Hacia el fin del siglo XX inventaron un juego de espiar, competir y participar desde fuera. Para la vida desde el sofá del living un entretenimiento con poco esfuerzo. Al mejor estilo psiquiátrico, "el que participa pertenece". John de Mol, su creador, lo puso en acción en 1999. Activó la espoleta y la explosión cambió un sistema de comunicación. A poco, la inclusión se hizo visible. No hay nadie fuera.
Se trata, de acuerdo a lo que se puede describir desde cualquier lugar de la sociedad, de una casa cerrada donde mucha gente convive y, en tal convivencia, está inscripta una competencia por sobrevivir, sin matar físicamente al otro, pero tratando de ser quien domine, seduzca, engañe, sabiendo que desde fuera miran todo y todo se graba.
Pero no todo se muestra a un público, el cualquiera, desde cualquier lugar de la sociedad, como se dijo. Hay secretos que se corresponden con un eje eterno: la información es poderosa. Quien maneja las cámaras, las grabaciones, es el que se denomina Gran Hermano. Si se lo resume: un juego de poder con las peores artes de la simulación. Además es el inatajable ojo panóptico, para ampliar "la mirada" y llegar a otro pensador que nos indaga, como Michel Foucault.
Parece un despropósito trabajar sobre George Orwell y el propio Foucault la realidad nacional que se genera en Buenos Aires para vender, ya como fantasía, ensueño y distorsión, al resto del país. Allí están. Lo consiguen, pero… ¿se sabe qué venden? Más profundamente. Ese rulo de mirar lo que, en rigor, es la propia imagen deformada, con la censura donde se sustenta su existencia, se formula, reformula y se extiende desde un único centro.
Gran Hermano hay uno solo, pero sus derivaciones son cada vez más amplias, como los círculos concéntricos de la piedra que cae en el lago. Cuando al inventor se le pregunta sostiene que el juego no es el de Orwell y que no están "la policía" y el Estado. Cambian las formas, pero no la fascinación, diría María Elena Walsh.
Gran Hermano es importante para entendernos. El encierro, el ganador, el perdedor, el castigo, la clara situación (abrumadora) de sitio cerrado y la lucha por sobrevivir, son un remedo de una sociedad. Son una sociedad. Sin ningún pudor está la lucha por la sobrevida. Desde fuera otra sociedad mira como curioso observador, como "espión", como "voyageur", a quienes no pueden salir de un punto: exhibicionismo. Con ellos se reinventa la casa, se la idealiza. Se confunde con nuestros días. Somos nosotros.
No es una "Feria de Vanidades" porque la humillación supera al éxito. Todo se sabe, todo se comenta, todo se juzga. El looping permite entender que una sociedad dentro de la otra trae a un espejo que deforma, pero que muestra que esos sujetos encerrados son tal y como nosotros y que es eso: un espejo. Tal vez la deformación, que criticamos, sea una justificación dedicada a la culpa por ser parte del juego. El espejo deforma a todos y no queremos esa certeza.
Como en los viejos "Parques de Diversión", pagábamos la entrada a la Sala de los Espejos que nos agrandaba, achicaba, engordaba o estiraba, pero estábamos nosotros solo por un momento frente al espejo, después volvíamos a nuestra imagen ideal, es decir la que imaginamos. De eso se trata, ni más…ni menos.
Cuando un panelista de televisión, ya sea de uno u otro canal, de una u otra radioemisora o de ese infinito sitio de las redes, las nubes y el cosmos mediático, opina de los que están dentro resuelve el aviso: el que participa pertenece. Se habla de los que están y triunfan o son denigrados. De los que se fueron y vuelven. De los que expulsaron y no volverán. Y la información está dentro de un juego que nos compromete a todos.
Hay muchos que, de un modo directo, pueden decir "desconozco", igual que quienes dicen "a mí no me importa la política", creen salvarse excusándose pero no podrán, no pueden, no podemos. Caramba… ¿Quién puede quitarse de encima una sociedad donde el juego de Gran Hermano es parte de la respiración que la sostiene?
