Casi 1400 años atrás, ocurrió el primer encuentro entre una delegación cristiana y el mundo musulmán, que, de hecho, en aquel momento solo se concentraba en una ciudad y apenas contaba con unos miles de fieles.
No es casual el viaje de Francisco a este rincón del mundo que se caracteriza por la diversidad cultural, religiosa y étnica
Casi 1400 años atrás, ocurrió el primer encuentro entre una delegación cristiana y el mundo musulmán, que, de hecho, en aquel momento solo se concentraba en una ciudad y apenas contaba con unos miles de fieles.
Tras la migración del profeta a la ciudad de Medina, este lugar no solo se había convertido en la nueva sede del islam, sino también en una sociedad multireligiosa. Albergaba dos tribus árabes que habían abrazado el islam y tres tribus judías, pero no había en ella ninguna presencia del cristianismo.
Cuando la proclamación del profeta Muhammad llegó a los oídos de los cristianos de Najran, ellos decidieron visitarlo personalmente con el fin de averiguar sobre su nueva religión. Su encuentro con el profeta se llevó a cabo en la mezquita principal de Medina y aún no había terminado la conversación cuando el profeta notó en los visitantes cierta inquietud.
Cuando preguntó qué ocurría, ellos contestaron que ya se había acercado la hora de su oración. Tanto en Medina como en sus alrededores, no había ninguna iglesia, así que el profeta les ofreció su mezquita para que realizaran allí su rezo cristiano. De este modo, podemos ver que ya en el inicio del islam, su profeta sembró con su propio ejemplo la semilla de la convivencia respetuosa entre musulmanes y cristianos.
No obstante, lamentablemente, este gesto no pudo plasmarse en un camino duradero de convivencia pacífica entre ambas religiones. En la propia vida del profeta, ya emergieron los primeros conflictos bélicos entre los musulmanes y los cristianos que continuaron durante varios siglos y alcanzaron su cúspide con las cruzadas medievales.
Fue un viaje largo, agotador por los numerosos obstáculos, y lleno de desvíos y pérdidas, antes de llegar a esta modernidad donde, en su mayor parte, se ha establecido una convivencia armónica y racional entre los fieles de ambos cultos. Sin embargo, aún queda mucho por mejorar y aprender, en este sentido la actual visita del Papa Francisco a Indonesia, el país con la mayor población musulmana del mundo, fortalece este rumbo hacia un mejor futuro.
Ante tantas nubes que ensombrecen la paz mundial que no cesan de salpicar el planeta con la sangre de vidas inocentes, considero que no es casual el viaje del Papa Francisco a este rincón del mundo que se caracteriza por la diversidad cultural, religiosa y étnica.
Esta visita del Papa nos señala que la diversidad y la diferencia de opinión no pueden ser excusas para alejarnos unos de otros, sino que deben aún más acercarnos al diálogo. En un mundo globalizado, donde hay cada vez más voces que parecen sostener la preferencia de volver a una época de “guerra fría” o a una partición entre “Occidente vs Oriente”, este viaje nos muestra que la solución no es la construcción de más muros, sino de más puentes.
Como musulmán y teólogo, me interpelan las actividades interreligiosas del Papa en Indonesia. Por ello, creo que es imprescindible sacar conclusiones concretas y prácticas de estos encuentros. A diferencia del siglo VII en la ciudad del profeta del islam, las comunidades cristianas que viven hoy en las sociedades musulmanas requieren más que sólo tener un espacio temporal para rezar.
Esta visita del Papa nos señala que la diversidad y la diferencia de opinión no pueden ser excusas para alejarnos unos de otros, sino que deben aún más acercarnos al diálogo.
Vale recalcar para las sociedades musulmanas donde los cristianos son discriminados o perseguidos, que el propio Corán avala la libertad religiosa hasta tal punto que declara un deber de los creyentes defender la santidad de cada sinagoga, iglesia y templo religioso. Es decir, según el islam, todos los credos gozan del derecho absoluto y equitativo de confesar libremente su fe, sin ninguna excepción.
La construcción del “túnel de la amistad” para conectar la mezquita más grande de Indonesia con la catedral católica es un símbolo y una chispa de inspiración para todos. Sigamos este ejemplo y unamos, primero, nuestros corazones y luego los templos religiosos en nuestras sociedades con espíritu de fraternidad.
Es mi profundo deseo que podamos dejar un mundo para las futuras generaciones donde las iglesias con su cruz, las mezquitas con su minarete y las sinagogas con su estrella no sean símbolos de discordia, sino muestras de la belleza humana y de la fraternidad universal.
*Marwan Gill es Imam (teólogo islámico) y Presidente de la Comunidad Musulmana Ahmadía en Argentina.