Luciano Lutereau
Para escribir a esta sección: lutereau.unr@hotmail.com
Luciano Lutereau
Nos escribe Patricia (41 años, Mendoza): "Hola Luciano, el otro día leí un artículo tuyo sobre Tinder, de personas que instalan la aplicación y la desinstalan, así varias veces, porque a mí me pasa eso. Al final está cada vez más difícil conocer a alguien y no entiendo por qué nos cuesta tanto ir de frente. Siento que hay mucha especulación, además de que nadie sabe lo que de verdad quiere. Danos un consejo a quienes usamos estas plataformas, porque así no se puede seguir, vamos a pasar de desinstalar las aplicaciones a revolear los teléfonos".
Querida Patricia, muchas gracias por este mensaje. Con el tuyo, es la primera vez que en esta columna le damos lugar a alguien que escribe desde otra provincia. Al tratarse de un diario de Santa Fe, siempre privilegié a los interlocutores locales, pero como cada vez llegan más correos de lectores de otras partes, ¿por qué no plegarnos a una vocación "federal"? Además, tu mensaje pide de entrada un consejo colectivo y retoma una inquietud que es la de varios, entonces: ¡bienvenida!
Por otro lado, me da gusto que me pidas un consejo, porque a tu modo debes saber que soy refractario a las recetas. Mis consejos suelen estar más bien en plantear una situación y dejar que cada quien decida su camino; pero en el caso de las aplicaciones, quizá me anime a ser un poquito más directivo, porque coincido con vos en que estamos desorientados y la cosa está bien difícil.
Si tengo presente el artículo que mencionás, es uno en que hablo de cómo a veces algo no nos gusta, pero no porque no nos guste, sino porque implica una resistencia y no dejamos que nos guste. Suena a trabalenguas, pero la idea es simple: es que no nos damos la chance de que algo nos guste y decimos "no" de entrada, ante el menor desafío. Las aplicaciones parece que nos ahorran un paso –porque si nos vemos con alguien es porque damos por sentado que nos gustamos–, pero ahí el desencuentro es mayor, porque no siempre la persona es como en la foto o porque la oportunidad de desilusión es más inmediata. Nos gusta hasta que vemos o dice algo que -como dicen los jóvenes (y no tanto) hoy- "nos la baja".
El otro día conversaba con una mujer que me dijo algo muy interesante. Es una mujer de otra generación, que justamente me dijo que no entendía estas aplicaciones, porque cuando ella conoció a su marido, al principio no le gustaba ni esperaba que le gustase. Y no por una cuestión de mandato social, sino porque daba por sentado que el gusto lleva tiempo; además, había otro factor: el que la cortejaba era ese y no había otro, entonces ella salía y se fijaba en cada ocasión que le parecía. "Me aburría un poco, pero no había otro" dijo en un momento y su formulación me pareció perfecta, porque daba en el clavo del malestar actual.
A nosotros nos acosa el goce de opción; es decir, estamos con alguien y gracias a la aplicación pensamos que bien podría haber otra persona. Entonces desacreditamos un encuentro a partir de tener en cuenta una libertad abstracta y aquí viene el riesgo: esta supuesta libertad, que nos hace creer que podría estar con alguien mejor o que nos guste más, no es tal, no es una libertad del todo libre, porque en realidad no es para actuar, sino para acumular posibilidades.
En este siglo somos esclavos de las posibilidades. Queremos tener opciones, para todo, pero después no podemos tomar la más mínima decisión. Y en este punto, nuestro afán de tener opciones se acompaña de confundir elecciones en serio con estar estimulados, buscar excitaciones, que nos generan adrenalina, sí, pero que no nos hacen mejores en nada, apenas nos entretienen.
