"En el pasado, eras lo que tenías. Ahora eres lo que compartes" - Godfried Bogaard
"En el pasado, eras lo que tenías. Ahora eres lo que compartes" - Godfried Bogaard
No se puede negar que aquellos que empezamos a transitar la mitad de la centena de años, comenzamos a mirar todo a través del nuboso cristal de la melancolía. Frases populares, tales como "todo tiempo pasado fue mejor", empiezan a cobrar sentido. Pero no de una forma apocalíptica y fatal, como la que nuestros abuelos infundían con el recato suficientemente horrorizado de ver nuestros cabellos largos, nuestra música ruidosa y los pantalones rotos, sino todo lo contrario, quizás, en estos tiempos de instantaneidad virtual, en la que nuestra mirada es una mirada marcadamente más romántica, por así decirlo. Pues no solo los recuerdos y las memorias (que se desmemorian cada vez con más asiduidad) se van apreciando y valorizando en el acto de recordar, sino nuestra forma de contar, la manera en que vamos enriqueciendo el relato, sumando ínfimas anécdotas, a veces ajenas, que potencian el resultado final de la remembranza.
No es a propósito, lo bueno de la memoria es que va acomodando las piezas a conveniencia del estado de ánimo del emisor, es por eso que la alegría de haber encontrado una foto de la que no se tenía idea de su existencia, provoque llanto, risa, ansiedad o que libere un recuerdo asociado al momento de la captura, independientemente de la veracidad del mismo. Somos lo que hacemos, lo que contamos, y lo que queremos que los demás sepan de nosotros. Así se manejan aquellos que están en la cresta de la ola de las redes sociales.
Pero ya voy a ir por ese lado. Los de mediana edad, aquello nacidos a mediados de los años 60 y finales de los 70, los ahora categorizados como Generación X, fuimos testigos, aún lo somos, de la gran cultura que fue invadida por la tecnología. Paso a paso, pero a pasos firmes, fuimos integrados a un mundo que años antes solo era real en la ciencia ficción. Según los sociólogos, la Generación X son hijos de la generación silenciosa, aunque no tanto. Pues fuimos atravesados, al menos aquí en la Argentina, por varios cambios a nivel social y cultural. Nosotros, los habitantes de la Nación Argentina nacidos en ese rango que nos define como X, pasamos de jugar arrodillados a las bolitas y a las figuritas, a sentarnos frente a un televisor con un aparato que nos mostraba imágenes digitales con sonidos estrambóticos; esa televisión, que a nuestra tierna edad infantil era una imagen abombada en blanco y negro, de un día para otro se aparecía ante nuestras asombradas miradas en colores brillantes y con botones incrustados y mando a distancia.
Esos chiquillos que jugábamos a la pelota en la vereda, en el club o en el campito con absoluta libertad de movimiento, nos vimos confinados en estado de sitio, a salir con documentos a la calle, a escondernos y a comernos un par de "razias" en el cine, en el kiosco y hasta jugando a las escondidas en una tórrida noche de verano santafesino. Y aquellos que éramos ya no fuimos los mismos cuando el teléfono, que era casi prohibitivo para algunas familias, pasó de tener un disco para marcar a tener botones y carecer de cables.
Con la misma desidia nos acostumbramos a escuchar música en distintos formatos. La vieja radio eléctrica que ensuciaba el aire con "frituras" y estática, el tocadiscos y la radio portable, se fue transformando en un robot con pasacasetes dobles, a pila, radio AM/FM, transportable y con un sonido que molestaba al sordo de la cuadra. Seguidito nomás, llegando a la adolescencia, esos equipos se volvían a reinventar teniendo no solo tocadiscos, ya algunos venían con el compartimiento para lo que sería la era del sonido digital, el compact disc.
Todo eso en tan solo veinte años. Pero… ¿quién dijo qué veinte años no son nada? Y volvemos entonces al tema "con la frente marchita": en esas dos décadas pasamos de la democracia a la dictadura; de la dictadura a una guerra y de la guerra a la democracia. De escuchar éxitos del mundo, a escuchar el rock argentino que llegaría para quedarse, e influir al rock latinoamericano con el sello de "Rock Nacional". Bandas que resurgían de la década del 70 y que se transformaban, creando para siempre una subcultura donde el arte, el rock, el teatro y demás manifestaciones culturales, alumbraban el pasado reciente oscuro y turbio.
En solo un puñado de años, y con la caída del muro de Berlín, comenzaría a hablarse de un mundo unido por las ideas y la libertad: la aldea global, el mundo globalizado. Pero tanta globalización no hizo más que crear más necesidades, que dejaron en evidencia que la globalidad no era para todos, sino más bien, que dividía al mundo en primer y tercer mundo; el segundo, o ese en aras de… es la zanahoria frente al burro.
La música dejó de ser lo que era, para empezar a ser electrónica; el teléfono dejó de ser lo que era, para empezar a ser un "ladrillo móvil", que a todo el mundo le encantaba mostrar. Y los políticos dejaron de ser políticos, para ser un subproducto del marketing; las despensas de barrio quedaban chicas ante monstruosos supermercados y el acto de salir de compras se reducía a un inmenso lugar en donde todo estaba a la orden y a pedido del cliente. Las computadoras personales, las PC, invadían los hogares junto con sus impresoras recargables. Todo, absolutamente todo, pasaría a ser consumible y descartable. Todo eso en tan solo treinta años. Para vos Gardel, en Le Pera te la dieron. Treinta años es mucho. Pero vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo, no es vivir.
Fue así que hizo su aparición la Internet. Y con ese sonido exasperante que nos indicaba que estábamos siendo conectados a la red global, arrancaba el periodo más alucinante de la finalización del segundo milenio. El mundo, literalmente, hacía un click. Con ese click, y en solo un puñado de años, las cosas cambiaron para siempre, redefiniendo a las futuras generaciones y la vida actual de todo el mundo. El teléfono, otra vez, dejó de ser lo que era, pasó de ser cámara de fotos, mensajero, y terminar de convertirse en la principal herramienta de interacción mundial donde todo, absolutamente todo, pasa por el celular. Comandar aparatos de la casa, compartir y emitir, relaciones sociales, de amor, juegos interactivos, GPS y de vez en cuando, hablar con otra persona en un dialogo fluido, como antes.
Todo se muestra por las redes sociales, todo se dice, todo se comenta y se inventa. Ahora es el tiempo de la IA (Inteligencia Artificial). Muy mal hecho. ¿Será que nos estaremos cansando de pensar? No te preocupes, si tenés miedo del encuentro con el pasado que vuelve… formateá la tarjeta de memoria. Bloquealos; silencialos; cancelalos. O simplemente, cambiá de chip.