Hay imágenes, hay cifras que exceden a las palabras o que le impiden a las palabras expresarlas. El informe del Indec produce esos efectos: nos deja sin palabras porque sabemos que todo lo que digamos nunca podremos expresarlo en toda su dimensión. No hay excusas, no hay coartadas: un país con 25 millones de pobres y 8 millones de indigentes nos deja mudos o hablando solos o recurriendo a palabras que en las circunstancias son impotentes. Un país con esas cifras sociales anda mal. No sé qué diran los gurúes de la macroeconomía, no sé a qué recursos retóricos se puede acudir para disimular o justificar lo injustificable, pero lo cierto es que anda mal. ¿O qué evaluación podemos hacer en un país donde siete de cada diez chicos son pobres?
¿Milei es el responsable? También lo es. Recibió una herencia envenenada, pero a juzgar por los hechos al cianuro le agregó más cianuro. Desde que Milei asumió somos más pobres, con necesidades más insatisfechas y, lo más grave aún, este panorama deplorable es presentado por el gobierno como una maravilla mundial. No jodamos. Hagan los malabares verbales que quieran, pero si desde que asumieron el gobierno hace nueve meses el número de pobres sumó más de tres millones de personas, no hay mucho más que decir. Y no pretendan consolarme diciéndo que los kirchneristas fueron peores. Que los economistas discutan, pero si la solución maravillosa que propone la magia libertaria es que la multiplicación de pobres producirá a la vuelta del camino como golpe de magia abundancia, empleo, buenos salarios y felicidad. Perdón por lo directo y elemental; pero huele a verso. Que me disculpen los académicos, pero el célebre cuento del tío es más original y sincero.
Se dirá que Milei ya nos anticipó que se venían tiempos duros. También dijo que la tarifa de estos tiempos duros la iba a pagar la casta. Miro a mi alrededor y lo real es que la cuenta la pagan los jubilados, los empleados públicos y la clase media en general. El presidente habla mucho y según las circunstancias a las palabras le otorga significados diferentes. "Casta" es una de ellas. Palabreja cuyo valor decisivo es precisamente su ambigüedad. Casta pueden ser los políticos, los sindicalistas, los empresarios. Puede ser sinónimo de clase dirigente, de establishment, de status quo. Por lo pronto, Milei insiste en que casta y políticos son sinónimos, pero ocurre que los políticos de la Libertad Avanza y él mismo, que, le guste o no, es un político consumado, no serían casta. Una mirada con pretensiones académicas sugeriría que "casta" es la consecuencia a veces inevitable de toda democracia representativa en la que inevitablemente se cristaliza una claque de dirigentes que disfrutan de privilegios más o menos evidentes. En todos los casos, la preocupación es hallar un responsable de las desgracias de las mayorías. El déspota, el autócrata, la oligarquía…la casta. Se me ocurre que "casta" como concepto para designar privilegios o responsabilidad por la explotación o la opresión es el más pobre. Por el contrario, y a la hora de hallar un diagnóstico que con un par de palabras exprese las causas de las desigualdades y las injusticias, hay miradas más complejas, más amplias, más estructurales. No hace falta ser marxista para apreciar las posibilidades teóricas de conceptos como modos de producción, o clase dominante y clase dirigente. Pero claro, esas curiosidades teóricas no suelen disponer de los efectos contagiosos de una palabra como "casta" que, según se mire, puede decir mucho como puede decir nada, ambigüedad que le permite a políticos irresponsables o inescrupulosos manipular las emociones o resentimientos populares.
