I
Faltan veinte días para las elecciones. El panorama no alienta precisamente el optimismo. Comparado con nuestro vía crucis, las plagas de Egipto son apenas un par de mosquitos zumbones. Mientras tanto, el gobierno pareciera que está decidido a cometer un error tras otro.
I
Se llama Hugo Carvajal, pero los amigos y los enemigos lo conocen como "Pollo". Venezolano y chavista de la primera hora. Especialidad: inteligencia, contrainteligencia y suciedades afines. Temas: guerrilla, narcotráfico y corrupción a granel. Lo que se dice una joyita. De esas diademas que enternecen hasta las lágrimas a nuestros populistas criollos. Al señor Pollo le gustan los autos de alta gama, vive en pisos de lujo, a sus amantes les obsequia joyas y departamentos y se traslada en aviones privados. Un populista clásico del siglo XXI. Con su relato enternecedor a favor de los humildes y los explotados y su vida real digna de un jeque árabe o un playboy caribeño estilo Porfirio Rubirosa. En estos días el hombre ha adquirido singular notoriedad porque apremiado por las circunstancias e indiferente a cualquier comportamiento heroico, se decidió a hablar con la elocuencia y el entusiasmo de a quienes luego hay que pegarles para que se callen. El Pollo canta. Y en sus improvisadas estrofas adquieren un protagonismo central las relaciones carnales con Néstor y Cristina. De esa película nosotros conocimos apenas unos fotogramas o "la cola". El episodio lo interpretaron dos señores. Uno se llama Antonini Wilson; el otro Claudio Uberti. De Antonini perdimos la pista, pero seguro que andará, como corresponde a todo exponente de la boliburguesía venezolana, por Miami o por alguno de esos países tropicales pregonando las bondades del socialismo chavista. De Uberti sabemos que, como el Pollo, se decidió a hablar en un país como el nuestro, donde se pueden realizar las confesiones más escabrosas con la seguridad de que la justicia hará poco y nada y los seguidores de los imputados atribuirán esas confesiones a maniobras solapadas de Macri y Magnetto. Este culebrón recién empieza. Por ahora sabemos que el viaje de Antonini con su correspondiente maletín cargado de dólares era el número veinte. Y que la suma transferida del compañero Chávez a los compañeros Néstor y Cristina sumaban alrededor de 20 millones de dólares. Así da gusto ser nacional y popular.
II
El embajador argentino en Chile, señor Rafael Bielsa, muy preocupado por el destino presidiario de Jones Huala, condenado a nueve años de cárcel por los tribunales chilenos. Convengamos que Bielsa administra muy bien su destino político. La escritura de un libro acerca de los estragos del Lawfare le permitió ganar una embajada; una firma reivindicando la trayectoria de Montoneros es posible que le haya permitido levantar o por lo menos suavizar la imputación de colaborador de la dictadura militar realizada por sus queridos compañeros. Jones Huala no es Toro Sentado, Gerónimo y mucho menos Tupac Amarú. Para ello le falta coraje, épica y causa. Es un lumpen, un oportunista y, entre otras curiosidades, a mí me gustaría preguntarle acerca de sus relaciones con Cristóbal López, porque bueno es saberlo, más allá de la retórica indigenista, los jefes kirchneristas en materia de negocios nunca dan puntada sin hilo. Al respecto, el destino de los mapuches presumo que a los tiburones K no les hace perder el sueño, pero sabemos que su debilidad, lo que los excita y erotiza hasta el borde del orgasmo, son los negocios inmobiliarios. De todos modos, no deja de ser entre asombroso y patético que un embajador argentino se interese por el destino de Jones Huala, mientras que nuestro representante en la OEA se lava las manos acerca del destino de los presos políticos de la dictadura presidida por Daniel Ortega y su amantísima esposa, Rosario Murillo. Asombroso. El gobierno argentino promueve un conflicto diplomático con un país vecino para proteger a un lumpen condenado por tribunales constitucionales, mientras calla la boca y mira para otro lado en Nicaragua.
III
Mientras tanto en el sur, el malón mapuche quema hoteles y ocupa tierras. La gobernadora de Río Negro solicita la ayuda del gobierno nacional y los dos Fernández, Aníbal y Alberto, compiten entre ellos para elaborar argumentos acerca de la incompetencia en la materia. "No es nuestra tarea", dicen ambos sin disimular su regocijo. Con su torpeza habitual de barrabrava, el Morsa nos recuerda la tragedia de Santiago Maldonado. La persona de quien alrededor de cincuenta peritos probaron que no fue víctima de la represión. El presidente de la Nación, por su parte, le envía a la gobernadora Arabela Carreras una cartita en la que, para asombro de estilistas y copistas, se las ingenia para cometer más de diez errores de puntuación en un texto de no más de cuatro renglones. Comas criminales, dicen los que saben. ¿Cómo lograrlo? Muy sencillo: no mande a los chicos a la escuela y condene la meritocracia. Alberto lo hizo. Y además, como frutilla privilegiada del postre, en esa suma de galimatías, pleonasmos, barbarismos y cacofonías, graba para la historia una frase memorable, un proverbio digno de ser estampado en el bronce: "No es función del gobierno nacional brindar seguridad en la nación". Cáspita y recórcholis. Como diría con lenguaje más prosaico mi tío Colacho: "¿Entonces para qué mierda están?". Buena pregunta, aunque sospecho que no será respondida. También sospecho que el señor presidente ha olvidado o tal vez no ha leído el Preámbulo de la Constitución Nacional, el mismo que en memorables jornadas cívicas recitaba Alfonsín en la campaña electoral de 1983: "Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina". Dos frases reitero y destaco: "Consolidar la paz interior, proveer a la defensa común". ¿Para qué las destaco? De puro cipayo nomás.
IV
Y todo esto sucede mientras faltan veinte días para las elecciones. El panorama no alienta precisamente el optimismo. El dólar blue a 191 pesos y con ganas de seguir subiendo con lo que ello significa; cepos para todos los gustos; control de precios; inflación; pobreza; indigencia, inseguridad. Comparado con nuestro vía crucis, las plagas de Egipto son apenas un par de mosquitos zumbones. Mientras tanto, el gobierno pareciera que está decidido a cometer un error tras otro. Para el 17 de octubre los muchachos se superaron a ellos mismos. Entre la reunión de la Señora con sus fieles en la ESMA, la marcha liderada por Boudou, D'Elia y Bonafini en Plaza de Mayo con profanaciones incluidas y el acto de la CGT, los compañeros demostraron que en materia de torpezas son unos maestros. No pretendo ser adivino, y por lo tanto no estoy en condiciones de anticipar los resultados del 14 de noviembre, pero tal como se presentan las cosas todo parece indicar que el peronismo debería festejar y darse por bien pagado si repitiese los resultados de septiembre. Números más, números menos, están haciendo los méritos necesarios para que ganando o perdiendo las consecuencias siempre sean malas para los argentinos. ¿Puedo explicarme un poco mejor? Tal vez, pero por ahora preferiría el final abierto, un final con puntos suspensivos, un final que no sea final. Ya habrá tiempo para las explicaciones y, sobre todo, ya habrá tiempo para hacerse cargo de las inevitables consecuencias.
El gobierno argentino promueve un conflicto diplomático con un país vecino para proteger a un lumpen condenado por tribunales constitucionales, mientras calla la boca y mira para otro lado en Nicaragua. Asombroso.
Todo parece indicar que el peronismo debería festejar si repitiese los resultados de septiembre. Números más, números menos, están haciendo méritos para que, ganando o perdiendo, las consecuencias siempre sean malas para los argentinos.