La señora Fabiola Yáñez decidió denunciar a su señor esposo por golpes y algunas otras galanterías por el estilo. Era hora. Cuando trascendieron vía WhatsApp las muestras de cariño que el entonces presidente de la nación le daba a la primera dama, ella se limitó a decir que no iba a denunciar a su amantísimo esposo. Presté atención al detalle. No dijo lo que diría cualquier esposa que convive con un marido que no practica box con ella: ¡Son mentiras! ¡Mi marido me ama y solo me brinda caricias! Nada de eso. Lo que dijo es que, POR AHORA, no lo iba a denunciar. No sé cómo habrán sido los detalles de la intimidad de la pareja presidencial, pero lo que parece estar claro, como lo testimonia Fabiola, es que los argentinos nos dimos el lujo de tener un presidente que, al margen de ejercer las virtudes políticas que le conocemos, y hemos padecido, es, además, golpeador de mujeres. Cartón lleno.
Acerca de las virtudes pugilísticas del compañero Alberto, algún adelanto habíamos disfrutado cuando lució sus habilidades pateando en el suelo a un borracho. Ahora suma en su performance deportiva la destreza de propinarle sonoras palizas a su esposa, es decir, a la madre de su hijo, a quien se refería como "mi querida Fabiola". Todas estas hazañas las protagoniza un presidente que en su momento fue votado por millones de argentinos, el mismo que cada vez que tuvo ocasión se jactó de su solidaridad con la causa del feminismo. Golpeador y farsante. O a la inversa, lo mismo da. Lo interesante de todo esto es que quienes lo conocen a Alberto, o quienes han prestado un mínimo de atención a su trayectoria pública, ninguna de estas novedades truculentas deberían sorprenderlos demasiado. El señor Alberto dispondrá del derecho a ejercer su defensa y decir, como ha dicho, que lo que denuncia Fabiola no es cierto, pero presiento que le resultará muy difícil levantar el peso de las acusaciones ante la opinión pública y en particular ante el propio peronismo. Un peronismo del que, hasta el momento, y dicho sea de paso, ninguno de sus dirigentes se ha dignado a decir una frase, o aunque menos fuera una palabra, a favor de quien, no hay que olvidarlo, sigue siendo el presidente del Partido Justicialista. En licencia, sí, pero presidente al fin.
Sobre el tema de la identidad política, uno estaría tentado a decir que Alberto no inventa nada nuevo, afirmación que voy a sostener con matices, porque no es justo generalizar o suponer que todos los peronistas ejercen el hábito de golpear o abusar de sus esposas. Hecha esta advertencia, digo a continuación que de todos modos convengamos que en el caso de los peronistas que han ejercido las máximas responsabilidades públicas, la tentación de generalizar es fuerte, aunque las circunstancias de tiempo y lugar difieran. Por ejemplo, si le vamos a creer a Eduardo Arnold, primer vicegobernador de Kirchner en la provincia de Santa Cruz, en ocasión de un vuelo de Río Gallegos a Buenos Aires, y con motivo de una discusión doméstica acerca del uso de una joya, de esas pedrería que a nuestra compañera Cristina le encanta lucir, Néstor le asestó un golpe en la cara delante de toda la delegación que contemplaban azorados la escena. "Si esto lo hace en público, cómo será en privado", dicen que dijo una compañera de la militancia. También le podemos creer a Eduardo Duhalde y Julio "Chiche" Aráoz, cuando nos cuentan que en 1999, en una cena en Río Gallegos, con motivo de un leve entredicho político entre la pareja, la discusión se saldó con Néstor propinándole un golpe a su esposa, que se retiró de la escena insultándolos a todos. Conclusión: en estos temas Alberto Fernández pareciera no estar solo. Por lo menos, es lo que dijo en su momento Carlos Menem, sugiriendo que Néstor golpeaba a Cristina con frecuencia.
