Dra. Psp. Verónica Rebaudino (*) | Equipo Hoy por el Futuro - UCSF (**)
Dra. Psp. Verónica Rebaudino (*) | Equipo Hoy por el Futuro - UCSF (**)
El comienzo de la pandemia ha irrumpido en nuestras vidas de manera inédita. De repente nuestra cotidianeidad y sus rituales se vieron transformados en todos sus aspectos y dimensiones.
La educación, como campo de estudio y como práctica, también se vio sustancialmente sacudida por este virus. Algunas certezas quedaron evidentes en este tiempo. Tenemos un sistema educativo desigual, con fuertes inequidades, que reclama urgentes inversiones para garantizar el derecho a la educación, la calidad educativa y la justicia curricular. Los riesgos de la deserción y el abandono escolar están latentes en todos los niveles y modalidades del sistema. La pobreza, la marginalidad y los problemas de acceso a la conectividad hacen tambalear a muchos en sus posibilidades de sostenerse en su escolaridad. Las respuestas corren tras la celeridad de los acontecimientos, sembrando perplejidad y contradicciones en un campo social empobrecido, vulnerable y en riesgo.
Ahora bien, podríamos preguntarnos en el medio del vértigo desatado, de las decisiones urgentes y no siempre bien planificadas, de los miedos y las fantasías generadas, de la incertidumbre generalizada, qué nos está enseñando esta compleja situación.
En primer lugar podríamos afirmar que la educación es una tarea esencial, de esas que junto a los cuidados del cuerpo, cuidan el desarrollo humano de la persona. Desde el primer momento las escuelas, ahora mediatizadas y a distancia, cada una con sus posibilidades y limitaciones, afrontaron el desafío de llegar a sus alumnos de distintas formas y sostenerlos en la continuidad y el seguimiento de su educación. Los distintos niveles de la enseñanza abordaron la situación como un compromiso no sólo laboral, sino, en la mayoría de los casos, personal. La preocupación por "mis alumnos" acompaña la gestión de los docentes en sus nuevos formatos de aula. La mayoría de los docentes mostraron su capacidad y su especialidad para gestionar la enseñanza en medio del aislamiento social obligatorio.
En segundo lugar se evidencia que los docentes están dispuestos a gestionar los cambios y las transformaciones sociales. La pandemia no dio tiempo a debates, requirió resignificar la enseñanza y sus medios, planificar otras metodologías y técnicas, priorizar contenidos, ponderar los recursos más pertinentes, poner entre paréntesis lo naturalizado para pensar lo extraordinario.
En tercer lugar un movimiento de solidaridad pedagógica invadió el campo educativo. Numerosos especialistas abrieron el diálogo y brindaron su palabra y su conocimiento a los docentes que están en el frente de la tarea, muchas veces sin saber qué o cómo hacer. Las redes sociales facilitaron esta tarea de distintos modos, fortaleciendo trabajos colaborativos y sumamente valiosos. Se liberaron también muchos contenidos de bibliotecas y museos que ayudaron a disponer de recursos de excelencia. El fenómeno de los videos tutoriales se presenta como una alternativa de aprendizaje en diversos campos.
En cuarto lugar los hogares se vieron transformados en improvisadas aulas, donde la comunidad familiar se ve interpelada a oficiar con nuevas tareas y roles. Horarios superpuestos, computadoras y teléfonos compartidos, sets de filmación e interacción de clases sincrónicas y asincrónicas, agendas de Zoom y problemas de acceso y conectividad. El efecto "padres explicadores" de tareas y contenidos no siempre encuentra el tiempo, la armonía y la disponibilidad psíquica que la tarea requiere. La intimidad del hogar se ve fuertemente invadida por los nuevos requerimientos escolares, realidad que se hace más compleja en situaciones de hacinamiento y falta de espacio y recursos.
Por último podríamos pensar los efectos del encierro y la ausencia de socialización presencial en cada uno de los actores escolares que extrañan, no sólo el espacio de la escuela, sino también los encuentros profundamente humanos que en ella se generan. Surgen entonces nuevas formas de sostener los vínculos pedagógicos, de personalizar la enseñanza, de dar continuidad a la propuesta educativa, cuidando y conteniendo a familias y a alumnos.
