I
I
Sabemos que la guerra es atroz. Y lo es porque incluye la muerte y, en particular, la muerte de inocentes. Importa detenerse en este aspecto: si en la guerra no murieran inocentes lo mismo sería terrible, pero no iría más allá de esos lances caballerescos celebrados en el campo de honor. Fue la modernidad con el desarrollo de la tecnología y la avidez de poder de los estados nacionales, la que transformó a las guerras en carnicerías donde las principales víctimas eran los civiles. Los pretextos fueron los de siempre: la superioridad de la raza, la superioridad de la nación, la superioridad del dios o de los dioses a los que celebraban. También la sed de poder y riquezas, más ese instinto de muerte que parece dominarnos desde la noche de los tiempos. "Nada más desolador e inhumano que contemplar un campo de batalla después del combate", dijo el duque de Wellington, contemplando a la caída de la tarde ese paisaje devastador de cadáveres que poblaban como espectros los campos de Waterloo. Tres estragos ha soportado la humanidad a lo largo de la historia: la peste, el hambre y las guerras. Todas persisten, en mayor o menor medida, pero la que sobrevive vigorosa con sus manos teñidas de sangre y su rostro crispado por el signo de la muerte, es la guerra.
II
Sabemos por qué es necesario luchar por la paz, pero seguimos inseguros a la hora de decidir lo que corresponde hacer cuando la guerra es inevitable. Sí, como oyeron: la guerra en ciertas ocasiones es inevitable. Y no hacerla cuando corresponde hacerla, incluye más muerte, más humillaciones, más dolor. Es lo que le reprochó Winston Churchill a Neville Chamberlain por la capitulación de Múnich. Chamberlain, primer ministro británico, no era cobarde, no era tonto, no era débil de carácter. Simplemente se equivocó. Creyó que haciéndole concesiones a Adolf Hitler podría evitarle a Inglaterra la sangría de otra guerra. Ni lerdo ni perezoso, ese bulldog de la política que era Churchill, le dijo: "Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra, elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra". ¿O alguien supone que a Hitler o a los diversos carniceros cuyo mayor placer es chapotear en ríos de sangre, los vamos a detener con oraciones o con prédicas pacifistas? La guerra es trágica porque nos incluye a todos en la faena de matar. Nadie sale con las manos limpias de una guerra: ni los ganadores ni los perdedores. El soldado de un bando o del otro, el hombre que contempló en carne viva el horror de la muerte, el hombre que vio y escuchó el jadeo de la muerte, no vuelve a ser el mismo más allá de la justicia de su causa. Habrá causas justas, habrá guerras justas, pero toda guerra incluye una injusticia. Y sin embargo, cuando la guerra es declarada no queda otra alternativa que guerrear hasta las últimas consecuencias. Las guerras se ganan matando al otro y las guerras se pierden porque el otro me mató a mí. Así de simple y así de terrible.
III
En la madrugada del 7 de octubre hombres armados provenientes de la Franja de Gaza entraron a Israel y durante horas se dedicaron a matar judíos sin compasión. Toda la galería imaginable del horror se practicó sin pausa: violaciones, decapitaciones, ejecuciones. No fue una batalla, fue una carnicería. Hay fotos y filmaciones que así lo testimonian. Fotos y filmaciones obtenidas por los propios verdugos que luego las mostraron orgullosos en las ciudades de Gaza donde multitudes de "gazatíes" salieron a la calle a celebrar la orgía de sangre. Lo sucedido recordó las jornadas del Yom Kippur en 1973. Equivocados. En 1973 los ejércitos de Egipto y Siria sorprendieron a los judíos, pero los combates se libraron respetando las leyes de la guerra. En cambio, en el desierto de Neguev no hubo batallas, hubo sacrificios. ¿Los autores? La organización islámica de Hamás, primos hermanos de los degolladores de Isis. Hamás es una banda terrorista, pero es algo más que una banda terrorista, porque es, además, la autoridad política de la Franja de Gaza, el gobierno real y efectivo de ese territorio, los titulares de un régimen de poder teocrático y criminal.
