por Rogelio Alaniz ralaniz@ellitoral.com
por Rogelio Alaniz ralaniz@ellitoral.com
“Muchachos, no digan que no podemos estar peor, porque podemos” Geno Díaz. Con Guillermo Moreno sería interesante disipar algún que otro malentendido. Acerca de su personalidad autoritaria, prepotente no hay nada nuevo que decir, porque con él todo es demasiado evidente. Personajes con las patologías de Moreno abundan en la vida, pero no todos son funcionarios de un gobierno nacional y, mucho menos, ejercen durante casi una década tareas propias de un superministro. Los rasgos personales del carácter de Moreno se presentan como anomalías, defectos o vicios, una afirmación parcialmente verdadera, porque no han sido sus patologías un detalle anecdótico de su personalidad política sino la condición necesaria para ejercer el poder. Está claro que si sus desplantes hubiesen molestado al gobierno K, el señor Moreno no habría durado dos semanas en su cargo. Por el contrario, han sido esos desplantes, esa violencia cotidiana lo que explica su larga permanencia en el poder. Si bien para amplios sectores sociales la personalidad de Moreno resultaba insoportable, para las huestes kirchneristas el hombre fue algo así como un héroe, un modelo de militante K, alguien que fue aplaudido y admirado. Digamos que lo que para unos fue un vicio para otros fue una virtud. para Él y Ella sus groserías y vulgaridades nunca fueron motivo de crítica, todo lo contrario. Moreno llegó a ser el funcionario más popular del oficialismo, el K ideal, el modelo del político -sobre todo del militante- al que había que seguir, imitar y aplaudir. Se habla del fracaso de la gestión de Moreno, pero también a esta afirmación habría que relativizarla. Moreno efectivamente fracasó como funcionario, porque la mayoría de las metas que se propuso no produjeron ni por cerca los resultados esperados. Pero Moreno no fracasó como funcionario oficialista, en tanto nadie fracasa por cumplir al pie de la letra lo que sus superiores le ordenaron que hiciera. En todo caso, si hubo un fracaso ése es del gobierno, es decir de Él y Ella, quienes -insisto- no sólo lo bancaron sino que aplaudieron y festejaron sus conductas más detestables. Moreno en ese sentido puede ser comparado con Aníbal Fernández, Luis D’Elía, Andrés Larroque o Diana Conti, es decir el sector de funcionarios energúmenos que adhieren al llamado proyecto nacional y popular. Es verdad que en cualquier gobierno hay personajes antipáticos, desagradables, e incluso agresivos, pero la diferencia con los K es que aquello que en cualquier gobierno son defectos que por un motivo o por otro se deben consentir, en el caso que nos ocupa no son defectos, sino virtudes que merecen aplausos. Todo gobierno constituye un ideal de funcionario, un “tipo humano” que reuniría las condiciones morales que un proyecto de poder desea presentar como ejemplo a seguir. Según sea el partido, ese ideal se expresa en el ciudadano, el revolucionario, el gestor eficiente, el funcionario honrado. Pues bien, para el kirchnerismo el titular de esas virtudes ideales se expresó a través de una personalidad como la de Moreno. ¿Chivo expiatorio? No lo creo. Por lo menos para el gobierno nacional no lo es, ya que para la consideración K su perfil está más cerca del héroe que del villano. Por lo tanto, si Moreno no es un chivo expiatorio del oficialismo, es la confesión de una derrota. Moreno no se va porque no cumplió con el gobierno, se va por hacer exactamente lo que el gobierno le aconsejó que hiciera. Moreno es aprobado por el gobierno por los objetivos que se propuso y por los modos que empleó para cumplirlos, al punto que hasta podría postularse que en realidad a Él y a Ella los modales y los objetivos fueron una misma cosa. Moreno, por lo tanto, no es una anomalía del kirchnerismo, sino su tipo ideal, pero importa decir que tampoco es una anomalía del peronismo. Su linaje “militante” se identifica con el que en su momento supieron encarnar -por ejemplo- personajes como Apold y Visca. No todo peronista se parece a Moreno. En efecto, el peronismo como tal se expresa a