En este contexto muchas voces se alzan evaluando la tarea educativa. Algunas son francamente pesimistas. Se discute tanto la escasez como la saturación de tareas para el alumnado, la modalidad y frecuencia adoptada por los docentes, las decisiones políticas. Plantean que "es un año perdido", "que los chicos no están aprendiendo nada", que "hay vacíos de contenidos" o, peor aún, que "no hay clases" como si la presencialidad fuera la única forma de asistir a ellas.
Otras miradas más optimistas alcanzan a ver que se están aprendiendo "otros contenidos", en "otros formatos" y en "nuevos contextos". Esto genera nuevas competencias en alumnos y docentes, y también una mayor autonomía a la hora de gestionar los aprendizajes. Muchos lineamientos y acciones priorizan el vínculo con los alumnos para que nadie se pierda o quede afuera del sistema, valorando el cuidado, la personalización y la contención.
Algunos aspectos quedan invisibilizados en el medio de este escenario. La tarea de los docentes, sus esfuerzos materiales, económicos y didácticos para enfrentar la situación; la brecha digital en el acceso y en el uso de las tecnologías; la disposición de tecnología no garantiza el adecuado uso de la misma; el desgaste profesional de maestros, profesores y directivos; la soledad de los alumnos frente a propuestas de aprendizaje que no pueden afrontar por sí mismos o junto a su núcleo familiar conviviente; el "efecto de desconexión" de los alumnos (porque no pueden o porque no quieren conectarse); el cansancio de las pantallas y los riesgos de la excesiva atención a las mismas.
Es necesario pensar qué estamos aprendiendo de la didáctica desenfrenada de esta pandemia y cómo volveremos a encontrarnos en la nueva normalidad.
A los docentes nos exigirá pensar nuevos formatos escolares, incorporar nuevas gestualidades, "reinventar la clase", donde la presencialidad sea una verdadera ocasión de encuentro y oportunidad de enseñar y aprender, no todo, sino lo sustancial, lo significativo, aquello que hemos rescatado de esta vivencia como esencial. Las lógicas de la enseñanza deberán ser repensadas y resignificadas en propuestas colaborativas y relevantes, que tengan impacto real sobre nuestros estudiantes. La virtualidad nos ha mostrado sus claroscuros y tendremos que discernir cuándo y cómo utilizarla. Seremos protagonistas de cambios que instalen nuevas formas de convivencia y organización escolar. Tenemos por delante una gran encrucijada: volver como si nada hubiera pasado o aprender y salir transformados de esta experiencia.
Sin duda, este momento histórico dejará huellas imborrables en nuestros alumnos. El desafío es que la educación pueda marcar la diferencia. Que la vida de nuestros estudiantes haya sido, en este tiempo, un poco mejor, porque nosotros estuvimos ahí, porque compartieron nuestras clases, porque escucharon nuestra palabra, porque nuestra presencia les dio confianza e hizo que la experiencia educativa valiera la pena.
Inexorablemente algo nos pasó y algo también quedará marcado en nosotros para siempre. Nos urge una pedagogía de la esperanza centrada en la persona, que nos permita el cuidado de uno mismo, del otro, de la casa común. De eso quizás se trata la educación: de entender y transmitir el sentido de las cosas y del mundo para transformarlo en un lugar más justo, más igualitario, más solidario y para dejarlo, tras nuestro paso, mejor de lo que lo encontramos.
(*) Doctora en Educación, Psicopedagoga, Docente; integrante del Equipo Universitario de Reflexión Interdisciplinar "Hoy Para el Futuro" de la Universidad Católica de Santa Fe - www.ucsf.edu.ar/hoy-para-el-futuro
(**) Hoy Para el Futuro es un equipo interdisciplinario de profesionales pertenecientes a la comunidad de la UCSF movilizados por las problemáticas que la pandemia ha puesto de manifiesto en algunos casos y profundizado en otros, que pretende constituir un espacio de reflexión que permita pensar los desafíos socio-económicos y espirituales de nuestra sociedad en el escenario de la post-pandemia, con una mirada integral y abarcativa en el marco de un nuevo paradigma de convivencia humana.