se me vienen a la boca/ y al no encontrar bien cómo decirlas/ nomás las cuelgo afuera.// Mejor dicho se trata de saludar,/ enviar saludos a quien acierte/ pasar frente a esto y diga sí,/ ahí está colgado lo mismo que yo quería decir".
Dejar las emociones como "palabras tendidas" en campo abierto es –paradójicamente- una manera de cuidarnos y una ofrenda para el otro. Hay delicadeza al permitir que trasciendan y posarlas -con altruismo y deseo de empatía- en cierto lugar, solas y anónimas, convertidas en una caricia para el prójimo y sin ser ya noticias de uno mismo.
(*) Abogado. Actualmente es Relator Letrado en el Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires.