Por Susana Ibáñez (*)
Por Susana Ibáñez (*)
Cálidamente prologado por Mariano Pereyra Esteban, “Conversación junto al fuego” (Colección Itinerarios, UNL, 2018) compila ensayos publicados entre 2012 y 2017 en el diario El Litoral y confirma la solidez intelectual y el talento literario de Estanislao Giménez Corte, cualidades ya generosamente desplegadas en “Borges periodista. Usos de la metáfora en textos para la prensa” (Biblos, 2016), un texto de corte académico, y en un anterior libro de ensayos, “Miscelánea breve. Textos en prensa” (UNL, 2014).
En una cultura atravesada por la narración, celebratoria de la poesía por sobre otros géneros literarios, que tiende a lo hiperbreve y escapa de la reflexión profunda, no es frecuente que un escritor elija el ensayo como género. La profesión de periodista puede propiciar la práctica, pero en pocos casos se logra sostener una producción que pueda inscribirse sin sonrojos en la tradición de -para nombrar por ahora solo a ensayistas santafesinos- César Actis Bru, Rubén Vela, Juan José Saer y José Luis Vittori. La elección de este género resulta tan inusual que el mismo autor se detiene a explicar qué entiende por tal: “un texto libre y de opiniones, más vinculado al propio estilo del autor, y más aún al propio autor como sujeto, que a una forma (...) un género abierto, que desarrolla múltiples temas a partir de uno, que es atravesado por juicios de valor...” (14).
Los ensayos de “Conversación junto al fuego” aparecen agrupados en seis secciones. “Una observación de lo cotidiano” reflexiona sobre cuestiones relacionadas con el día a día: la amistad masculina labrada en el fútbol, la forma en que imagina el país que se extiende bajo nosotros, la belleza inescrutable de los gatos, la diletancia en diálogo con las opciones personales, el desilusionante discurrir del mes de enero; “Historia universal de una persona” reflexiona sobre temas cercanos a lo existencial, como la inevitabilidad de la muerte, la relación entre cuerpo, alma y mente, la localización de la felicidad en el pasado; en “Escrituras” leemos acerca del proceso creativo, los límites que encuentra el autor en las críticas formalistas y especialmente sobre la escritura: la contraposición entre lo lineal y lo arbóreo, los fascinantes trabajos de la metáfora y la lectura como un ingreso a tierra desconocida; “Periodismos” explora el decir y los temas propios del autor, la labor del editor, las alianzas políticas del periodismo, la corrección política y la ética del periodista; “Polémicas y antojos” se interroga sobre la forma que toma el presente que transitamos: la tiranía de la imagen, el consumismo, la tragedia viva de los hijos de desaparecidos, los conflictos de la vida familiar, lo extemporáneo de las viejas ideas de revolución, la ubicuidad de la violencia y la liviandad de las redes sociales; finalmente, en “Artes y partes” encontramos crítica de cine -Kinski, Mishima-, música -Silvio Rodríquez, Carneviva- y literatura -Mansilla, Cortázar, Saer, Céline, Chandler, J. L. Pagés, Coleridge, García Márquez-, aproximaciones siempre atravesadas por la vivencia personal y en contrapunto con lecturas amplias y variadas; leemos también en esta última sección teorizaciones sobre la poesía, la escritura y la lectura y reflexiones sobre el boxeo, los cambios físicos de la edad y, como cierre, sobre la complementariedad de la vida intelectual y de la actividad física.
En una entrevista concedida recientemente, Giménez Corte dice: “El ensayo como género permite la especulación intelectual sobre un tema antojadizo, pero entiendo que es una especulación vinculada simultáneamente a una cuestión emotiva. Los grandes ensayistas logran esa combinatoria: el tratamiento intelectual de un problema al que se le agrega una cuestión emocional, que lo vincula con la literatura e inclusive con la poesía. Eso, para mí, es el epicentro del ensayo”. Establecido lo que el autor promete, como lectores nos corresponde establecer -o al menos preguntarnos- si lo cumple. ¿Consigue asociar la emoción con el intelecto, la poesía con la filosofía? ¿Interesan los temas que frecuenta, su manera de especular? En suma: ¿logra esa combinatoria que lo haría, según su propia concepción, un gran ensayista?
