I
I
Un año de guerra en Ucrania. Algunas conclusiones parciales porque las definitivas son imposibles con una guerra que aún está lejos de haber terminado: Vladimir Putin supuso que su invasión iba a ser un paseo y jamás imaginó que la resistencia de Ucrania iba a ser tan dura. Putin acusó a Ucrania de estar gobernada por un presidente nazi que, oh casualidad es judío, y con antecedentes familiares y políticos de haber luchado contra el nazismo. No terminan allí las curiosidades de Putin: su estilo de gobierno, su concepto del poder, no difiere en lo fundamental al de los jefes bolcheviques, la única escuela formativa que conoce, pero acto seguido no vacila en responsabilizar a Lenin de haber habilitado la independencia de Ucrania. Hasta la fecha, la única seguridad que hay en esta guerra es que la batalla por la imagen internacional, Putin la ha perdido en toda la línea. Hoy, en el occidente atlántico, el nombre de Putin es sinónimo de autócrata, dictador y criminal de guerra. Su desprestigio quiere decir algo, pero no todo. Franco también había perdido la batalla por la imagen internacional, pero eso no le impidió ganar la guerra. Putin no es Franco ni va a ganar como Franco. La imagen que mejor representa las vicisitudes de la guerra es el empantanamiento: Putin no gana la guerra como quisiera y los ucranianos no expulsan a los invasores como quisieran. Desde el punto de vista humanitario y de la seguridad internacional, es una de las noticias más funestas: más muertos y más inseguridad. Putin supone que juega sobre seguro porque dispone de armas nucleares. Hasta el momento no las usó, pero más de una vez amenazó con hacerlo. Perro que ladra no muerde, pero no estoy seguro de que el refrán sea válido para Putin. Al denominado zar de Rusia no se le escapa que Ucrania resiste porque recibe el apoyo político y el apoyo militar, disimulado pero apoyo al fin, de la OTAN y de los Estados Unidos. Putin y la mayoría de los populistas del mundo consideran que el verdadero villano de esta película de terror es EEUU y la OTAN. ¿La OTAN quiere ganar a Ucrania para su tablero o, a la inversa, Ucrania y no solo Ucrania, desean alejarse de Putin y acogerse a la OTAN, a los beneficios futuros de la Unión Europea y sobre todo al estilo de vida y el estilo de orden político que promueve la OTAN? Debate abierto que no admite respuestas sencillas, pero está claro que si a la hora de tomar posición en una guerra uno debe interrogarse qué tipo de orden político defienden las partes, qué tipo de sociedad y qué tipo de individuo desea promocionar, hay buenos motivos para sentirme solidario, con todas las reservas del caso, con Ucrania y partidario de la Unión Europea, la OTAN y los Estados Unidos. El mundo que vivimos no es el de la década del treinta del siglo pasado, pero daría la impresión que la causa de la libertad, del estado de derecho y de la civilización tal como la conocemos, se parece mucho a la que en aquellos años defendieron los aliados.
II
Lo digo con mucha precaución, pero lo digo. Al narcotráfico no se lo derrota en Rosario porque existe cierta complicidad de la clase dirigente. Aclaro por las dudas: no son todos, pero son. Y cuando digo clase dirigente, menciono a políticos, jueces fiscales, jefes de policía, empresarios y dirigentes de la sociedad civil. A mí no me cabe ninguna duda de que si la decisión de liquidarlos fuera fuerte, en seis meses no hay narco libre en Rosario y los que están presos a lo único que podrían dedicarse es a jugar al tateti, a rezar o alguna actividad beatífica parecida. Como esto no ocurre, la violencia del hampa ha ganado la calle, la droga se trafica como pan caliente y desde las cárceles los jefes de la mafia manejan el delito. Al Estado municipal, provincial y nacional le sobran recursos para liquidarlos, pero si un porcentaje de esos funcionarios son cómplices, socios o simplemente están coimeados, pasa lo que pasa. Los amigos del cine, pero también amigos de la historia, sabemos que cuando el presidente norteamericano Hoover se hartó de los excesos de Al Capone, designó un grupo especial, conocido como Los Intocables, presidido por el mítico Eliot Ness, y en poco tiempo Al Capone terminó entre rejas y su imperio se vino abajo. Para ello no hizo falta un ejército, una multitud de soldados y policías. Nueve hombres acompañaron a Ness en esta tarea, pero contó con el apoyo decisivo de agencias estatales claves. Una de las primeras tareas operativas de Ness fue seleccionar el personal que lo acompañaría. Allí quedaron afuera coimeros y otras yerbas, porque el imperio de Al Capone se sostenía, como toda mafia, corrompiendo todo lo que se movía a su alrededor, empezando, como en el caso del Chicago, por el propio intendente de la ciudad y sus principales colaboradores, incluidos piadosos religiosos.
III
La conclusión es obvia: cuando el hampa acuerda con sectores de la clase dirigente, la ciudad ingresa en uno de los círculos del infierno. Y más allá de lo deplorable de estos acuerdos, lo cierto es que si alguien pretende justificarlos como una manera habilidosa de ponerle límites, la experiencia enseña que todas estas jugarretas fracasaron, porque el hampa no tiene límites, su tendencia es la expansión y el paso siguiente es la guerra entre ellos y la guerra a las instituciones del Estado. La policía o la prefectura o la gendarmería como expresión de la violencia legítima del Estado pierde presencia y los protagonistas pasan a ser los sicarios. Rosario no es Medellín o Cali, ni Tijuana o Culiacán. En estas balaceras, las principales víctimas son los ciudadanos. En homenaje a la memoria, recuerdo cuando el gobernador peronista Eduardo Duhalde se jactó de contar con la mejor policía del mundo, calificación que aplicaba a la policía más corrupta y violenta del país. Duhalde suponía que su pacto con los "porongas" de la bonaerense le aseguraban una cierta convivencia. No duró mucho la tregua. Pocas semanas después de su afirmación rimbombante fue asesinado José Luis Cabezas, un crimen en el que los jefes de la bonaerense de entonces aún deberían dar algunas explicaciones. Repito: no hay posibilidades de acuerdos con el hampa. Quien lo propone es tonto o es cómplice, con el añadido de que en nuestra clase dirigente los tontos no abundan. Menciono, a modo de sugestivo cierre, cuando en la década del treinta el Estado nacional y el Estado provincial de Santa Fe liquidaron en pocos meses a la mafia de Chicho Grande. También entonces había dirigentes que toleraban a los mafiosos, hacían negocios, se beneficiaban por los aportes que brindaban a las campañas electorales o por los matones que cumplían la faena de convencer con sus exquisitos modales a los obreros en huelga. Pero el secuestro y el asesinato de Abel Ayerza, el hijo de una de las familias de la elite del poder de entonces, puso punto final a las complicidades y, en poco tiempo, la mafia fue liquidada y no precisamente con los mejores modales.