La filosofía del autor francés Jean Paul Sartre es, en realidad, una vaga imitación hegeliana del tránsito del "no-ser" al "ser" y viceversa, y de la identificación del "ser" con la "nada". "El puro ser y la pura nada son por lo tanto la misma cosa", afirmó Georg Hegel en la "Ciencia de la Lógica". Para el francés, el hombre porque "no es", al mismo tiempo, "es". Y de allí mismo se da el "proyecto de ser" o de "autocreación". Sartre, a imagen de Hegel, es la síntesis antropológica del idealismo alemán. Es decir que aplicó ese idealismo al proyecto existencial, lo cual es grave, porque desvincula al hombre con su propia naturaleza dada (que se funda, a su vez, en el "Ser-Trascendente"), y no auto-dada por la propia "inmanencia de ser" en el "plano fenoménico" y, en suma, fabricada por la propia "conciencia" al erigir a un hombre-dios como quiso el filósofo francés. He aquí un puro "subjetivismo-inmanente" y por tanto irreal propio del idealismo, en este caso aplicado a la existencia.
Mirá tambiénDe la "nada" de Sartre al "misterio" en Marcel (Parte I)Contrariamente, el realismo se ampara en una "objetividad-trascendente", es decir, el objeto se ubica fuera del sujeto que capta propia de una sana ontología; que descubre, además, la verdad del "ser-real" tal cual "es" en plena independencia del sujeto-objeto, como sostiene la filosofía aristotélica o la tomista. Mas no una conciencia captante de la realidad que se infiltra en el objeto con la pura subjetividad como hacen los empiristas, violentando la inteligibilidad real de la cosa.
Anteriormente se dijo que Sartre niega la "esencia" o, mejor dicho, antepone la existencia para luego proceder la "esencia", lo que significa, en definitiva, negar la misma essentia. Pues esta pasa a ser en el sistema sartreano un constructo puramente humano, un hacerse librado a la arbitrariedad y, en un sentido teológico, abrirse paso a las tendencias caídas del ser humano (las ideologías, por citar un ejemplo, se construyen a partir de este falso pseudo-principio "materialista"). Las cosas se determinan por una "esencia estable" antes dada a la existencia, luego le sigue el "acto de ser" o existencia en el plano del orden finito u orden natural o creado. Asimismo, este último se fundamenta en una "Causa Primera eficiente".
Lo anterior, simplemente, significa que el hombre tiene dada una esencia permanente en el orden metafísico, posteriormente tiene existencia y libre albedrío para obrar en la vida de acuerdo al orden natural descrito y una finalidad que se orienta al "bien" para alcanzar la "virtud". Echa mano a un "libertinaje", como manifiesta Sartre, para hundirse en la "desesperación", ya que plantea una filosofía de la "agonía vital" o de la "náusea" como él mismo sostiene, que no es más que un pétreo pesimismo para el ser humano en su recorrido existencial. Esto, definitivamente, proyecta el pseudo-intelectualista francés desde un mero "plano psicológico y fenomenológico". Una conciencia oscura que jamás levantó vuelo para penetrar con cierta "esperanza metafísica" el orden creado, la "verdad innata del ser" y, finalmente, el gran misterio que representa el hombre a la luz del "orden sobrenatural" que se expresa en el "orden natural". Claramente en el sistema sartreano se ve expuesta al "anarquismo metafísico" de los tiempos modernos, pues se trata de una filosofía extravagante y superficial sin ahondar en la realidad, pues ciertamente propone un humanismo precario muy alejado de la existencia verdadera.
