Esther Andradi, autora santafesina radicada en Alemania desde hace décadas.
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Esther Andradi es una escritora argentina nacida en Ataliva (Santa Fe), cuya vida devino migrante a partir de 1975, cuando se mudó a Perú y luego, tras un paréntesis de residencia en Buenos Aires, eligió en 1982 radicarse en Berlín (ciudad que entonces le pareció un "laboratorio social, artístico, diferente a todo lo que yo había conocido"). Esther ha publicado recientemente "La lengua de viaje", una cuidada edición de Buena Vista Editora, subtitulada "Ensayos fronterizos y otros textos en tránsito".
Portada del libro "La lengua de viaje", publicado por Buena Vista Editora.
Se trata de una serie de ensayos, crónicas, relatos, conferencias, escritos en diferentes tiempos, acompañados de fotografías que en sí mismas son relatos. Algunas de esas imágenes son de la autora, pero firmadas con su apellido materno, Forneris ("decidí que Forneris sería la fotógrafa, ya que Andradi es la escritora", nos aclara Esther); otras de su hija Ana Clara Sutter, y también de amigos y de antiguos archivos personales. Algo así como un libro paralelo, "el libro de las fotos", dice, seleccionadas e incluidas siguiendo una propuesta de la editora de Buena Vista, Daniela Mac Auliffe.
Registro de experiencias propias y ajenas ligadas a las lenguas que viajan con sus hablantes y sufren (o ganan), en ese tránsito, transformaciones y/o mestizajes diversos, con énfasis en la literatura y sus modos, cuando de migración se trata. Leemos las certezas aprendidas en la diáspora de la lengua madre: la necesidad de fundar estrategias, de percibir qué movimientos, qué cambios se entretejen en la escritura que se ofrece desde una lengua periférica en el corazón del idioma dominante. Y también los muchos interrogantes planteados: ¿Qué se pierde y qué se gana? ¿Cómo se posicionan los escritorxs que están, escriben y desarrollan su tarea acá pero su habla es la de allá? ¿Cómo lograr pertenencia?
La estrategia inicial se apoya en la creación de redes de escritorxs, el registro de experiencias comunes, la generación de intercambios, afinidades, sostenes mutuos. Contra viento y mareas la escritura de Esther se despliega y persiste, encabalgada entre el periodismo cultural y la literatura. Seguramente contaminada de inflexiones, de significados del idioma del país anfitrión, pero siempre al cuidado, al rescate de su lengua materna. Se cita un espejo que es paradigma: el novelista y dramaturgo polaco Witold Gombrowicz, quien vivió veinticuatro años en Argentina, escribió en polaco y tradujo su obra al español, un idioma que apenas conocía, con ayuda de sus pares. Nuestra literatura lo considera hoy uno de los suyos.
Articulada en cuatro partes ("La lengua de viaje", "Caminantes", "Intérpretes" y "Recorridos familiares"), "La lengua de viaje" indaga en el comportamiento de las lenguas que se desplazan con sus hablantes, en especial con sus creadores. "Me acurrucaba en los rincones de mi idioma, que para hacerme entender dentro de la colonia local, le fui limando el colorido local que alguna vez tuvo y se fue transformando en una lengua neutra y bien modelada que no tenía ni cuerpo, ni destino, ni alma", sobre todo cuando la actividad exigía el alemán, recuerda Esther. Sin embargo, el encuentro de lenguas le permitió ganar un universo a la par del que traía consigo: "…que ambos pudiesen converger y moverse con la distancia que permite la atracción pero no la deglución". A diferencia de los bienes inmuebles que no pueden transportarse, las letras son bienes muebles, móviles, nos alojan: "El caparazón que nos protege, pero a la vez nos acompaña, es nuestra identidad móvil", leemos.
Y va más allá: los idiomas son castillos con puentes y puertas que vale cruzar y abrir. En la convivencia del idioma central con los periféricos, del español argentino por ejemplo, y las lenguas que aportaron sus padres y abuelos inmigrantes: "El idioma entonces era puente y puerta, así como la periferia podía ser centro y viceversa, en un movimiento continuo de relaciones atracciones, oposiciones", la lengua inmigrante se construyó nueva sobre la pampa donde antes hubo tolderías, y además resuenan las lenguas silenciadas. Y siguiendo este fino hilo de pensamiento, retejiendo aquella experiencia fundadora de sus ancestros, a la suya actual: "El viaje entonces reinventa el cuerpo y la lengua que lo expone".