Algo a favor hay que reconocerle al presidente: cree en lo que dice y daría la impresión de que su apetencia de poder no responde a la necesidad de enriquecerse. No sé si de Caputo podría decir lo mismo. O de Massa. O de su amigo Scioli. O de su respetuosa rival, Cristina. Pero Milei no es el único político desinteresado en enriquecerse. En todos los partidos hay políticos decentes. Sin ir más lejos, de Kicillof se dice que en esa cloaca infecta que es el peronismo de provincia de Buenos Aires, en ese escupitajo del hampa, él brilla como una virgen casta y pura. Kicillof no roba, no participa en negociados, pero, ya que estamos, hay que decir que su honestidad combinada con su torpeza y alienación ideológica permitió que los argentinos perdamos millones de dólares. Admitamos la honestidad de Milei, pero reconozcamos que sus políticas favorecen a grupos, tribus o castas, las cuales gracias a su clarividencia económica a la plata la están juntando en pala, sin que esa legítima aspiración a enriquecerse que motiva a la condición humana en este caso se traduzca en más empleos, mejores salarios y todas las virtudes que sabemos que engalanan al capitalismo o engalana el relato a favor del capitalismo.
Por una razón o por otra, Milei por lo pronto está contribuyendo con entusiasmo de iluminado a ofrecernos los índices de pobreza más elevados de nuestra historia. Dudo que sea el presidente más famoso del mundo, el más lindo y el más querido, pero me estoy convenciendo de que es el presidente que en menos cantidad de tiempo fabricó más pobres. Dicho en números: en menos de un año en Argentina hay más pobres que los que sumaron Macri, Alberto Fernández y Massa en ocho años. Milagros de las fuerzas del cielo. Alsogaray, Pinedo, Krieger Vasena, Martínez de Hoz, Aleman, son modestos principiantes a su lado. Lo que ellos no pudieron hacer con el apoyo de los militares, Milei lo está haciendo legitimado por el voto popular. Lo está haciendo y me temo que atendiendo que a su frente hay una estepa árida y helada, podrá seguir haciéndolo hasta vaya uno a saber cuando. Alsogaray, precisamente, fue el que dijo que Argentina es un barril sin fondo porque siempre nos ingeniamos para estar un poco peor de lo que ya estamos.
Se sabe que el poder se teje con símbolos, con gestos, con ceremonias. La relación que establece la multitud con un presidente dispone de un alto componente emocional. La gente del pueblo a un presidente lo quiere, lo respeta y a veces incluso le teme. Todas esas emociones configuran su legitimidad. En los sistemas democráticos esas relaciones son importantes, lo eran incluso en la monarquía, cuando un buen rey o un buen emperador se esforzaba en ganarse el afecto de sus súbditos. Estas enseñanzas elementales de la política que Milei atendió desde que decidió ser presidente, ahora pareciera que las ha olvidado. En dos semanas no dejó torpeza sin cometer. Un asado para festejar que no aumentaron los ingresos de los jubilados. Gran hazaña. Arden las sierras de Córdoba y el presidente se disfraza de Rambo y no se digna a bajar del helicóptero un minuto para darle un abrazo a los bomberos que estuvieron dos horas de plantón esperando su llegada en la provincia donde obtuvo más votos. Nada de perder el tiempo en boberías. El jefe pasó de largo como un Rambo atolondrado o un capanga colérico. Media hora, una hora, hubieran alcanzado para saludar a los bomberos. Raro este presidente: califica de héroes a la claque con la que comparte un asado en Olivos y cuya exclusiva virtud fue haber levantado la mano para joder a los jubilados y le niega el saludo a los héroes reales que se jugaron la vida para combatir el fuego en las sierras de Córdoba.
La gente del pueblo puede criticar a un presidente, pero hacia esa investidura guarda un respeto, una emoción que merece ser atendida. Milei no lo hizo. No tuvo tiempo, pero sí tuvo tiempo para inventar una mentira alrededor de la supuesta conspiración de La Cámpora en el incendio. Hacía años que la Cámpora no aparecía como víctima, si es que alguna vez lo fue. Pues bien, Milei ahora lo hizo. Los chicos de la Cámpora por primera vez en su historia son inocentes. Y de seguir así, en el próximo capítulo serán muchachitos buenos y dulces con Wado, Maximo, Cuervo y Axel incluidos. Milei concluye su puesta en escena de la semana saliendo al balcón de la Casa Rosada con Susana Giménez. He aquí un presidente sensible y comprometido. El país con millones de pobres e indigentes y el presidente ronronea con Susana en el balcón mientras su adorada hermanita juega en los salones de la residencia con un perro. Final abierto.