Según el diccionario de la Real Academia, “farsante” es toda persona que finge lo que no siente o se hace pasar por lo que no es. En política el comportamiento del farsante no es nuevo. Maquiavelo lo admite en determinadas circunstancias y lo considera un atributo del Príncipe. De todos modos, importa recordar el significado de esta palabra porque es la que mejor representaría la identidad del régimen kirchnerista y, en particular, su liderazgo. Si la incompetencia fue el tono dominante de la gestión de De la Rúa, la corrupción más desenfadada el de Menem, el democratismo con sus virtudes y sus límites a Alfonsín y el terror a la dictadura militar, el adjetivo “farsantes” es a mi juicio el que mejor califica al liderazgo kirchnerista.
Al respecto, algunas aclaraciones son necesarias: el político farsante suele identificarse con el demagogo y su identidad es más una calificación política que personal. La farsa en términos políticos es la puesta en escena, la distancia que se establece entre las palabras y los hechos, el empleo de un lenguaje que alienta las emociones más elementales. Podría pensarse también en relaciones sociales y políticas fundadas en la farsa, porque un régimen farsante sólo puede funcionar sobre la base de un sector mayoritario de la sociedad dispuesta a compartir ese juego en nombre de la ilusión, la resignación, la fatalidad o, como se dijera en otros tiempos, la alienación, la necesidad de un colectivo social de “inventar” ilusiones que satisfagan frustraciones pasadas o presentes.
El rasgo distintivo de los Kirchner es la farsa, la publicidad de valores que no creen ni sienten, pero consideran útiles para constituir una identidad política. La farsa se justifica en nombre del realismo, el pragmatismo o el más descarado cinismo. En todos los casos es una estrategia de poder montada desde el poder. Su eficacia se mide no sólo por la audacia de las propuestas, sino por su capacidad para ganar voluntades. El éxito del régimen no se mide por los farsantes que es capaz de sumar a sus filas, sino por los hombres y mujeres de buena fe que seduce para su causa.
El “relato” y el “modelo” suelen ser los dos vocablos que sostienen la identidad del kirchnerismo. El “relato” es el guión de la farsa, mientras que la traducción económica del “modelo” puede ser un enigma o, lisa y llanamente, la versión lumpen y parasitaria del capitalismo dependiente. Si los animadores del “relato” suelen ser González, Forster o Feinmann, los protagonistas que encarnan el “modelo” se llaman Guillermo Moreno, Eskenazi, Samid, Ulloa...Las distancias entre unos y otros, sus visibles diferencias son también constitutivas de un régimen farsesco.
Los Kirchner en la década del noventa integraron en siete ocasiones listas electorales con Menem. El rechazo al supuesto neoliberalismo de Menem, ¿proviene de una ideología superadora o del más crudo oportunismo, el mismo que lleva a ponderar hoy las virtudes de la gestión estatal mientras ayer se felicitaban por haber privatizado YPF?
Mientras controlaron a la provincia de Santa Cruz no se registró un solo antecedente a favor de los derechos humanos. Ya es historia sabida que ni como ciudadanos ni como gobernadores los Kirchner se interesaron por los derechos humanos. No lo hicieron cuando estaban en el llano y mucho menos cuando llegaron al poder. ¿Por qué este desvelo por aquello en lo que nunca creyeron? ¿Arrepentimiento o farsa? ¿Cómo responder a las relaciones carnales con Magnetto ayer y la calificación política de enemigo público número uno hoy? ¿Por que el Grupo Clarín es la encarnación del mal mientras que el Grupo Spolsky representa las virtudes de la causa nacional y popular?
Un eje discursivo nítido del kirchnerismo es la crítica sin atenuantes al menemismo. ¿Cómo se compaginan esos arrebatos con los actuales acuerdos políticos, acuerdos que se hacen extensivos a esas otras lacras del feudalismo provincial que son los Saadi o los Insfrán? Se ponderan las virtudes de un modelo productivo en clave desarrollista, pero las inversiones de los amigos del poder están relacionadas con el juego, la especulación financiera y la inversión inmobiliaria. Hablan pestes de la oligarquía terrateniente, pero cuando hacen una diferencia económica lo primero que hacen es comprarse un campo.