No obstante ello, y más allá de algunos de los errores en materia filosófica ya mencionados, desde el punto de vista histórico se ha intentado falsificar a Søren Kierkegaard y las mismas categorías kierkegaardianas, suponemos, como consecuencia del fuerte laicismo que imperaba en la época del "existencialista" francés. En efecto, poco y nada tiene que ver el autor danés con el moderno existencialismo, puesto que Kierkegaard fue un pensador religioso como él mismo lo sostiene en reiteradas ocasiones. Y por tanto, las nociones de angustia, desesperación, libertad, posibilidad, instante, finitud, paradoja, absurdo, etc., tienen su razón de ser en relación a Dios y a una cosmovisión marcadamente religiosa. Y no propiamente fundada, por ejemplo, en el ateísmo de un Sartre o en el agnosticismo de Martin Heidegger.
Estos autores, asimismo, tomaron tales nociones corriéndose de su auténtico origen y "secularizaron" la semblanza religiosa de Kierkegaard. De hecho, en los filósofos modernistas se ve claramente de forma opuesta, pues se estancan en una especie de "ontología mundanal" sin elevarse al Fundamento o Causa Primera, estos es, reniegan en un plano meramente fenoménico sin ascender al Ser Necesario. De ahí su gran contradicción metafísica, ya que, en verdad, se debe partir desde el orden creado, para luego trasladarse al orden increado que, justamente, fundamenta el mundo. Étienne Gilson, a partir del realismo, sostiene que: "El entendimiento humano no puede tener a Dios como objeto natural y propio; habiendo sido creado, sólo está directamente proporcionado al ser creado, hasta tal punto que, en lugar de poder deducir de Dios la existencia de la cosas, se ve, por el contrario, necesariamente obligado a apoyarse en las cosas para subir hasta Dios". Precisamente, el existencialismo moderno tiene por objeto y análisis el "ser-en-el-mundo" sin escalar al conocimiento de Dios, que es, por su parte, fundamento del orden creado. Por el contrario lo niegan para divagar a un nivel puramente fenoménico, y de allí mismo, es imposible fundar una correcta metafísica.
Kierkegaard, precisamente atacó en su tiempo al ya mencionado Hegel, precursor de la filosofía sartreana y heideggeriana y, en general, de la destrucción filosófica de occidente y de la rica tradición metafísica en particular. Este ataque ocurrió porque Hegel veía la realidad como una "mediación dialéctica" en torno al Absoluto en el proceso del "devenir", y este Absoluto abstracto, a su vez, identificado con el "mundo" y la "historia universal" pero no con el individuo real y existencial (marginado del sistema hegeliano) en su auténtica y verdadera comunión con Dios y con el orden creado. "Toda la confusión de los tiempos modernos consiste en haber olvidado la diferencia absoluta, la diferencia cualitativa entre Dios y el mundo", sentenció claramente el pensador danés. Un mundo que se abre paso con la "pura razón dialéctica" abstraída de la misma realidad concreta y vital, que transforma todo en "mediación" para, supuestamente, conocerlo "todo". Una cuestión sumamente imposible de hacer.
Por lo expuesto, un grave peligro de la filosofía sartreana es, justamente, cierta atracción fatalista por espíritus y conciencias no formadas en un mundo precipitado a un vago conocimiento de la realidad y de las categorías ontológicas de un recto pensar de la realidad, como sostienen Aristóteles o Santo Tomás de Aquino. Tal vez un autor como Jean Paul Sartre sea el refugio precipitado ante personas hundidas en la angustia y la desesperación en un siglo que no da consuelo. Y ante este panorama, se hermanan en la figura de un pensador nacido en un ambiente de exagerado positivismo a comienzos del siglo XX, que se debió de romper a través de los planteamientos absurdistas del moderno existencialismo y no por medio del realismo. En tal sentido, fue la voz de una época que apagó sus luces en lo que respecta al sano pensar. Y esto último da la pauta de que a Sartre hay que entenderlo en ese contexto preciso, para tener una mirada profunda que interprete nuestros tiempos en la modernidad. Definitivamente, en la historia de la humanidad difícilmente haya existido un pensamiento de tanta ruptura con la realidad y su peso metafísico como propuso Sartre.
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