Indudablemente, un tal Enrique Santos Discépolo, porteño de Balvanera, fue uno de los más grandes poetas de nuestro tango. Por su temperamento se autodefinió como un "búmeran", porque iba y venía. "Pero yo siempre regreso", solía decir también.
Cuando transita por la miseria total y absoluta, invadiéndolo una desazón total al ver que "al mundo nada le importa", porque sigue girando haciendo caso omiso a los sufrimientos de la gente...
Indudablemente, un tal Enrique Santos Discépolo, porteño de Balvanera, fue uno de los más grandes poetas de nuestro tango. Por su temperamento se autodefinió como un "búmeran", porque iba y venía. "Pero yo siempre regreso", solía decir también.
Transitó por la soledad pero por momentos se sentía miembro de una gran familia: el pueblo argentino, por su acercamiento a los más necesitados. Los padecimientos económicos y existenciales lo abrumaron, lo desilusionó la realidad, buscó la fraternidad y preguntó una y mil veces, en voz alta y con asombro: "¿Nadie oye el dolor?"
Soledad y desesperanza, cruda realidad de una época, cargada de pesimismo y en total desencanto. En el año 1929 le dio vida al tango escrito por su propio cuerpo, su mente y su corazón, "Yira, yira", llevando al papel y al pentagrama -ya que también fue el autor de la música- uno de los más emblemáticos temas del acerbo tanguero.
Está inspirado en su penosa vida, la calle que lo vio nacer, la soledad por la que transitó y la rabia por ver cerrado todos los caminos, sin un horizonte claro que vislumbrara una salida:
"Cuando la suerte, que es grela/ fayando y fayando te largue parao/ cuando estés bien en la vía/ sin rumbo, desesperao/ cuando no tengas ni fe/ ni yerba de ayer/ secándose al sol/ cuando rajes los tamangos/ buscando ese mango/ que te haga morfar/ la indiferencia del mundo/ que es sordo y es mudo/ recién sentirás".
Este inicio del tema desnuda en su totalidad lo indefenso que se siente el individuo cuando la suerte se le hace contra, cuando transita por la miseria total y absoluta y cuando es invadido por una desazón total al ver que el mundo sigue girando haciendo caso omiso a los sufrimientos de la gente.
Frente a este panorama sombrío, el poeta, desesperanzado, sin fe y sin motivación, dueño de una realidad que trasunta su vacío, se llena de sed de venganza y hambre de justicia lo lleva a resumir esa situación con estos lastimosos versos:
"Veras que todo es mentira/ veras que nada es amor/ que al mundo nada le importa/ Yira , yira/ Aunque te quiebre la vida/ aunque te muerda un dolor/ no esperes nunca una ayuda/ ni una mano ni un favor".
Fatal desilusión frente a la dura realidad. La desesperanza, pero al aguardo siempre de una ayuda que no llega y la falsedad de las mentiras y de las promesas que debilitan y corrompen los mecanismos de las fuerza para seguir.
El síntoma de abatimiento, está, se palpa y a la vista, la caída de hombros es inevitable y los brazos al costado del cuerpo, manifiestan uno de los peores diagnóstico: la entrega del miserable, del débil vs el triunfo del poderoso:
"Cuando estén secas las pilas de todos los timbres que vos apretás/ buscando un pecho fraterno para morir abrazao/ cuando te dejen tirar, lo mismo que a mí, después de cinchar/cuando manyes que a tu lado se prueban la ropa que vas a dejar/ te acordaras de este otario, que un día cansado, se puso a ladrar".
Este tango se caracteriza por su tono melancólico y su letra que trata sobre el amor, el desamor y la vida cotidiana. "Yira, Yira" es un ejemplo de cómo el tango puede ser también un medio para expresar críticas sociales y existenciales, utilizando la música como una forma de arte que refleja las emociones y experiencias humanas más profundas.
Como dato al margen -pero no menos importante-, no está de más saber que en 1943, el gobierno militar de turno obligó a suprimir y no utilizar el lenguaje lunfardo como así también cualquier referencia a la embriaguez, la prostitución y el proxenetismo, o expresiones tildadas como "inmorales" o "negativas para el idioma o el país".
Esto afectó directamente a este tango, que para ser difundido, debía anunciarse como "Camina, camina", como si esto fuera suficiente para dar vuelta una situación social crítica y de desamparo.
Enrique Santos Discépolo, el querido "Discepolín", de inconfundible figura desgarbada y perfil aguileño, nació en Buenos Aires el 27 de marzo de 1901 y falleció en dicha ciudad el 23 de diciembre de 1951.
Indudablemente, "Cambalache", de 1934, fue su obra máxima, pero es recordado, elogiado y admirado especialmente por componer varios de los llamados "tangos fundamentales" o "tangos de oro".
Además del nombrado y de "Yira, yira" (descripto en estas sentidas líneas de La Tangoteca), podemos mencionar "Alma de bandoneón" (1935), "Desencanto" (1937), "Uno" (con música de Mariano Mores, 1943), "Canción desesperada (1944) y "Cafetín de Buenos Aires" (1948), que le dieron enorme prestigio, el que perduró a través del tiempo y muy a pesar de su muerte prematura.
Antes de "Yira, yira", en 1928, Discépolo compuso el tango "Esta noche me emborracho", que fuera popularizado por Azucena Maizani. Más tarde, justamente entre 1928 y 1929, escribió "Chorra", "Malevaje" y "Soy un arlequín".
Un poco más adelante, entre 1931 y 1934, escribió varias obras musicales, entre ellas "Dos noches en un bar" y "Tres esperanzas". En 1935 viajó a Europa, vinculándose a su regreso al mundo del cine como actor, guionista y director. Pero eso ya es otra historia.
Hasta la próxima.