A propósito de Menem, recuerdo que el coronel Antonio Navarro ventiló en su momento una historia algo macabra que tuvo como protagonistas a Carlos y su esposa Zulema. A los más jóvenes les recuerdo que Navarro adquirió estado público cuando en febrero de 1974, y en su condición de jefe de policía de Córdoba, promovió un golpe de Estado contra el gobernador Ricardo Obregón Cano y su vice, Atilio López. La asonada policial se realizó con el aval político del presidente Juan Domingo Perón, quien en el acto dispuso la intervención provincial y el inicio de un cacería sanguinaria contra zurdos y apátridas a través de bandas parapoliciales que sembraron el terror en la provincia. Por esas vueltas de la vida, el coronel Navarro integró el plantel de seguridad de Menem en La Rioja. Y fue Zulema Yoma, una Zulema aterrorizada, la que le dijo al atribulado coronel que Menem había puesto dos cocodrilos en la piscina donde ella habitualmente se bañaba todas las mañanas, para que los famélicos reptiles se desayunen con ella. Los cocodrilos, por lo que se pudo saber, existieron, aunque se ignora qué fue de la vida de estas inocentes criaturas. Testigos presenciales, personal de servicio, comentaban el tenor de las peleas entre Carlos y Zulema, y cuántos rounds Zulema le resistía a Carlos. Años después, cuando Menem era presidente de Argentina, organizó -vía decreto 1026- el desalojo de su amantísima esposa y sus queridísimos hijos de la residencia de Olivos. Como respuesta a esta galantería, Zulema tiempo después denunció a su cariñoso ex marido, que entonces se presentaba como el adalid de la lucha contra el aborto, que a fines de los años sesenta este pionero del antiabortismo la había llevado del brazo para que aborte en una clínica clandestina. Alberto, como se podrá apreciar, no está solo. Y mucho menos es una ave exótica en el zoológico peronista.
De todos modos, en estos temas escabrosos las lecciones más ejemplares las brinda el jefe, líder o conductor, es decir el propio Perón, y sus relaciones desde mediados de 1953 hasta septiembre de 1955 con Nelly Rivas, una adolescente de la UES de solo 14 años. En cualquier estado de derecho esta relación entre un presidente de la nación de casi 60 años y una "nena" (así le decía) de 14, se llama estupro. La diferencia de edad, la asimetría de poder, el abuso de autoridad, son más que evidentes. Se dice que en esos años el general andaba triste y melancólico por la muerte de Evita. Para paliar su soledad algún compañero diligente organizó la UES y las niñas retozaban con el general por los verdes prados de la residencia de Olivos. Consultada una mucama de aquellos tiempos, dijo textualmente: "La relación del general con las estudiantes era 'confianzuda'". ¿Qué alcances le otorgaba esta buena mujer a la palabra "confianzuda"? Pronto lo íbamos a saber, cuando nos enteremos que Nelly, la "nena", se instaló en la residencia de Perón, es decir el entonces Palacio Unzué. La discusión abierta hasta la actualidad es si Nelly dormía en el dormitorio de Evita o en el de Juan Domingo, porque en todo lo demás no hay manera de disimular el carácter carnal de las relaciones entre la adolescente y el fogoso general de casi 60 años. Como para evitar problemas, el general dispuso que a los padres de ella le obsequiaran una casa, y me atrevería a asegurar que la plata que costó el inmueble no salió del bolsillo del general, más conocido por sus simpatizantes como el "Primer trabajador". Sobre estas andanzas de su Líder los peronistas prefieren hacer silencio, aunque no falta el compañero que pondera las virtudes viriles del jefe, cuando no, asegura que lo que efectivamente existía era una inocente y cálida relación filial entre la "nena" y el "papi".
Digamos, a modo de síntesis, que en estos temas el general no difería demasiado de aquel otro general dominicano que después de 1955 lo recibió como huésped y le prodigó comodidades y honores. Hablo de Rafael Leónidas Trujillo. Un libro de Mario Vargas Llosa, titulado "La fiesta del Chivo", nos recuerda las peripecias amorosas de nuestros fogosos dictadores bananeros. Insisto: Alberto Fernández no está solo en este trajín de poner en práctica lo que tentativamente y con la cautela del caso podríamos calificar como "la verdad 21" de la causa nacional y popular. Advierto una vez más acerca del peligro o la injusticia de las generalizaciones, pero acto seguido observo que salvo el peronismo, no conozco en la Argentina otra fuerza política que obtenga logros tan óptimos en la materia. En ese sentido, conservadores, radicales, socialistas, macristas, mileístas y troskos, al peronismo no le lustran los zapatos.
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