Se habla del rol del movimiento obrero, pero el interlocutor privilegiado es Moyano, mientras la CTA sigue sin ser reconocida jurídicamente. Se critica a los gurúes de neoliberalismo, cuya expresión clásica sería Alvaro Alsogaray, pero el principal colaborador de la señora, su ministro de Economía y su flamante compañero de fórmula, proviene de esas canteras políticas y sólo la ingenuidad, la mala fe o la subestimación a la inteligencia de la gente, puede hacernos creer que el caballero cambió de filas porque descubrió el dolor humano o las virtudes de la causa “nac&pop”.
Se emite desde el poder un discurso contra los ricos y las riquezas, pero la pareja gobernante es la que más se ha enriquecido desde el poder. Se dicen pestes de la soja y la sojización, pero la actual estabilidad económica proviene de los formidables ingresos que brinda la “maldita” soja. Los propagandistas del régimen condenan a los Anchorena , los Alzaga o los Alvear, es decir a un patriciado que no existe, mientras hacen negocios multimillonarios con una burguesía nacional guaranga y rentística subsidiada por el Estado y amparada por el poder. Se lo ataca a Macri por derechista, pero cruzando la General Paz se lo defiende a Scioli. Se habla del poder popular “desde las bases”, pero la única que decide candidaturas y fortunas es la señora desde el atril.
En un régimen farsante los malentendidos suelen estar a la orden del día. El peligro en estos sistemas no lo representan quienes no creen en él pero se valen de sus beneficios, sino los que creyendo en él están dispuestos a ir hasta las últimas consecuencias en nombre de una causa que sólo existe en sus fantasías y sus deseos. Dicho con otras palabras: no son los cínicos los peligrosos, sino los fanáticos.
Tal vez el rasgo distintivo del régimen kirchnerista es que ha logrado movilizar detrás de su causa a intelectuales y militantes populares cuya referencia mítica es la década del setenta. Hay que entenderlos a los muchachos. Después de haber soportado a Isabel y López Rega en los setenta, a Herminio Iglesias y Lorenzo Miguel en los ochenta y a Menem y Duhalde en los noventa, esta “izquierda peronista” encontró en el kirchnerismo una reparación a sus constantes frustraciones políticas. Mejor dicho, creyeron encontrarla. Por razones diferentes, pero coincidentes en un punto, farsantes y crédulos se necesitaban. Como esas niñas desencantadas y desencajadas por la soledad, los desengaños y los rigores de la vida, los militantes “nac&pop” estaban a tiro del primer aventurero que les hiciera un guiño o se limitara a sonreírles. “Tirar la chancleta” se dice a esta conducta en el lenguaje popular.
Tal vez el gran logro, la gran conquista política del kirchnerismo, incluso su chispa de creatividad, consistió en haber movilizado a estos sectores detrás de un mito en el que los Kirchner no creen pero se benefician. Sin ese componente “nac&pop” el kirchnerismo no sería más que una administración populista conservadora administrada por políticos mañosos y mañeros, rápidos para las trapisondas, las roscas y las camándulas, ávidos de poder y diestros para enriquecerse.
La presencia movilizadora y confrontativa de la izquierda peronista le otorgó al régimen un rasgo diferenciador, un toque de distinción política impensable. A ello se sumaron después de la muerte de Kirchner algunos contingentes juveniles que básicamente se expresan a través de dos vertientes: los que todavía no han logrado diferenciar la política de un concierto de rock and roll y los que han aprendido demasiado rápido y hoy se están haciendo millonarios en nombre de los ideales juveniles.
Pero lo que llama la atención es que el rol de la izquierda peronista contribuyó más a profundizar la conflictividad, a estimular la confrontación, que a crear propuestas superadoras. Con la prudencia del caso habría que decir que esta izquierda peronista cumple en el kirchnerismo la misma función que la Alianza Libertadora Nacionalista de Patricio Kelly cumplía en los tiempos del primer peronismo. Las causas que se invocan para crispar la política, para agredir y descalificar a los enemigos son diferentes, pero los resultados prácticos son los mismos: una Argentina partida por la mitad, un permanente malhumor en las relaciones cotidianas, una creciente degradación de la política. es que la política dominada por la farsa, no produce resultados neutrales. Cobra su precio y a veces ese precio suele ser demasiado alto.