Yendo específicamente a las aplicaciones, Patricia, te voy a decir: donde algo funciona muy bien de entrada, corre el riesgo de no ser más que una fantasía. ¿Cuál es el costo de estar enlazado con alguien solamente desde una fantasía? Que, al menor índice de la realidad, la cosa se derrumba. Seguramente te habrá pasado o conocés a alguien que le pasó, que salía con personas con las que estaba todo bien y, de repente, la situación idílica se disolvía como azúcar en agua. Ahí es que uno de los dos podía desaparecer, tomar distancia, enfriarse o dejar de responder. Sin embargo, esto es secundario respecto de lo más importante: ¿te hiciste la pregunta alguna vez de por qué hay gente que se queda re enganchada de personas a las que apenas vieron un par de veces?
La respuesta es simple: no solo por el efecto de rechazo, porque a nadie le genera demasiado dolor que un extraño le haga un desplante, sino porque no se trata de perder a la persona, sino de perder la fantasía que nos unía a esa persona. Ahí la cuestión, entonces –de cara a un consejo puntual–, es tener presente que las aplicaciones le dan a la fantasía un papel mucho más preponderante del que nos imaginamos, llevan a que nos enganchemos desde la fantasía y eso nos expone mucho más.
Nunca tenemos que olvidar que, en el inicio de una serie de citas, el desafío es conocer a alguien; es decir, abrirnos a que nos conozcan y dejarnos conocer, de la misma forma que tener en cuenta al otro desde una perspectiva realista. Y esto quiere decir hacerle lugar a lo ambiguo, lo que no necesariamente nos fascina; no se trata de pedirle al otro que se ajuste a nuestra fantasía. En este punto creo que tu diagnóstico es muy cierto cuando decís que hay mucha especulación hoy en día, así como que muchas personas no saben de verdad qué es lo que quieren cuando buscan una relación. No obstante, no se trata de que alguien pueda saber de antemano qué quiere, sino de que se permita ir conociéndolo con el otro.
En el inicio de un vínculo, no somos todavía personas preparadas para ese vínculo. Un vínculo es algo que se desarrolla y todas y todos necesitamos pasar una instancia de transformación para ser quienes están en condiciones de estar a la altura de estar con alguien. Llegados a este momento, quisiera contarte una anécdota personal que suelo recordar cuando pienso en las aplicaciones. Cuando conocí a mi primera novia, en la adolescencia, yo la había visto caminar al menos durante un año antes de que me animase a hablarle.
Quiero decir que todo ese tiempo preliminar me generó una idea de que "entre nosotros había algo" (así de loco es el adolescente enamorado) incluso sin haber cruzado una palabra. Pienso hoy que esa intimidad con la imagen del otro, aunque sea lejana y móvil, como la de una joven que camina por la calle, crea una fidelidad que en las aplicaciones es difícil tener. Vemos lo que el otro quiere mostrarnos, no ese perfil desde el cual solo nosotros podemos verlo o verla.
Mientras escribo esto, vuelve a mi mente esa canción de Jorge Drexler que tantas veces usé en mis artículos: "Hay algo de mí que yo no supe ver hasta que no me lo mostró, algo de ti que no vio nadie antes que yo". Si tuviera que agregar un nuevo consejo, diría que las citas no son para gustarnos, sino para dejarnos ver y descubrir otro placer en la mirada.
Para concluir, Patricia, diría que hoy no nos cuesta mucho ir de frente. Más bien ocurre lo contrario. Es como si quisiéramos saltearnos pasos, con la idea de que así ganamos tiempo y no hacemos otra cosa que alejarnos. A veces la desesperación por encontrar pareja, como si fuera una solución, nos hace perder de vista que el amor puede ser una alfombra bajo la cual meter todo aquello que no tenemos resuelto en nuestras vidas. Prefiero que pensemos en qué es lo que hace que un encuentro sea erótico, íntimo, sorpresivo, para que no estemos detrás de "lo que nos gusta" –porque ese placer, que como desarrollé es el de la fantasía idealizada-, solamente conoce el ritmo de la ilusión y la desilusión, pero nada del otro.