Estoy seguro de que allá entrarán en razón y dejarán de jugar con lo que no se puede jugar. Y que esto permitirá, en consecuencia, que las clases podrán comenzar en tiempo y en forma. La escuela es hoy más que nunca necesaria, porque hoy más que nunca la escuela protege a los alumnos.
Comenzarán las clases y con ellas renace la esperanza. Quien tiene estudios de primaria es que tuvo una infancia más feliz. Quien además pasó por la secundaria tiene una adolescencia con más amplia la mirada, más amplia la mente, mejores perspectivas. Aunque degradada en lo nacional, pero devuelta a la dignidad en lo provincial, la escuela sigue siendo la mejor alternativa.
La escuela es la mejor alternativa porque prepara a sus alumnos para el futuro mientras los protege de la adversidad en el presente. La escuela enseña, educa y forma, y además cuida. La escuela debe ser también quien identifica rápido al que está mal, tanto en lo educativo como sobre todo en cuanto a la salud y en cuanto a su situación social, familiar, económica. Más que para dar respuestas, la escuela está para hacer las preguntas.
En la escuela de Santa Fe es ahora más importante el cómo estás que el cuánto sabés. El cómo estás es trascendente, es vital, mientras que el cuánto sabés es transitorio. Y sólo sabe más quien está bien. Por lo tanto, primero hay que preguntar cómo estás, tomaste leche en casa esta mañana, alguien te hizo llorar durante la noche, tenés ganas de vomitar. Te duele la barriga, tenés tos. Querés que te acompañe para que no tengas miedo. Querés hacer un dibujo y luego me explicás qué significa. Querés que te enseñe una canción para no estar triste.
La escuela te enseña cosas para que mañana estés mejor. A otros les debe enseñar aquello que les permita salir del círculo vicioso en que están ahora.
Ya lo decía Mafalda, que la educación es la vacuna contra la ignorancia y la violencia. En efecto, ignorancia y violencia son dos caras de una misma moneda. Y si hoy nos sobra la violencia, y nadie sabe qué hacer con ella, es porque más nos sobra la ignorancia, pero con ella sí que sabemos lo que hay que hacer. Yo te cambio policías por maestros, y todos salimos ganando.
Allá tenemos un Ministerio de Seguridad pero no tenemos un Ministerio de Educación. Pocas vergüenzas, si es que alguna, nos avergüenzan más como país, como argentinos, como personas. En vez de multiplicar la violencia generando ciclos infinitos de acción y reacción, lo que necesitamos es multiplicar hasta el infinito las labores educativas, formativas. Y de vigilancia del alumno.
Vigilar el alumno quiere decir estar atentos. Si un alumno falta hoy a clase, de inmediato se desencadena un sinfín de acciones destinadas a saber qué pasa, por qué no vino. Tiene que volver. Y si el alumno abandona, fracasa la comunidad toda y tanto la comunidad como la escuela deben hacer un meticuloso y sincero examen de conciencia. Si un chico se duerme en clase, o si un adolescente tiene en el patio una actitud impropia, sendos protocolos se activan de inmediato y todos salimos corriendo a ver qué pasa, a ver qué podemos hacer.
Hay muchos problemas y muchos chicos con problemas. Pero no hay que esperar porque puede terminar siendo una espera inútil, y mientras esperás ingenuo se te pasó el arroz. Mientras llegan las soluciones, y esto no tiene fecha, hay que arremangarse y ponerse las pilas. Vale la pena, porque lo que está en riesgo es el presente y el futuro. Y si yo quiero que un chico aprenda y sea útil, primero le doy el desayuno.
Estas ganas que tenemos de salir adelante entre todos, este deseo de rehacer las cosas pero esta vez hacerlas bien, todo esto es muy bienvenido y muy necesario. No miremos para atrás. Hay que mirar hacia adelante, empezando por mirar dentro de casa, y en la calle, y en la esquina, y de noche y de día, y los domingos. En vez de ir a la cancha, organizá un partido en el barrio, o lo que sea, para chicos y para chicas por igual, y quien gana come torta. Y el que pierde, también.
Hay que enseñarles a los varones, y enseñarles a las chicas, juntos y por separado. Hay que darles oportunidades por igual y salir de un esquema clásico que ya se sabe que conduce a la desigualdad, y no pocas veces a la violencia.
Tal como quedó visto en otras ocasiones de temática similar, parece lógico que cada escuela conserve una parte, y no menor, de la capacidad, de la potestad, del poder para adaptarse a sus propias características, es decir, al tipo de alumno, de padres, de barrio, etc. Usando estas capacidades, estoy seguro de que cada escuela podrá hacer mejor las cosas. Al fin y al cabo, conseguir una formación, conseguir un certificado de estudios no es solamente haber acumulado un caudal de conocimientos, sino también haber conseguido la madurez y las habilidades que las circunstancias a cada uno le piden.
Ofrecerles el sosiego
Propongo materia para el debate porque no sé dónde está la verdad, habrá que salir a buscarla entre todos. Pero sí sé dónde está la mentira. Todos lo sabemos. Sabemos que allá donde abunda el menosprecio e incluso el insulto, allá donde todo es con gritos y agresiones, allá donde la amenaza es la norma y allá donde la norma es la corrupción y la violencia, sabemos que allá no está la verdad, ni la razón ni la lógica. Ni el futuro. Los chicos y los adolescentes están inmersos en este griterío, y aprenden, y piensan en consecuencia que éste es el camino. Error. Cada día ven en la calle un nuevo ejemplo de violencia explícita, y aprenden. Entonces surge la escuela como el lugar seguro y sano donde refugiarse.
Comenzarán las clases, aún con dificultades, y renace la esperanza, pese a la adversidad. La escuela es la esperanza. Tenemos que enseñarles a ver la realidad, a interpretarla, a saber qué te conviene hacer hoy para mañana. Y cómo se le descubren al mentiroso las patas cortas.
Cabe transmitir el sosiego, cabe mostrarles el debate productivo, la conversación serena. La búsqueda del consenso. Los chicos, y aún más los adolescentes tienen que encontrar en la escuela aquello que no encuentran ni en la calle ni en las pantallas. Hay que enseñarles a generar ideas, a buscar alternativas y a valorarlas. A valorar las ideas ajenas. Y a descartar por inválida la palabra vacía, el oportunismo, la avivada, el engaño. Hay que llamar a sosiego. La escuela tiene la magnífica oportunidad de llamar a sosiego y ser artífice del pensamiento sano y fecundo de quienes hoy son la base de la sociedad.
No hay futuro sin escuela y educación. No hay futuro sin alumnos que vivan la escuela con entusiasmo e intensidad, que entiendan que también aquí están en casa, o incluso mejor que en casa en no pocos casos. Alumnos que aquí encuentren las preguntas adecuadas y que entre todos encuentren luego las respuestas que hoy todos necesitamos. Todo lo demás es agua que pasa, y ojalá que pase pronto.