Dicen que no hay que esperar nada. Y yo creo que eso es una gran excusa o un artilugio, parte del discurso facilita que se emplee cuando resulta demasiado complicado afrontar las decepciones cotidianas.
Dicen que no hay que esperar nada. Y yo creo que eso es una gran excusa o un artilugio, parte del discurso facilita que se emplee cuando resulta demasiado complicado afrontar las decepciones cotidianas.
Será que ando por la vida con las ilusiones quemando en el pecho y que deambulo por las calles de la comarca con una sonrisa, incluso a veces, en mis instantes sombríos, forzándola un poco, como para recordarle al destino que no me resigno, que puedo cambiar de planes, pero sigo luchando por lo que quiero y nunca voy dejar de soñar.
Como cada mañana salgo a caminar por el bosque. La frescura de la aurora me pellizca la piel, dejando un indicio helado en la punta de mis dedos. El rocío deposita su trémula humedad en los tréboles normales, en los afortunados de cuatro hojas y en los desfachatados de cinco. Las perlas amarillas que ondean entre las diminutas espinas de los calafates anuncian manchas moradas en las manos y la boca de mi hija en los albores del verano.
Saludo a mis perras, amenazo a las gallinas con ser parte del próximo puchero si no aumentan la producción de huevos, y me detengo a admirar el ciruelo que es un espectáculo maravilloso de pétalos blancos. Los cerezos parecen remolonear liberando con serenidad sus perezosos pimpollos pero el damasco pequeño, regalo de una amiga que murió de cáncer, está arrebatado de savia, floreciendo por primera vez. La clorofila impera en cada rincón del jardín y el aire se perfuma de tomillos, mentas y romeros.
El cielo es todo mío, con su leve bruma y su enigmático designio. Me gusta jugar a adivinar si prosperarán las nubes o habrá un estruendo de claridad. Las texturas y los colores van impregnando el paisaje de esencias y misterios, y con el corazón abierto y los ojos encandilados de bellezas, se palpa la Magia escondida detrás de las rugosas cortezas grises, la suavidad de los capullos níveos, ámbar y rosados, el canto alborozado de los teros, yoicas y pitios, o en la brisa arrastrando las rezagadas huellas humeantes de la chimeneas.
Después del hielo del invierno petrificando las emociones y resquebrajando las cicatrices, anhelaba el final de la ceniza y el renacer de la flor. Y con esta ternura titilando en la mirada y este júbilo rozando la comisura de los labios sigo creyendo en Dios, en el milagro, en la lluvia que bendice la semilla y en la tierra que germina, en el sol con sus luces y calores, en las estrellas parpadeando de deseos, en las promesas de amor, y en la alegría.
Con esa ingenuidad que algunos me reprochan, voy a continuar pensando cosas buenas de la gente y olvidando los rencores, los desprecios y las prisas.
Siempre hay que imaginar lo mejor. Porque después de las temperaturas glaciares, las incertidumbres, el miedo y la melancolía es tiempo de despertar, desnudar las risas, reiniciar las ganas y la fe…
Es cierto que es ameno escribir palabras bonitas, rodeada de una naturaleza increíble. Pero esto fue una elección, la búsqueda de una oportunidad con el sacrificio de estar lejos de muchas personas que amo, aprender a vivir, a pensar, a sentir de manera diferente.
Y aunque me encanta la nieve, la tristeza de la escarcha, el silencio del frío y el fuego ardiendo constante con su vehemencia insolente, esperaba que llegaras… Primavera… con tus renovales de energías y quimeras… Espero mucho todavía… Y la esperanza es hermosa.