Muchas ciudades han nacido frente al agua -dulce o salada-, pero pocas han sido construidas en medio del agua. De éstas, trazaré algunas relaciones entre Venecia, en Europa, y Tenochtitlán, en la parte norte de Mesoamérica.
Muchas ciudades han nacido frente al agua -dulce o salada-, pero pocas han sido construidas en medio del agua. De éstas, trazaré algunas relaciones entre Venecia, en Europa, y Tenochtitlán, en la parte norte de Mesoamérica.
Ambas se erigieron dentro de sistemas hídricos. La primera, en las aguas salinas del mar Adriático, mezcladas con las descargas de agua dulce de ríos vénetos que nacen en los Alpes y desembocan en distintos puntos de la formación lagunar de unos 550 km2. La segunda, producto de una migración de los mexicas (ya diferenciados de los aztecas), conducidos por Tenoch, su líder espiritual o gobernante, encuentra su lugar, de mítica anunciación, en un islote dentro de un lago, donde habrá de erigirse la ciudad de México-Tenochtitlan (de los mexicas guiados por Tenoch).
En los dos casos, el agua fue buscada como elemento protector, como barrera natural de contención de los enemigos, reales o hipotéticos. En Venecia, la estrategia funcionó; en Tenochtitlan, terminó convirtiéndose en una trampa mortal.
Como ocurre con frecuencia, las fechas de fundación de una y otra, varían según los puntos de referencia que se tomen, las interpretaciones de los investigadores y los aportes de la moderna arqueología, asistida por tecnologías hasta hace poco impensables. Pero, al cabo, los orígenes de ambas se abren paso entre las brumas de las tradiciones orales y las mitologías de cuño antiguo, así como del acopio documental, siempre incompleto, de los cronistas de la historia.
Como sea, la que carga más años de existencia es Venecia, fundada, según la mayoría de los autores, el 421 d.C. Esta ciudad, que tardará en tomar forma, surgió como una respuesta extrema de los habitantes de tierra firme, aterrorizados por las sucesivas invasiones de visigodos, hunos, ostrogodos y lombardos, que dejaban a su paso destrucción y muerte. Si alguna duda quedaba, un hecho aumentó el caudal migratorio hacia los numerosos islotes que afloran en la laguna véneta. Fue la destrucción de la cercana Aquileia por los hunos en 452 d.C. La caída de la colonia romana fundada en 181 a.C. y convertida a través de los siglos en una de las principales ciudades del imperio, dejó a la vista el peligro al que estaban expuestos los habitantes de esa región. En consecuencia, las marismas, los pantanos y las aguas de la laguna les servirán de protección frente a la amenaza. Y los islotes irán poblándose de elementales construcciones palafíticas, y puentes básicos para vincular a unos con otros.
En la tierra incógnita, a la que siglos después el geógrafo alemán Martin Waldseemüller le dará el nombre de América (en homenaje al navegante florentino Amerigo Vespucci), durante el siglo XIV (según el Códice Vaticano, entre 1314 y 1332), comenzará la construcción de la ciudad lagunar de México-Tenochtitlan, que tiene un conflicto de precedencia con México-Tlatelolco, creación contemporánea de la parcialidad de los tlatelolcas en otro lago vecino. Lo que está fuera de discusión es que, años antes, años después, las dos fundaciones corresponden a la gran agrupación mexica, con su carga de conflictos sectoriales.
Lo cierto es que cuando la hueste española comandada por Hernán Cortés llega en 1519 a las orillas de Tenochtitlan, queda admirada por lo que ve. El conquistador y cronista Bernal Díaz del Castillo, testigo presencial, dice, entre otras cosas: "… por la mañana llegamos a la calzada ancha y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblazones, y aquella calzada tan derecha y por nivel como iba a México, nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que se cuentan en el libro de Amadís…" (se refiere al caballero ficcional de la literatura medieval hispana).
Ocurre que, en ese momento, la capital de los mexicas era una de las grandes ciudades del mundo, desarrollada de continuo con los tributos y la mano de obra que aportaban las tribus sometidas (que serán las que apoyen a los españoles para liberarse de sus dominadores). La deslumbrante visión de la ciudad lacustre estimula el deseo posesorio de Cortés y afina su astucia para conseguir su objetivo. El agua que la rodea y la protege, es una defensa, pero también puede ser una trampa. El capitán de conquista advierte que si se bloquean los caminos de acceso para que no le lleguen los alimentos y se la asedia por agua con embarcaciones portantes de artillería, Tenochtitlán puede caer. Ni lerdo ni perezoso manda construir bergantines pequeños, con buena capacidad de maniobra en el lago, dotados de plataformas para el emplazamiento de cañones, armas decisivas en este choque de tecnologías dispares. Los hechos le dan la razón, y en 1521 la orgullosa capital de los mexicas cae en sus manos.
A diferencia de lo que había ocurrido con Venecia, para entonces convertida en una fascinante ciudad con un poder naval que la convertía en potencia económica y militar del siglo XVI; en Mesoamérica, el agua que había hecho grande a Tenochtitlán, provocaba el hundimiento de una importante civilización nativa.