Gran Hermano es parte de la respiración de la sociedad argentina. Y no hay síntomas extraños que asusten, hay comportamientos permanentes, al menos claramente posicionados en el día a día o lo dicho: en la respiración de la sociedad. Poco a poco se aceptó que el encierro es voluntario y que mirar no es pecado. Se aceptó que quienes están dentro alteran elementales reglas de la sociedad de fuera, de la sociedad que mira.
A poco que se piense en la deriva de estos años todo fue transformándose. Hay un traslado hacia el armado permanente de la sociedad. Las formas siniestras, el pensamiento transgresor y duro. Desde la promiscuidad en la vida diaria dentro del encierro a la ruptura de promesas afectivas todo es parecido… y diferente. En "La Casa" la traición no es tal y ese es uno de los mensajes, acaso el más importante. Puede agregarse. La traición descubierta y convertida en hecho público no es pasible de sanción.
Confesar que se mata anula el crimen. Es simplemente una confesión. Sigamos. Lentamente el sistema se escapó del juego y ha sido reconocido en la sociedad. Se los invita por ser los héroes o los villanos, los bonitos o los feos, los expulsados o los ganadores. Adquieren otro "status" en la sociedad por haber estado, perdiendo o ganando, pero claramente públicos, en La Casa de Gran Hermano.
Y es que Gran Hermano proporciona personajes públicos. Gran Hermano es, lentamente, un formato ya no de un programa de televisión sino de una forma de entender la sociedad. Desde el fenomenal asunto que en La Casa de Gran Hermano no hay falta de gas, luz, agua, canillas que se rompen o lamparitas que se queman, un sitio, una vida donde la comida alcanza hasta el tema del comportamiento y la adhesión con tal o cual.
En Gran Hermano el odio y el amor y la conveniencia son el idioma de fondo: el mensaje. Caramba: se vota públicamente sobre el bueno y el malo. Y dentro de La Casa se vota, como un desproporcionado juego -pero muy efectivo, muy brutal y muy público- de "a vos te quiero echar de esta casa".
Lo que torna más interesante, el valor agregado a tan importante formato es que la sociedad lo aceptó y tomó como eje. Todos los periodistas, todos, los invitados sin dudas y el pensamiento común que insiste: confieso que he pecado y ahora todo sigue igual… ¿Y qué?
Quien puede diferenciar los amores presidenciales, los antiguos amores, los ministros que se quedan o se van, los que se reincorporan para alimentar el juego (el caso de la señora Lilita Carrió es evidente) de los programas con paneles políticos o del espectáculo, del futbol…
Viejas glorias desteñidas puestos a comentaristas del fútbol, extraños tíos gordos que retornan en los paneles de programas sobre el show televisivo y teatral conforman el plantel que es parte de uno, dos, tres juegos de Gran Hermano en simultáneo.
Hay un solo formato socio/periodístico: hay una casa de la que se conocen secretos y se invita a que los cuenten los que están jugando y de tal modo jugamos con ellos. Todos somos cronistas de Gran Hermano. Puede decirse, acaso un sociólogo de tierras lejanas puede advertirlo; el mundo de las redes, de los mensajes, del link para decir te quiero ante una pantallita, sin gritarlo por las calles, vamos, la vida en paneles y titulares es nuestra vida.
¿Es Javier Milei el presidente del país de Gran Hermano? "Gran Hermano es importante para entendernos. El encierro, el ganador, el perdedor, el castigo, la clara situación (abrumadora) de sitio cerrado y la lucha por sobrevivir, son un remedo de una sociedad. Son una sociedad". "El looping permite entender que una sociedad dentro de la otra trae a un espejo que deforma, pero que muestra que esos sujetos encerrados son tal y como nosotros y que es eso: un espejo".
"En 'La Casa' la traición no es tal y ese es uno de los mensajes, acaso el más importante. Puede agregarse. La traición descubierta y convertida en hecho público no es pasible de sanción". "Puede decirse, acaso un sociólogo de tierras lejanas puede advertirlo; el mundo de las redes, de los mensajes, del link para decir te quiero y la vida en paneles y titulares es nuestra vida".
¿Es Milei el presidente del país de Gran Hermano?... Soy periodista, soy el que hace las preguntas.
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