Marcar territorio es una acción instintiva de los organismos vivos, en general mediante secreciones. Lo hace casi toda la gama animal, incluidos los seres humanos que, desde la noche de los tiempos, han utilizado distintas maneras de señalar su presencia en un espacio determinado. Ese mensaje puede ser respetado o ignorado, situación, esta última, que a menudo ha encendido la chispa de la violencia entre grupos, primero, y naciones, después, causa detonante de guerras, migraciones y exterminios a lo largo de la historia.
Pero en estas líneas no pretendemos adentrarnos en semejantes complejidades, sino detenernos en un tipo de marca concreta, la creada para indicar la pertenencia de ganados a determinados propietarios, recurso figurativo, valga enfatizarlo, imaginado para evitar conflictos con derivaciones violentas, y, también, para preservar a los animales de cruzas indeseadas. Es, en suma, una afirmación de identidad, un producto de la racionalidad humana al servicio de la producción pecuaria, desde la más elemental -el pastoreo de animales en antiguos espacios comunes- a los más evolucionados sistemas de identificación y trazabilidad de rodeos genéticamente mejorados en establecimientos cercados, propios de la modernidad.
La milenaria práctica de la yerra llegó a América con los españoles que trajeron ganado al Virreinato de la Nueva España, erigido en tierras del precedente imperio azteca. Se cree que fue el conquistador Hernán Cortés quien en las primeras décadas del siglo XVI introdujo los hierros de marcaje, y que suya fue la primera marca que se usó sobre ganado en nuestro continente. ¿El diseño? Tres cruces latinas. Su consecuencia: la creación ordenadora de registros de marcas en los archivos capitulares, procedimiento útil para evitar o, en su caso, resolver, los conflictos de propiedad ganadera que pudieran suscitarse.
Mirá tambiénEntre la evocación histórica y los desafíos futurosEscribe Agustín Zapata Gollán en un artículo titulado "Marcas en Santa Fe la Vieja" que "los capitanes que con Garay vinieron en la expedición fundadora trajeron, sin duda, los caballos marcados desde Asunción. Lo mismo vendría marcada la hacienda que después de la fundación de Santa Fe se trajo desde el Paraguay y del Tucumán. Pero, interesa saber que la primera marcación o 'yerra' del ganado en el Río de la Plata, donde se inicia la explotación ganadera, fue en Santa Fe, según se demuestra con la hoja conservada en el Archivo Histórico de la Provincia, donde se han dibujado, antes de la fundación de Buenos Aires, las primeras marcas y se ha inscripto junto a cada una de ellas el nombre de sus propietarios, con lo cual podemos considerar a ese documento como 'el primer registro de marcas' del país".
Establecida la significación de las marcas de ganado en los albores de Santa Fe, en esta nota vamos a ceñirnos a dos hierros de admirables diseños asociados con dos hechos trascendentes en la historia de la región: la mudanza de nuestra ciudad al sitio actual (siglo XVII) y un símbolo identitario de la reducción de grupos mocovíes en el pueblo jesuítico de San Francisco Javier, levantado al noreste de nuestro actual emplazamiento urbano (siglo XVIII).
El primero de estos hierros es una obra de arte, de síntesis expresiva, manifestación creativa que ha vencido el paso del tiempo y nos invita a preguntarnos quién pudo haber sido el autor anónimo -en una vecindad signada por el analfabetismo- de tal sutileza marcaria, de semejante estilización icónica que anticipó en siglos a los mejores diseños modernos.
Según un conservado documento capitular, la marca en cuestión fue adoptada por el Cabildo el 18 de febrero de 1654. El auto dictado por el teniente de gobernador refiere a la vaquería autorizada para ayudar a la mudanza (de la ciudad), que estaba en desarrollo. Y resuelve que los caballos dispuestos para ese fin se reúnan para su custodia en el Rincón de Antón Martín (actual San José del Rincón). A la vez, se encomienda al regidor Jerónimo de Rivarola "la yerra de los mismos" con la marca que se consigna en el margen del acta, que no es otra que la que se reproduce en esta página.
La otra marca, también bella además de útil, fue realizada en el pueblo de San Francisco Xavier, así, con X (en la escritura antigua esa consonante solía representar a la jota y pronunciarse como esta). Así lo manifiesta el diseño del tiempo de Florián Paucke S.J., rescatado en su libro "Hacia allá y para acá", escrito en un monasterio suizo luego de la expulsión de la compañía ignaciana de los reinos de España, decretada en 1767 por Carlos III.
Dice el multifacético religioso en un tramo de su obra, referido a la progresiva incorporación de jóvenes indígenas a las disciplinas del trabajo: "Compré en Santa Fe las herramientas de una antigua cerrajería con yunque, martillos, limas y semejantes. Sin fuelle, que yo fabriqué con mis indios, comencé a forjar con tres muchachos que eran ya fuertes y llegué a tanto que ellos volvieron a templar y acerar todas las azadas de las cuales ya había saltado el acero; también hicieron de nuevo los hierros con los cuales solíamos marcar el ganado…".
Más adelante agrega que solía llevar con cierta frecuencia al colegio de la Compañía instalado en la ciudad, a algunos muchachos mocovíes. Y que "durante el tiempo de mi estada debieron quedar en la herrería del Colegio para aprender algo allí. Mi mejor escultor y muchacho hábil para todo… estuvo conmigo en la ciudad; éste estaba metido siempre en la herrería por curiosidad; él viendo entonces que el herrero, un negro y arpista (que) en el Colegio construía azadas completamente nuevas, puso buena atención… Él me pidió también construirse un hierro para marcar sus caballos propios… ensayó tanto hasta que arregló un hierro bien formado. De ahí en adelante (el muchacho), cuando se necesitaba una nueva marca de fuego, las fabricaba todas. Para la marcación de todo el ganado de asta que consistía en 24 mil; de caballos, en tres mil; de las yeguas especiales para la crianza de mulas, en 1300; de los mulares, en 400; de la crianza de burros, en 182 piezas, yo necesitaba diez y ocho marcas de fuego; muchas se echaban a perder en una marcación y llegaban a ser inútiles para el año siguiente a causa del fuego constante en el cual durante un mes debían marcar, pues cuando comienza la marcación los hierros deben quedar todo el día en el fuego para que mediante un apretar impriman la marca. Los hierros del pueblo tenían este 'antedibujado' nombre del Santo Xavier y con parecido era marcado cada animal de propiedad de la comuna del pueblo".
En consecuencia, por palabra del maestro (que vivió con los mocovíes entre 1749 y 1767), sabemos que un joven indio artesano del hierro fue el encargado de construir la marca, seguramente asesorado por Paucke, dado que el equilibrio de la composición en el imaginativo entrelazamiento de la S y la X, sugiere una mentalidad europea formateada por siglos de lenguaje simbólico y de geometría aplicada a los balances visuales.
En suma, dos bellísimos diseños marcarios aplicados a la embrionaria organización de las estancias y al rústico y cotidiano manejo de los ganados en campos sin alambrados. Marcas a fuego de la historia sobre la piel antigua de Santa Fe.
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