Por María Teresa Rearte
Por María Teresa Rearte
En los Alpes franceses, la Santísima Virgen María se apareció el 19 de septiembre del año 1846 en el pueblo de La Salette-Fallavaux, de donde toma su nombre la advocación con la que los fieles católicos la veneran: Nuestra Señora de La Salette.
Los pastores Mélanie Calvat (de 15 años) y Maximino Giraud (de 11), relataron la aparición de una "Bella Señora" que lloraba y se dirigió a ellos. Sentada y llorando, con la cabeza entre las manos, la "Bella Señora" que lloraba les habló y explicó que lloraba por la impiedad que se extendía en la sociedad. Y les pidió evitar dos graves pecados: la blasfemia y la falta de respeto por el domingo como día del Señor y día de descanso.
Con relación a la descripción de la aparición, que es mucho más extensa, quiero referirme al crucifijo que llevaba sobre el pecho, unido a un martillo y unas tenazas, que hacen memoria de los instrumentos usados en la Crucifixión y Muerte de Cristo, que fueron muchos más que los que nombro. Pero que en este caso adquieren particular significado por el tipo de muerte cruenta e indigna sufrida por el Señor. Y los pecados con los que aún es ofendido, tanto como los agravios a la fe que se extienden incluso en nuestras ciudades.
Transcurridos cinco años de investigación, el obispo de Grenoble, Philibert de Broillar, reconoció la autenticidad de esta aparición de la Virgen María. Y el papa Pío IX aprobó la difusión de la devoción a Nuestra Señora de La Salette. La Santísima Virgen María no fue sólo el instrumento físico por medio del cual el Verbo se hizo hombre. Sino que es la digna Madre del Redentor. Es suficiente leer el Evangelio de Lucas, que en el capítulo I hace la crónica histórica de los acontecimientos referidos a la Encarnación del Verbo en el seno de María (Cfr Lc 1, 26-18).
Dios, en absoluto trascendente, entra en la historia para iluminar las realidades temporales en las que se desenvuelve la vida de los hombres. El Evangelio es la clara expresión de que María no es un dispositivo del que Dios se valió para realizar su voluntad, sino que la Virgen ingresa en el significativo ámbito de la redención.
La fe de la Iglesia con relación a Ella no hace sino poner de relieve el misterio de la gracia de Dios que la envuelve y penetra toda su persona y su vida. A diferencia nuestra que a veces estamos en gracia de Dios; pero no tenemos la "plenitud de la gracia" que Ella tuvo. Que no dejaba lugar alguno invadido por el pecado.
La Encarnación del Verbo es un hecho único en la historia de la Salvación. Todo lo que se puede decir de Cristo, si excluyera el hecho de que ha descendido del Cielo para la salvación de los hombres, sería falso y nulo. Porque el cristianismo no es una filosofía. Tampoco es el producto de una civilización, ni la elaboración intelectual de un hombre extraordinario. Sino que está expresado en admirable síntesis con estas palabras: "El Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros." (Jn 1, 14)
Dios entró en la vida de María. Y todo lo que es de Dios trae la espada y separa lo que es de Dios de lo que no le pertenece. Y retiene para sí lo que es suyo con la potente fuerza del amor. "Es fuerte el amor como la muerte, y son como el sepulcro duros los celos. Son sus dardos saetas encendidas, son llamas de Dios" (Cantar de los Cantares 8.6). Recordemos que Jesús dijo: "No crean que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz sino la espada. Porque he venido para oponer el hombre a su padre, la hija a su madre y la nuera a su suegra, y así, los de su misma familia serán sus enemigos" (Mt 10. 34-36). Meditemos para desentrañar el sentido profundo de esta cita.
Eva eligió la independencia total. Y arrastró consigo la desgracia. María en cambio aceptó la voluntad de Dios y optó por el gozo y la fecundidad. "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc, 1, 48) Toda ella estuvo a disposición de Dios. Enorme contraste con los arrebatos independentistas de los que reniegan de Dios, creyendo que necesitan hacerlo para desplegar su libertad Así como los hombres de los tiempos de la aparición de María en La Salette, que se volvían contra Dios y blasfemaban. O como hoy, que se difunde la indiferencia y el rechazo de Dios. Pero se aceptan las idolatrías del dinero, el poder, el placer y tantas otras más.
La Virgen María siempre es metafísicamente una criatura humana. La fe de la Iglesia y de los cristianos católicos en su amor por Ella no la confunde con Dios. La fe es consciente de que, necesariamente, la criatura humana tiene sus raíces en Dios. Que no obstante los logros en el campo del pensamiento y el quehacer humanos que nos asombran, el hombre depende de Dios.
La aparición y el mensaje de la Bella Señora en La Salette alientan para la búsqueda de la reconciliación, que se constituye en camino para la vida cristiana centrada en el amor. Y muestra su necesidad en la sociedad y el desenvolvimiento de las naciones. En el mundo que ha atravesado una pandemia con elevado costo de vidas humanas. Y necesitado de paz, sigue conmocionado por guerras interminables.
Si comparamos la humanidad común, en la que se da el negativismo que no deja poner a la persona, sus acciones, su vida, en el sendero de la verdad y el bien, con la humildad de la Virgen nos damos cuenta de que el vacío de sí misma está lleno de la gracia y del amor de Dios.
Que la celebración de la Virgen María de La Salette nos invite a recuperar en la persona humana el primado del ser sobre el tener y el hacer. También a fortalecer la justa relación persona-comunidad. En definitiva, a la reconciliación con Dios y la recuperación de la dimensión contemplativa de la vida.
Con relación a la descripción de la aparición, que es mucho más extensa, quiero referirme al crucifijo que llevaba sobre el pecho, unido a un martillo y unas tenazas, que hacen memoria de los instrumentos usados en la Crucifixión y Muerte de Cristo, que fueron muchos más que los que nombro. Pero que en este caso adquieren particular significado por el tipo de muerte cruenta e indigna sufrida por el Señor. Y los pecados con los que aún es ofendido, tanto como los agravios a la fe que se extienden incluso en nuestras ciudades.