I
I
El protocolo democrático y la buena educación prescriben que cuando un gobierno cambia su gabinete, se reconfigura o propone una suerte de barajar y dar de nuevo, corresponde un minuto de silencio, abrir unos puntos suspensivos e incluso sostener lo más parecido a una expectativa esperanzada. Ninguna de estas atenciones que la oposición podría dispensarle al gobierno alivia la delicada situación económica y social del país y las borrascas que continuarán sacudiendo a un gobierno que sin exageraciones podría decirse que juega su última carta, dispara su última bala, ensaya su último pase de baile. Hay razones para suponer que no estamos ante una ruptura, ni siquiera un golpe de timón audaz; lo sucedido en estos días se asimila más a la imagen de maquillaje que de cambio. Habría que preguntarse si estos afeites producirán resultados eficaces, si seducirán a alguien, si inspirarán confianza, si alentarán ilusiones. Al respecto, me temo que no hay motivos para despilfarrar optimismo. Sergio Massa, es decir, la estrella política que instala el oficialismo en esta hora aciaga, es uno de los políticos con más alto nivel de rechazo social en la Argentina. Son encuestas, por lo que no es necesario ser devoto de sus mediciones, pero convengamos que cuando la mayoría de los balances dicen más o menos lo mismo, alguna atención hay que prestarle.
II
Al gobierno le asiste el derecho a esperanzarse. Por lo pronto, los cambios dan cuenta de algo que para algunos podría ser obvio, pero en la Argentina esa obviedad es necesario actualizarla. Todos estos cambios sugieren que este gobierno está decidido a cumplir su mandato o, para no ser tan severo, a transitar el año y medio que le queda de gestión con un mínimo de esperanza. Es verdad que el "barajar y dar de nuevo" que abre esta mano se realiza con las cartas conocidas y en algunos casos con las más repetidas y percudidas. El gobierno peronista se constituye en su cúpula con una singular santísima trinidad: Cristina, Alberto y Sergio. Ahora le toca jugar a Sergio que, dicho sea de paso, es el socio menor de la trinidad, por lo menos así lo fue a la hora de repartir cuotas internas de poder. A favor de él, podría decirse que se trata de un político curtido en las refriegas y turbulencias de las impiadosas internas peronistas. Es audaz, no le sobra inteligencia pero tampoco le falta, y sobre todo dispone de ese requisito que pareciera distinguir a los políticos populistas "que en el mundo han sido": puede afirmar con convicción puritana una verdad y con la misma expresión, la misma fe, el mismo rictus, la misma mirada ensoñadora, decir acto seguido exactamente lo contrario. Suma a estas singulares virtudes, esa sonrisa luminosa que conjuga el afecto y la burla, el descaro y la complicidad, la esperanza y el fraude. A no alarmarse: esas singulares y controvertidas virtudes escénicas suelen dar buenos resultados en la mitología populista, además de despertar cálidas adhesiones en lo que Borges calificaría como "el crédulo amor de los arrabales".
III
Pregunta difícil de responder sería la de precisar en una frase, dos frases o tres frases, las diferencias reales entre Alberto Fernández y Sergio Massa. El mismo estilo operativo, la misma fe en las relaciones con el poder, la misma retórica y el mismo olfato respecto de qué lado del poder hay que inclinarse. A diferencia de Alberto, Massa no ha estado sometido a las inclemencias cotidianas del poder y a la exposición de sus rigores, cuyas marcas sacuden el cuerpo, quedan en el rostro. Como presidente de la Cámara de Diputados, Massa se dedicó a hacer lo que más sabe: sonreír, hablar, prometer y mantener los buenos modales. Me temo que esas holganzas han concluido. Recurriendo a las triviales metáforas futboleras, podemos permitirnos decir que a Masa lo convocan a la cancha cuando el equipo está perdiendo y se están jugando los últimos minutos del segundo tiempo. A su favor hay que admitir que se necesita disponer de ese fuego sagrado de la ambición política para aceptar salir a la cancha en esas condiciones con la fe de que, en los pocos minutos que dispone, podría dar vuelta el resultado, o, por lo menos, contribuir a un honorable empate. ¿Podrá hacerlo? No lo sabemos. Sí disponemos de la certeza de que le resultará muy difícil. Los problemas de la Argentina son serios y en algún punto agobiantes, y si bien no se deben subestimar los efectos del azar, admitamos que en política los milagros no suelen ser frecuentes. Los rigores del realismo sugieren que la mejor noticia que podía anunciar Massa en este período es conducir la estragada nave del gobierno a buen puerto. Navíos devastados por la tempestad, en las novelas de Conrad suelen habilitar la épica: no me consta que la misma pasión lo despierte la política. Macri logró conducir la nave hasta el puerto, pero la hazaña náutica no alcanzó para ser reelecto. No hay en principio razones para suponer que Massa sea beneficiado por alguna inesperada recompensa.
IV
Sergio Massa ha ganado en estos días una cuota importante de poder, pero lo suyo está muy lejos de la suma del poder público, como le gustaba a Juan Manuel. El poder real del gobierno lo sigue ejerciendo Cristina. No es un poder absoluto, pero es la cuota mayor. Alberto Fernández, por su parte, puede que esté deteriorado, puede que su majestad esté muy por debajo de lo que Alberdi previó para un presidente, pero sigue siendo presidente. O sea, que si bien el vértice de Massa ha adquirido relevancia, el triángulo del poder funciona y no me consta que esa sea una buena noticia para las aspiraciones de Massa. Por lo pronto, la AFIP y el Banco Central no están ocupados por dirigentes de su confianza. El kirchnerismo ha consentido en convocar al político que hasta no hace muchos años proclamaba su voluntad de meterlos presos, además de calificarlos escrupulosamente de "ñoquis". Contrariedades de las paradojas. La inesperada generosidad K obedece a la certeza de saber que la única posibilidad que disponen para continuar disfrutando de las mieles del poder, es convocar al político que, además de haberlos injuriado o difamado, dispone de recursos y habilidades acerca de lo que se debe hacer desde el poder en estos momentos, recursos y habilidades que no son exactamente los que el kirchnerismo aprobaría. Las "virtudes" que exhibe Massa son precisamente las que el kirchnerismo detesta: diálogo con los "enemigos del pueblo", relaciones fluidas con el poder económico, proclamadas relaciones carnales con Estados Unidos. ¿Hasta dónde Cristina podrá soportar esa hipotética apertura? ¿Hasta dónde Massa se comprometerá o podrá hacer aquello que en su momento insinuó Alberto? ¿Hasta dónde Massa podrá hacer aquello en lo que Alberto fracasó? ¿Hasta dónde Massa podrá valorizar aquello que más ha desvalorizado: su palabra? ¿Hasta dónde el peronismo -con sus gobernadores, intendentes, sindicalistas y jefes de movimientos sociales- podrá sostener estas pretensiones sin fracturarse? Algunas de estas preguntas seguramente serán respondidas en las próximas semanas. Y el eco de esas respuestas se confundirá con los alegatos que a partir de agosto hará el fiscal Diego Luciani acerca de las causas que incluyen a Cristina como jefa de una asociación ilícita.