Por Marta Ortiz
Análisis literario
Por Marta Ortiz
Mientras escribía un texto para la contratapa de "Las flores de Marte" –microficciones de Griselda Riottini publicadas por la editorial rosarina Ciudad Gótica-, inmersa en la variedad de sonidos que los mundos interiores de su autora emitían, advertí con cuánta naturalidad se encastraban al epígrafe general de Alejandra Pizarnik elegido, donde leemos: "Me di cuenta de que era yo la que producía ese sonido, casi era ese sonido alimentando mi existencia al emitirlo". Quiero decir: Griselda daba cauce, en esa escucha introspectiva y su posterior traslado a la escritura, a su propio sonido, al mismo tiempo autosostén y combustible, al ritmo de lo que podríamos llamar el entusiasmo de la escritura recuperada tras un hiato temporal luego de la publicación de "Bestiario de las cañadas" y "Malibúes" (poesía, 2014 y 2016 respectivamente).
El viaje lector propone recalar en ocho estaciones: Diarios I y II, Poeta, Escenas, Mutaciones, Mujeres, Sueños y Contemplación. Si bien muchos relatos asumen ribetes autobiográficos, o están basados en hechos reales (sobre todo en los Diarios), otros apuntan al misterio, al rescate onírico, incluso a las estremecedoras peripecias de un cuento de terror. Diarios I y Diarios II dan cuenta de vivencias cotidianas a partir del encierro de una "ella", "una mujer", o "La vecina del piso 11": viñetas ligadas al tiempo de pandemia, al cuerpo que sufre una lumbalgia invalidante, al registro visual del paisaje, al deseo de recobrar la práctica de la escritura, a cierta desesperanza que se reitera: "Una mujer siente que la vida le pasa de costado", se dice en el relato "Días".
Ambas partes de los Diarios sostienen una narrativa de vida puertas adentro, de quietud contemplativa. La señora del piso 11 rodeada de sus libros, sus objetos, sus plantas y su paisaje cercano, experimenta "alegría y una sensación de plenitud con la que podía seguir sin importar adonde". Las "Escenas" abandonan lo autorreferencial y relatan instantáneas que, aunque mayoritariamente centradas en una geografía acotada, en ocasiones apelan a lo improbable o indemostrable. Y es en precisamente en esta serie, que reafirma mínimas aventuras cotidianas, donde paradójicamente un día se abren esos misteriosos globos como estrellas amarillas que tan ajustadamente interpreta la ilustración de tapa de Elsa Albornoz.
"¿Las flores habrían venido de Marte?", se pregunta la narradora, quien luego se acerca al río y comprueba que nada extraño altera el paisaje. Y sin embargo en su balcón continúa vibrando el misterio de la flor, misterio que a su vez disparó mi pregunta retórica: ¿Puede una flor presuntamente marciana recalar y abrir su forma estrellada en el macetero del balcón de un piso 11 que, como la ciudad que lo contiene, mira al río? No lo sabemos, pero es muy literario creer, si nos atenemos a la música interior que estos textos emiten, que sí es posible.
En "Mutaciones" leemos capturas ligadas al territorio próximo, como la del Trapito de la cuadra o la del hombre flaco y de piel amarilla que ronda el barrio. La excepción la da un relato cuyo comienzo impreciso: "Era una tierra de fantasmas y de cazadores furtivos", lo acerca a la leyenda; o el de la lobera que apaga su soledad llevando peces a los lobos marinos. Los personajes viven su épica diaria en soledad, inventan pequeñas acciones, brillos mínimos para darle algún sentido a su día.
"Poeta" se diferencia del resto en el tono íntimo que aporta el uso de la primera persona. A partir de una cita de la poeta santafesina Beatriz Vallejos, toma cuerpo una teoría de la inmortalidad, un modo de interpretar, en la vibración infinita del universo, la omnipresencia de los seres queridos ausentes. Tal vez se trata de un deseo, o quizá, sólo de poesía, conjetura la voz que narra: "Después de todo, Dante dijo que el jardín del Edén y la vida eterna, habían sido soñados por los poetas", se dice. También los "Sueños" suman una dosis de magia cuando en su materia evanescente permiten recuperar, entre otros prodigios, la presencia de muertos queridos.
"Contemplación" cierra el volumen. Las visiones de la escribiente reinciden en la cambiante modalidad de la luz sobre el río que cada mañana se filtra entre las ramas de los eucaliptos, mediatizadas a su vez por el verde de las plantas de su balcón. Estas imágenes descriptivas que con variantes leemos a lo largo del libro, me hicieron pensar en Auggie Wren, personaje de la película "Smoke" ("Cigarros"), con guion de Paul Auster, quien intentaba captar las variaciones de su paisaje más próximo (la esquina enfrentada a su quiosco de venta de cigarrillos), tomándoles una fotografía diaria.
En "Acto I" leemos, referido al río: "… quería describirlo como si de una fotografía se tratase". Y más acá en el tiempo, otra asociación libre me llevó a la película de Wim Wenders, "Perfect days", cuyo protagonista, Hirayama, persiste en fotografiar, en el marco de su rutina diaria, la cambiante luz del sol entre el follaje de los árboles, momento irrepetible que todos los días se juega entre luz y sombra, así como al modo de la representación a través de la escritura, sucede con el río omnipresente en "Las flores de Marte".
¿Puede el encierro sostenido fijar un punto de mira en altura como quien espera reafirmar cada día la visión del mismo paisaje y sus cambios sutiles para convencerse no solo de que el mundo sigue latiendo sino de que en consecuencia, también quien mira, como la flor marciana, sigue vibrando? No lo sé, pero sí sé que en "Las flores de Marte" se crea un diálogo, y el río es interlocutor. Con un lenguaje limpio, preciso, en ocasiones poético, la materia geográfica y humana que habita estas microficciones abarcan un piso 11, un balcón, el río -que aporta distancia y fuga-, los edificios lindantes, el parque, paseantes que entre los árboles y vistos desde lo alto parecen "flores del bosque", un cuidacoches, la vecina, realidades tangibles a las que se suma la visión onírica de "niños muertos que pasan volando", o el misterio de los jacarandás que "No son los mismos cuando permiten deslizarse espíritus como búhos colgantes al atardecer", entre otras imágenes que rozan lo fantástico.
Este libro, entre otros hilos semánticos, hace pie en la contemplación y la escucha como abordaje para la superación de un bloqueo de escritura. En "La decisión" la narradora dice: "Ella tomó impulso para escribir sin saber hasta cuándo podían seguir las frases que le surgían". Sin embargo, y "aun cuando en sus oídos seguían apareciendo sonidos que tal vez vinieran de los sueños para decirle algo del paisaje, de la gente del parque (…) ¿O tal vez de ella misma para no quedar atrapada en la angustia del no decir?", una segunda decisión tuerce la anterior: "Por eso dejó de escribir. Se animaría a no hacer nada".
Un cierre que contiene el libro: para la protagonista del relato es solo un punto final que a su vez es la expresión de una filosofía de vida. Pero para Griselda Riottini, que escribió estos relatos capaces de sintetizar mundos enteros en pocas líneas, se trata solo de la metáfora del fin de una etapa, de un reencuentro que es a la vez reconciliación y augurio de continuidad.
(*) Reseña del libro "Las flores de Marte", de Griselda Riottini. Editado por Ciudad Gótica, Rosario, año 2024.
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