"Caminantes", segunda sección del libro (se aclara: la palabra "migrar" tiene la misma raíz que "caminar": wandern), ilustra el destino viajero de la lengua, cruces de idiomas a través de figuras literarias migrantes, sus andanzas aquí y allá, sus lenguas modeladas y remodeladas en la tarea diaria de plasmar una escritura, compañeros de ruta, ancestros literarios: Juana Manuela Gorriti, primera novelista argentina y fundadora de la novela peruana, llevó al límite la marca del viaje; W.G. Sebald vivió la mayor parte de su vida en Londres pero escribió en alemán, su lengua de origen; José María Arguedas con su español intervenido por el quechua, primera lengua que aprendió; o Flora Tristán, nacida en París y emigrada a Perú, con sus libros en lengua francesa. También Helena Araújo ‒pionera de la literatura escrita por mujeres latinoamericanas‒, colombiana que vivió cuarenta años en Lausana y eligió escribir en español. Herta Müller, hija de una minoría alemana en Rumania, su alemán contaminado, diferente, una suerte de lengua recuperada. Compendio de letras que irradiaron perturbadas, en permanente tránsito.
El tercer apartado, "Intérpretes", aborda otra categoría literaria, aquí cruzada por la errancia: la traducción. Encontramos a María Bamberg: nacida en Alemania y criada en la Patagonia argentina y su regreso treinta años después a su país donde se ocupa de traducir y dar a conocer a los autores del boom latinoamericano. "Recorridos familiares" cierra con textos breves, que evocan el regreso al país de origen, algunos imposibles, y otros que sí lo son, como los de su autora, cuyo recorrido (viaje) literario, se ejerce un poco acá y un poco allá, plasmado en "Ritorno in patria: Mamá cumple 90", entrañable y accidentada crónica de uno de sus regresos, que unimos con la dedicatoria del libro a su madre.
"La lengua de viaje" es una indagación a la vez amorosa y sensible sobre identidad, cultura y migrancia; una condición crucial en nuestra contemporaneidad cuando muchos se ven obligados a rastrear un lugar habitable en nuestro mundo desigual y violento, al tiempo que la tecnología aporta cada vez más sofisticadas posibilidades de comunicación global. En este contexto la mirada de Esther en torno a las mutaciones de la lengua materna en el exilio, y en particular en la creación literaria, se profundiza y nos interpela: "Las lenguas se sostienen en el tiempo unas a otras con un balance entre proteccionismo y liberalismo", pero no las definen las regulaciones académicas –dice-, sino la continuidad de sus hablantes que las llevan consigo; en cada escala la lengua en cuestión se impregna del mundo que la rodea; "la lengua solo se salva siendo nómada. Viajada" , concluye.
Autodefinida "Viajera, exiliada, migrante", su escritura se detiene en el detalle, lo cotidiano, lo pequeño: "La literatura está llena de lo que no se ve", leemos. Contar desde una épica de lo invisible, así lo hizo, por ejemplo, en "Mi Berlín: Crónicas de una ciudad mutante" (Mirada Malva, 2015), donde aborda la ciudad desde la perspectiva que da el detalle; el detalle que encierra la totalidad del universo.
Vivir en otra lengua es su experiencia capital, aprendida y apropiada. La suya ‒herencia múltiple de quien se carga al hombro un linaje nómada‒, ha bebido en el origen más cercano, en las aguas del dialecto piamontés y el idioma árabe que aportaron sus abuelos inmigrantes, primer mojón en el trabajo incesante de construcción de una lengua propia, en la construcción de una identidad. Este libro homenajea esa pequeña Babel de lenguas: la suya, la de todos.
(*) Reflexiones sobre "La lengua de viaje" (Ensayos fronterizos y otros textos en tránsito), obra de Esther Andradi. Colección Agalma. Buena Vista Editora, Córdoba, 2023.
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