Néstor Vittori
Las coyunturas siempre sirven para poner temas en debate. El trágico acto extremista de París, repudiable desde todo punto de vista, coloca la cuestión “islámica” en la picota, generando todo tipo de reacciones. Las más extremas encaminan el pensamiento en dirección de asignarle la categoría de “problema”, como ocurrió en su tiempo con los judíos, y pavimentan el camino de los que piensan en soluciones xenófobas y de limpieza étnica. La experiencia del Holocausto es suficientemente dramática, como para excluir acciones de este tipo.
No obstante, lejos de una valoración categorizadora, el problema existe. En Francia hay casi 5 millones de musulmanes; y en toda Europa, más de 20 millones distribuidos en distintos países. Como producto de un desvarío ideológico -el multiculturalismo-, en buena medida alentado por las izquierdas, minorías voluminosas como la musulmana han obtenido la sanción de regímenes legales que les permitan conservar en el espacio público sus diferenciaciones culturales, sociales y religiosas. Esas normativas, inspiradas en el pensamiento políticamente correcto, han impedido en la práctica que estos sectores se integren con el resto de la sociedad en igualdad de condiciones. La consecuencia, en los hechos, es que se han constituido verdaderos guetos sin muros, espacios en los que se rechazan las pautas sociales, culturales y religiosas de las sociedades receptoras.
Estas situaciones, tarde o temprano explotan y las consecuencias son terribles. Recordemos lo ocurrido en Serbia, particularmente en Kosovo. Todavía está fresca la masacre de Srebrenica. El Holocausto está a la vuelta de una generación. También ocurrió con los armenios a principios del siglo pasado, y distintas etnias africanas, entre otras tantas situaciones dramáticas de intolerancia racial y religiosa.
En la medida que no se encuentre un camino de integración, como ha sucedido en distintos lugares en el mundo, el problema tiende a acrecentarse. Es bueno señalar, por contraste, lo ocurrido en nuestro país, que ha recibido inmigraciones europeas, judías, árabes y que hoy, pese a diferenciaciones culturales que se conservan básicamente en el ámbito privado, son todos argentinos y pueden interactuar a nivel individual y social sin mayores inconvenientes.
El gran obstáculo que presenta el Islam, son sus afloramientos “integristas”. En consecuencia, es menester separar la creencia religiosa del fundamentalismo y del terrorismo, desviaciones fanáticas que, si bien abrevan en sus principales textos religiosos, están lejos de ser su necesaria consecuencia.
El integrismo es la unión ideológica de lo religioso y lo civil, mixtura que produce una concepción de sociedad total a partir de las preceptivas religiosas.
En el caso del Islam, el Corán, los Hadices, la Sunna, la Sharia constituyen el cuerpo normativo al cual deben sujetarse los creyentes, diferenciándose desde antiguo, sus conductas conforme a sus territorios, entre Dar al Islam como ámbito propio y Dar al Harb (el territorio de la guerra), como ámbito externo y compartido, integrado básicamente por los territorios conquistados y con religiones distintas o territorios ajenos receptores de su inmigración.
Las exigencias sustanciales a los musulmanes dentro de la ortodoxia islámica, en territorios y culturas extrañas, fueron la afirmación de Alá como único Dios, la realización de las oraciones diarias, la limosna, el respeto del Ramadán y las peregrinaciones a la Meca, por lo menos una vez en la vida.
Hay que señalar que históricamente el Islam ha sido tolerante con las otras religiones, respetando la identificación con Dios, tanto de judíos como de cristianos. En esa dirección, cabe señalar que hasta 1948, fecha de creación del Estado de Israel, la convivencia con judíos y cristianos resultaba respetuosa aun en tierras musulmanas.
En los territorios que están fuera de Dar al Islam, la integración fue muchas veces notable, y sobran ejemplos, como el de nuestro país, donde muchísimos judíos y musulmanes se transformaron en verdaderos “gauchos”, y en la actualidad son parte activa del diálogo interreligioso que tan fervorosamente lidera el Papa Francisco.
Las concesiones realizadas en Francia a la comunidad musulmana, lejos de propiciar una integración con su sociedad democrática, laica y liberal, han terminado por fogonear la consolidación de enclaves culturales y religiosos en territorio francés, que operan como centros de resistencia y que inevitablemente tendrán que ser desmantelados si se aspira a que en el futuro la integración sea posible.
Los musulmanes franceses y en general europeos, tienen que tener presente que su rechazo a la integración es su peor enemigo, y que de no mediar una rápida evolución, pende sobre ellos el fantasma de un nuevo holocausto.