"Lo que te hace crecer es la derrota, el error" Pep Guardiola
"Lo que te hace crecer es la derrota, el error" Pep Guardiola
Y sí, todos tenemos la cabeza hecha pelota. Al fin llegó, después de cuatro largos años, volvió a jugarse un mundial; no es necesario decir mundial de fútbol, pues cuando decimos mundial, ya todos damos por entendido de lo que estamos hablando. A esta altura del año, con un noviembre caluroso que hace suponer que vamos a sufrir un diciembre abrasador, nos disponemos a sufrir frente a nuestro televisor de los vaivenes de nuestra selección.
Exitistas como pocos, triunfalistas como nadie. Así somos, así nos gusta ser, por más que la cotidiana realidad nos demuestre lo contrario, cada cuatro años recargamos las pilas, nos llenamos de justificaciones, nos vamos embebiendo de la locura mundialista y, azuzados y recargados desde la publicidad, nos vamos transformando en enceguecidos hinchas de la albiceleste, creyendo que vamos a comer a cada rival. Una charla de café, en la oficina, en la calle, en el bar, todo, absolutamente todo gira por el mundial, y claro, por la selección argentina y Messi, que es casi lo mismo.
Siempre nos sucede lo mismo, la selección hace una gran eliminatoria, clasifica tranquila y nos colocamos automáticamente en el rol de protagonistas y candidatos a alzar esa copa que anhelamos como nadie y que hace treinta y seis años, y un puñado de meses, que no podemos conquistar. Y lo escribo así, en colectivo, porque como decía al principio, todos somos la selección. Ese amor incondicional que se renueva cada cuatro años, con esa fuerza y esa intensidad que va creciendo inconscientemente, y que se alimenta de ilusiones y factores externos, como la publicidad.
Quiero hacer aquí un alto en mi texto para detenerme en la incidencia triunfalista/mundialista que tiene la publicidad en vísperas del mundial y durante. También en la Copa América. Hace unos cuantos lustros que la publicidad argentina, premiada mundialmente por su creatividad y originalidad, se puso manos a la obra para rescatar nuestra argentinidad y plasmarla en canciones que inflamaban el pecho y hasta algunas lágrimas se derramaban. Una famosa cerveza con el nombre de una localidad de la provincia de Buenas Aires fue pionera, le siguió el primer canal de deportes de cable que en esa época era el único y tenía casi todos los derechos deportivos comprados.
La televisión nos mostraba a nuestros jugadores históricos como héroes, a nuestra argentinidad potenciada por gente de afuera hablando de lo que el fútbol provocaba en nosotros, papelitos, banderas, canciones de ocasión se nos iba haciendo piel y nos ahuecaba la panza. Nos íbamos aferrando al ideal deportivo de nuestro deporte más popular y querido, ese que levanta pasiones y emociones. Daba la casualidad, o la causalidad, de que justamente en cada mundial, estábamos en crisis. ¡Ja! ¿Cuándo no? Así que, como la publicidad tiene el efecto y el mandato de vendernos un ideal, los creativos nos mostraban explícitamente la felicidad, el bienestar y la ventura eterna, como responsables y benefactores de una sociedad castigada, saliendo al auxilio de nuestras atribuladas almas y castigados cuerpos, poniendo a la selección como el remedio de los males argentinos.
Argentina gana y toda nuestra realidad cambia. Pasamos a ser felices, hermosos, titanes del mundo, solo porque esa pelotita entró e hizo feliz a todo un pueblo; y mucho más felices si festejamos con esa cerveza y pagamos el cable. Permeables a la emoción, tan afectos a demostrar que somos los mejores del mundo, sacamos las banderas, nos ponemos toda la parafernalia que tenga los colores celeste y blanco y damos rienda suelta a la alegría, siempre desbordante, de pertenecer a éste terruño que odiamos amar. Pero el fútbol es eso, solamente fútbol. Y en la cancha son once contra once. Y los de afuera son de palo, excepto el VAR...
El VAR, casi protagonista absoluto del primer partido disputado por la selección. Sin intención de analizar lo futbolístico, porque no me corresponde, quiero aclarar que desde el vamos, entendimos que ese dispositivo electrónico de chip y automatización de la jugada es muy turbio, muchos analistas del periodismo deportivo critican que la imagen no muestra la totalidad de la jugada, y que solamente demuestra una porción de la misma. Pero así las cosas dadas, presiento que más allá de las presunciones, para la cabeza de los jugadores de un equipo que va ganando, que te terminen anulando tres goles, no debe ser bueno para la concentración y el enfoque emocional.
El escenario era propicio; un estadio lleno de color, sacando el pechito argentino sabiendo que tenemos unos de los mejores equipos del mundo, y entre sus filas al mejor, sin dudas. Teniendo presente que el rival no estaba a la altura de la historia y de los laureles deportivos, pensábamos que ya eran puntos ganados antes de entrar. Sólo un trámite. Gran error.
Los partidos hay que jugarlos, y en esa calurosa Qatar, la selección y nosotros tuvimos un gran balde de agua fría, con el que deberíamos darnos un buen baño de humildad. "Memelandia", ese universo paralelo que subsiste en las redes sociales universales, se encargó de lo demás. Tuvimos un aliciente, Alemania, siempre gran candidato, también perdió con el menos pensado. Cosas de este hermoso deporte que mueve miles de millones de dólares y de pasiones casi incontrolables.
Cábalas, mufas, repetición de comportamientos, lugares específicos que son intocables, elección de canal, no mirar los penales en cuartos u octavos. No compartir el partido o verlo multitudinariamente, son partes del color y lo que representa para nosotros cada mundial.
Llamemos a la suerte, tengamos nuestras cábalas, pero a la hora de la verdad, quienes son los artífices del destino de cada partido, son ellos. Ni más ni menos. Destapemos la cerveza, pongamos el canal y cantemos la canción que transmita la pasión…
¡Argentina! ¡Argentina! ¡Argentina!
Siempre nos sucede lo mismo, la selección hace una gran eliminatoria, clasifica tranquila y nos colocamos automáticamente en el rol de protagonistas y candidatos a alzar esa copa que anhelamos como nadie y que hace treinta y seis años, y un puñado de meses, que no podemos conquistar. Y lo escribo así, en colectivo, porque como decía al principio, todos somos la selección. Ese amor incondicional que se renueva cada cuatro años, con esa fuerza y esa intensidad que va creciendo inconscientemente, y que se alimenta de ilusiones y factores externos, como la publicidad.
Argentina gana y toda nuestra realidad cambia. Pasamos a ser felices, hermosos, titanes del mundo, solo porque esa pelotita entró e hizo feliz a todo un pueblo; y mucho más felices si festejamos con esa cerveza y pagamos el cable. Permeables a la emoción, tan afectos a demostrar que somos los mejores del mundo, sacamos las banderas, nos ponemos toda la parafernalia que tenga los colores celeste y blanco y damos rienda suelta a la alegría, siempre desbordante, de pertenecer a éste terruño que odiamos amar. Pero el fútbol es eso, solamente fútbol. Y en la cancha son once contra once. Y los de afuera son de palo, excepto el VAR...