través de diversos modelos de personalidad política, pero está claro que el perfil de Moreno, ese estilo de expresarse como militante, ese comportamiento autoritario, esa personalidad que recorre los bordes del fascismo, es muy peronista y sólo en el peronismo puede obtener reconocimiento político. Axel Kicillof es el primer ministro de Economía con vuelo propio desde los tiempos de Lavagna. Este es un dato, un detalle a tener en cuenta, pero hasta tanto se vean los resultados no es ninguna conclusión. El supuesto “marxismo” de Kicillof no debería asustar a nadie, porque con las diferencias del caso se parece al liberalismo de Menem, es decir, una caricatura peronista de la realidad. Una vez más importa aclarar que los futuros aciertos o errores de Kicillof no provendrán de su adhesión a un marxismo de dudosa legitimidad intelectual, sino a su adhesión al kirchnerismo real de carne y hueso, cuya adhesión a la política no nace de la ideología y los libros a los que Él y Ella nunca frecuentaron con demasiado entusiasmo, sino a los intereses. La fascinación de Él y Ella no está alentada por los textos de Carlos Marx o John Keynes, sino de los éxitos de Cristóbal López o Lázaro Báez. Sus héroes no son Lenin o Trotsky, sino Amado Boudou o Sergio Szpolski; su arcadia no es Sierra Maestra sino Puerto Madero; su pretensión no es asaltar el Palacio de Invierno sino el presupuesto oficial; su meta no es la revolución sino enriquecerse. Jorge Capitanich por su parte es un político de claro linaje peronista. A diferencia de Kicillof, Recalde o el propio Abal Medina, posee votos propios. Gobernador, conoce el arte de la gestión, tiene lo que se dice pavimento político y, sobre todo, es dueño de una poderosa ambición, pasión legítima en cualquier dirigente que pretenda ejercer el poder. Capitanich hoy es kirchnerista como anteayer fue menemista, y ayer duhaldista. Como se podrá apreciar, el hombre fue capaz de cambiar, cambios que más que debilitar su condición de peronista, la afirmaron. Economista y político, le gusta el poder y quiere ser el candidato del peronismo en 2015. Por imperio de las circunstancias su estrategia no es oponerse al gobierno, sino ser su heredero. En ese sentido no se parece a Massa sino a Scioli, que pretende lo mismo, motivo por el cual en los próximos dos años será su más empecinado rival. La base de su proyecto de poder será la cartera ministerial. La apuesta, como toda apuesta de poder, es riesgosa, porque si bien el cargo de ministro le otorga una proyección nacional, también lo expone demasiado, ya que su carta de presentación es la de un gobierno que no está pasando por su mejor momento y hay motivos para suponer que aún lo peor no ha llegado. Desde que se hizo cargo de su cartera, Capitanich marcó un estilo diferente al de sus antecesores, con un discurso económico y político prolijo y la decisión de convocar conferencias de prensa, un detalle que se magnifica en un gobierno para quienes los periodistas han sido -en el más suave de los casos- personajes sospechosos, cuando no desestabilizadores profesionales. Carlos Kunkel, otro clásico promovido por el kirchnerismo, admitió que la pérdida de un millón de votos en las pasadas elecciones obligó a los cambios en el gabinete. En realidad, el gobierno no perdió un millón de votos, sino cuatro, pero prescindiendo de esos “detalles antipáticos” de la realidad, lo que queda claro es que los cambios no nacieron de una conciencia del error, sino que fueron impuestos por las circunstancias. Por lo tanto, no hay evaluación crítica, sino adecuación forzosa a una nueva realidad. A su manera, el gobierno practica una suerte de gatopardismo para disponer del oxígeno político que le permita llegar a 2015. Está en su derecho hacerlo, pero yo también tengo el derecho de no perder de vista lo fundamental o de no dejarme engañar por los pececitos de colores que pretenden venderme. El futuro dirá sobre la naturaleza de estos cambios, pero en tiempo presente lo máximo que se puede decir es lo que en estos casos le gustaba repetir a la amiga de mi tía: “Escoba nueva barre bien”.