En “El crack-up” (1945) F. Scott Fitzgerald afirmaba que las inteligencias de primera línea eran aquellas que podían explorar ideales opuestos de manera simultánea y continuar funcionando. El rechazo del pensamiento sistémico en favor de una práctica exploratoria, con toda la vacilación y la vulnerabilidad que ello implica, constituye el nervio más sensible del ensayo. Ya Montaigne, al bautizar el género essai, señalaba su naturaleza de intento, de tanteo, y hacía ostensible la fragilidad implícita en la empresa de escritura: un ensayista no postula una tesis, sino que ensaya mil hipótesis; no pretende desplegar certezas, sino mostrar el pensamiento en estado de interrogación y de avance, cobrando solidez en el lugar donde la vida pública cruza la privada. En este libro hallamos justamente una feliz apertura a lo inconcluso. Giménez Corte no busca solo llegar al hueso de lo que interroga, sino que con cada mordisco paladea las palabras con las que traduce la búsqueda, palpa la idea y la emoción con la sensibilidad de la yema de los dedos y, a la vez, mantiene abiertos los ojos de la razón. Aunque los remates de los ensayos sean impecables, no por eso clausuran el tema, tal vez como forma de demostrar que “cada persona es un mundo y cada género un proceso inacabado” (110).
Los temas que trata el libro son tan variados que cualquier lector podrá encontrar ensayos de su interés. Anima esa multiplicidad un espíritu de búsqueda que también es requisito del buen ensayista. La escritura de ensayos se ha explicado como una manera de hacer descubrimientos acerca de la vida personal, del mundo, del pasado. Para Scott Russell Sanders encierra la búsqueda de un diseño, de sentido, de comprensión de aspectos de la vida que nos confunden. Giménez Corte hace ese mismo señalamiento: en “Una emoción que es forma” afirma que “se trata de dar curso en la escritura a una perplejidad frente al fenómeno que se observa”, que “se escribe de alguna manera para entender qué es lo que sucede” (325). En estos ensayos que buscan comprender en el proceso de tomar carnadura, cada tanto reemergen imágenes e ideas que parecen fecundar el pensamiento: la amenaza y la promesa de la terra incognita, la fascinación por la metáfora, la felicidad que queda encerrada en el pasado, el deporte y la vitalidad, la omnipresencia de la música, la lectura extendida y lenta, la escritura como forma de vida.
A diferencia de los ensayos de siglos pasados, que eran esencialmente retóricos, el ensayo moderno se presenta proteico, anecdótico, confesional. Joyce Carol Oates explica que muchos ensayistas contemporáneos se internan en el terreno de la narrativa, rasgo que también encontramos en “Conversaciones...”: en “El desfase” y en “De lo por venir a lo ya venido” (a nuestro modo de ver dos de los textos más conmovedores), en “La pregunta suspendida” y en “Esta otra metamorfosis”, para mencionar solo algunos títulos, se revela y se esconde un excelente narrador que se detiene justo donde debe hacerlo: bien sabe que allí donde la narrativa debe mostrar, el ensayo debe decir, y elige decir. El lector de este libro -que tal vez ya haya recorrido los ensayos de Bolaño, Borges, Uslar Pietri, Paz- coincidirá en que Giménez Corte cumple lo que promete: mediante la cuidadosa evitación del lugar común y la emoción gastada, con voz sincera y cavilosa, el autor alimenta fogatas que, auguramos, se volverán a encender -sin temor a las sombras fugaces ni a los sorpresivos destellos- en nuevas obras.
(*) Doctora en Literaturas y Culturas Comparadas (UNC). Magíster en Literaturas Angloamericanas (UNC). Licenciada en Inglés (UNL).
Enseña Literatura Angloamericana en UADER y el ISP Almte. Brown. Obtuvo primeros premios de certámenes nacionales de narrativa: Juana Manuela Gorriti (Salta, 1999); el Olegario Víctor Andrade (Entre Ríos, 2002) y el de General Cabrera (Córdoba, 1998), además de otros como el premio Leoncio Gianello de novela (1998) y el de cuento de la Bienal de Arte Joven de la UNL (2001). Publicó “Por íntima convicción” (1999, VMH) y “La vida al ras del suelo” (Premio Literario Provincia de Córdoba, 2017).
Aunque los remates de los ensayos sean impecables, no por eso clausuran el tema, tal vez como forma de demostrar que “cada persona es un mundo y cada género un proceso inacabado” (110).
Un ensayista no postula una tesis, sino que ensaya mil hipótesis; no pretende desplegar certezas, sino mostrar el pensamiento en estado de interrogación y de avance, cobrando solidez en el lugar donde la vida pública cruza la privada...