La memoria es uno de los temas más complejos del pensamiento humano, y lo es por dos razones principales: 1) Porque define lo que somos, la identidad, el nosotros; 2) Porque somos los únicos animales que hacemos de nuestra memoria un relato y a partir de ella nos construimos.
Además, la memoria es reflexión y por ende está supeditada a la capacidad narrativa del sujeto que recuerda. De allí, que uno de los caminos posibles y que resulta pertinente para el caso de la reconstrucción de la evocación de los sucesos es la construcción de narrativas eficientes que permitan el abordaje de los problemas devenidos de la catástrofe y su superación. Esta resiliencia entendida como la oportunidad de contar la historia del desastre hídrico desde diversas miradas por parte de algunos de los sujetos que la vivenciaron, podría favorecer el reconocimiento de lo que ocurrió durante la tragedia, al tiempo de generar un escenario para redimir a los sujetos.
Mirá tambiénEl impacto en el escenario político: vino algo y lo arrasóLa hechos son más o menos conocidos: luego de cinco días de intensa lluvia acumulada, de avisos y señales previas, entre el 27 y el 29 de abril de 2003, la ciudad de Santa Fe se inundó cuando el agua del río Salado ingresó por una brecha de 1.200 metros en la defensa del cordón oeste, producto de obras estatales inconclusas que debían contener la crecida.
Fueron evacuadas 135 mil personas, en una ciudad de 500 mil habitantes. Un tercio de la población de las cuales 30 mil se albergaron en más de 300 centros de evacuados improvisados en escuelas, capillas e iglesias, clubes, centros comunitarios, universidades, vecinales, asociaciones civiles, gremios, fundaciones, hogares, jardines, centros de salud, sedes de partidos políticos, mutuales. Unas 28 mil viviendas se vieron afectadas y 5 mil quedaron irrecuperables. Los habitantes del Oeste, corridos de su lugar, se plegaron sobre el centro exponiendo una realidad un tanto desconocida o silenciada, la famosa fractura social. Esta creación fragmentada, tal como sostiene Felipe Cervera (2015), generó una nueva centralidad.
La inundación de 2003 y su impacto fueron distintos a todo lo antes conocido en términos de inundaciones, tanto por su magnitud como por los efectos políticos sociales que dieron lugar a la conformación de nuevas organizaciones sociales basadas en evitar el olvido y reclamar justicia.
Es así como, el trabajo de memoria y los reclamos realizados, posibilitaron que en abril de 2021 se aprobara en la Legislatura santafesina la ley que establece el 29 de abril como "Día de la memoria y la solidaridad de la inundación de Santa Fe y alrededores".
Entre otras cosas, esta ley apremia al Estado, a través del Ministerio de Educación, a incluir la efeméride de la inundación, que por mucho tiempo estuvo ausente del calendario escolar, en una ciudad donde 129 escuelas (vaya paradoja) fueron directamente afectadas por el agua y otras cientos funcionaron como centros de evacuados durante meses.
Debemos entender, en un mundo al borde del colapso ambiental, la importancia que adquiere la manera en que encaramos la gestión de riesgos ante desastres que siempre son naturales y sociales. Se sabe que la etapa más difícil y decisiva no es solo en el momento del hecho sino al afrontar las consecuencias, que son directamente proporcionales a la magnitud de la catástrofe.
Mirá tambiénUna plaza colmada por la memoria del aguaPara ello, se deben diseñar políticas públicas y acciones de planificación y preparación tendientes a mitigar los daños, aumentar la resiliencia y reducir la vulnerabilidad frente a las inundaciones, desastres naturales con mayor impacto económico. El propósito debe ser reemplazar las acciones reactivas frente a este tipo de eventos por un enfoque proactivo. La respuesta más frecuente frente a inundaciones es la asistencia de emergencia una vez que el evento se torna en una crisis. Estas respuestas generalmente son apuradas e ineficientes.
Un enfoque proactivo, en cambio, involucra acciones de planificación y preparación anteriores al evento, que permitan gestionar riesgos y reducir vulnerabilidades. Por último, a veinte años del peor desastre hídrico padecido por la ciudad de Santa Fe y sus habitantes no se debe dejar de explicar por qué era una tragedia evitable y, lo más importante, conocer y reconocer sobre qué papel jugaron la solidaridad y la organización ante el abandono gubernamental. Es la única manera de mantener la memoria viva, para que no vuelva a suceder.
(*) Investigador doctoral en comunicación de riesgo en la Universidad Rovira i Virgili (España). Director del Centro Regional Santa Fe de la Universidad de Concepción del Uruguay.
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