IV
¿Qué esperaban Hamás y los gazatíes que festejaban en las calles? ¿Que Israel pusiera la otra mejilla? ¿Que los judíos decidan ir al matadero como en los tiempos del Tercer Reich? ¿Que en un brote de inspirado legalismo hagan una presentación judicial en las Naciones Unidas? Lo siento por los que así piensan, pero los judíos de hoy en día no están dispuestos a marchar pacíficamente al degolladero. "No mates, pero si te quiere matar defiéndete y mátalo antes si es necesario", reza un precepto del Antiguo Testamento. Pues bien: la consigna de Israel hoy es la siguiente: "Todo hombre de Hamás es hombre muerto". No es venganza, o por lo menos la venganza no es el móvil principal. Es justicia reclamando la devolución de los rehenes. Y lucha por sobrevivir. Porque los judíos lo saben en carne propia, es un mandato que le llega del pasado: si hoy permiten que maten un judío sin protestar, al día siguiente matarán mil y al mes matarán diez mil. Es lo que dicen, es lo que escriben y es lo que se propone el terrorismo islámico. "Entiendo que quieran matarnos -me confesó un judío en Jerusalén- lo que no entiendo es que se escandalicen porque nosotros no nos dejemos matar".
V
Declarar la guerra a Hamás significa la guerra a un territorio que gobierna Hamás. No sé cuáles son las proporciones de la guerra. Ignoro cómo se puede medir un castigo que equilibre la muerte de un bebé en un horno (esa costumbre de los judeofóbicos de achicharrar a los judíos en los hornos) o la violación de una mujer delante de su marido antes de ser decapitado. ¿Cuáles son las respuestas proporcionales a ese horror que no sea la muerte del enemigo? Claro que no es agradable. Sin embargo, los aliados cuando invadieron Alemania sabían que no solo los nazis pagarían el precio de haber consentido el delirio genocida del Tercer Reich. Los ejércitos aliados mataron civiles, su soldadesca violó mujeres, sus aviones bombardearon ciudades hasta dejarlas en ruinas. Un horror. Pero ese horror fue necesario para terminar con Hitler.
V
Los jefes de Hamás se jactan de que ganarán la guerra porque a ellos no les importa morir, mientras que los judíos solo aspiran a vivir. Nada nuevo bajo el sol. "Viva la muerte", gritaba José Millán-Astray en la Universidad de Salamanca. Y Joseph Goebbels, antes de suicidarse con su esposa, mató a sus seis hijos. Viva la muerte. Golda Meier alguna vez dijo: "Lo que no le vamos a perdonar nunca, no es que quieran matarnos; lo que no le vamos a perdonar es que nos hayan obligado a armarnos para matarlos a ellos". No sé si se entiende la diferencia. O las proporciones. Israel traslada a los niños y a los ancianos lejos de los frentes de guerra. Hamás los usa de escudos humanos con la promesa de que luego irán al Paraíso. Sus cuarteles, sus bases militares están escondidos en hospitales, escuelas, edificios públicos e incluso en embajadas. Mientras en las calles de la Franja de Gaza se lucha y se muere, en el mundo se abren los portones para practicar las modalidades más perversas de la judeofobia. Si en la Edad Media se acusaba a los judíos de secuestrar niños para extraer la sangre y celebrar sus ritos demoníacos, hoy pareciera que los judíos de Israel se solazan asesinando niños palestinos. Lo dijo un jefe militar judío: "Si no nos importara la población civil de Gaza, este trámite lo hubiéramos resuelto en 48 horas". Sabía de lo que hablaba. Agrego además: si en lugar de los jefes militares judíos, la tarea estuviera a cargo de George Patton, Georgui Zhúkov, Douglas Mac Arthur o Bernard Montgomery, el conflicto estaría resuelto en 24 horas. Y otra vez la voz de Golda Meier: "Habrá paz el día en que los palestinos quieran más a sus hijos que los que nos odian a nosotros". Sin embargo, las cantinelas judeofóbicas no cesan. "La ocupación", gritan. ¿Perdón? En la Franja de Gaza no vive un judío. ¿Ocupación? ¿Qué ocupación? ¿La de 1967? Ariel Sharon les devolvió la Franja de Gaza y ahí están los resultados. ¿O la ocupación de 1948? Por ahí cantaba Garay. Israel no puede, no debe existir. "Judíos al mar". Los problemas no son las tierras; los problemas son la judeofobia y el fanatismo religioso. Y hasta que estos problemas no se resuelvan habrá guerra.